Año de publicación: 2023
Valoración: Muy recomendable, y necesaria
Hay libros que, independientemente de ser buenos o malos (y ya avanzo que este es de los buenos), son necesarios, porque llegan en el momento adecuado, porque dan voz a un colectivo que hasta entonces no la tenía, porque pueden convertirse en referentes. Por todo ello, creo que este es un libro que puede, literalmente, salvar vidas. Y solo por ello, ya deberíamos celebrar no solo que se haya publicado, sino también la atención y la visibilidad que ha tenido.
Pero La mala costumbre es también una obra literaria, y una de las (muy) buenas, algo que no sorprenderá a quien haya acompañado a Alana Portero en sus diversas colaboraciones en medios como El Diario o La Marea, en su Patreon o simplemente en Twitter / X, o quien haya leído sus contribuciones para volúmenes colectivos como Vidas trans o Asalto a Oz.
En las primeras páginas me pareció que La mala costumbre comenzaba con un paso algo titubeante, como si no tuviese claro exactamente a qué género quería pertenecer (crónica social, memorias, novela...). Después de terminada la novela, se comprende que los primeros capítulos, "El ángel caído" o "La bruja al final de la calle", sirven para situarnos en un momento (los años 80), un lugar (el barrio obrero de San Blas) y una clase social (la de esa clase trabajadora a la que la Transición dio la espalda); y sirven, además, para presentarnos a personajes que más tarde serán esenciales en la trama, como la Peluca o Margarita, los primeros referentes que construirán la genealogía de la protagonista. En todo caso, a partir del tercer capítulo (o mejor dicho, del final del segundo), el yo de la narradora pasa a ocupar el centro de la novela, y ya no lo abandonará hasta las últimas (y gloriosas) páginas.
Porque a partir de ese momento, como la propia autora ha indicado en entrevistas, La mala costumbre es, fundamentalmente, una novela de aprendizaje, o de autodescubrimiento, un viaje por el "oculto sendero" (por recuperar el título de la novela de Elena Fortún) que lleva a la aceptación de una misma: la novela de una chica trans que ve la vida desde el armario, encerrada en una masculinidad fingida que se le impone y que es al mismo tiempo una máscara protectora y una "dama de hierro". Desde esa posición deberá navegar el mundo, el aprendizaje del amor y de la sexualidad, deberá protegerse de las violencias que acechan a quien es diferente de la norma, y deberá, también, encontrar sus propios referentes, su propia genealogía: otras mujeres, como la ya mencionada Peluca, como Margarita, mujer trans de cara deformada por las operaciones, o como Eugenia, la Moraíta, una prostituta trans que se convierte casi en una segunda madre para la protagonista, y que la acompaña y la protege en su proceso de salida de la crisálida.
Con todo, esta no es solo la novela de un trayecto individual, sino también un retrato y una reivindicación colectiva. En primer lugar, por la red de sororidad que se va construyendo, y que desemboca en una última frase simplemente redonda; pero también porque, como decía antes, esta es una novela con un fuerte componente de clase (que recuerda mucho, por eso, a Stone Butch Blues de Leslie Feinberg), que recupera las violencias y las invisibilidades de la clase obrera de los 80: la epidemia de heroína, la violencia de género, la precariedad brutal; pero también la solidaridad, el orgullo de clase, la ética de trabajo. No es una "novela trans", sino que, como no podría ser de otra manera, cubre una diversidad de aristas del personaje protagonista y de su contexto. De hecho una de las escenas más memorables de la novela, al menos para mí, es aquella en la que un hombre rudo, musculado y proletario en su sentido más estereotípico, defiende a Margarita del desprecio de un señorcito ridículo que insiste en tratarla en masculino. No existe contradicción entre la lucha de clases y la lucha LGBT+, parece decir Alana Portero contra quienes se inventa "trampas de la diversidad": estamos en el mismo barco en la lucha contra los opresores.
Algo que sorprende al leer el texto, y que no es un bug sino un feature (não é defeito, é feitio, dirían los portugueses), es la variedad estilística que atraviesa el texto: un lirismo arrebatado como el de los párrafos que inician la novela, o como el "Nocturno" que describe las sensaciones de la narradora bajo los efectos del éxtasis, contrasta con otros más prosaicos, en un lenguaje crudo y que asume la vulgaridad como arma. En ese sentido, mi capítulo preferido es "Ráfagas brillantes", que me atrevería a describir como Laforetiano: comienza con un párrafo de una enorme belleza y sensualidad, y transita inmediatamente a una escena de pesadilla y violencia. Lo que es sin duda digno de mención es la maravillosa ternura y delicadeza con la que Alana Portero trata a sus personajes femeninos: a la Peluca, a Margarita, a las Moiras, pero también a la madre de la protagonista, trabajadora, hiperactiva, luchadora.
Una de las ideas centrales en La mala costumbre es la de la importancia de tener una genealogía: modelos o referentes con los que identificarnos, que ayudan a (re)conocernos y a encontrar el camino en medio de la oscuridad. Estoy seguro de que Alana Portero con esta novela se ha convertido en un referente para una nueva generación de personas en búsqueda de sí mismas; ha ampliado con un nuevo eslabón la cadena de identificación que protegerá y acompañará a quienes hoy se sienten atrapadas en su "armario". Solo por eso, como decía, esta es una novela necesaria y bienvenida, además de ser una lectura que impresiona y conmueve a partes iguales.
El libro está bastante bien. La parte de la relación con Jay, es francamente poco creible. Se deja leer.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarDuro unas veces, delicioso, otras. El libro es sencillamente maravilloso
ResponderEliminar