Año de publicación: 2022
Valoración: alto y claro
"Bicis drogas oficinas" es un libro que puede clasificarse dentro de varias categorías (autobiografía, memorias, crónica, diario, ensayo...), pero creo que es más acertado si decimos que, básicamente, se trata de un texto que nos sitúa frente a nuestras incoherencias y contradicciones y lo hace destilando mala baba y humor negro por todos lados. Aquí no se libra ni el apuntador. Vaya, que yo si fuese el autor iría buscando abogado porque la lista de posibles "ofendidos" es interminable: los hijos de puta de los jefes, los no menos hijos de puta (además de retrasados) "heredaempresas", los globeros, el espíritu olímpico, los cuñados de cualquier tipo, las plataformas audiovisuales, las tradiciones gilipollescas, los grupos que vuelven, la industria musical, los sindicatos mayoritarios (y los no tanto), etc.
Joder, leyendo el parrado anterior cualquiera diría que el bueno de Ricardo Gómez es un amargado de la vida y que se está postulando para ser el nuevo Soto Ivars, Olmos o Pérez Reverte. ¡¡¡No!!! La diferencia es clara y está en el desparpajo y el humor negro como el carbón que se gasta y del que dan ejemplo las letras de Ciclos Iturgaiz, el penúltimo de sus proyectos musicales (buscad en Youtube y veréis que descojono, si os va ese tipo de humor).
Porque Ricardo es un tipo inquieto: (ex)sindicalista, (ex)músico, escritor y ciclista aficionado que adora a las Vainica Doble (odio eterno a quien no ame a las Vainica) y a Jonathan Richman (mi favorita es "I am a little dinosaur, por si a alguien le interesa). De ahí el título del libro y los temas que lo estructuran y de los que habla abiertamente. Oficinas y bicis ocupan la mayoría de las páginas (drogas hay menos, salvo que consideremos los geles de cafeina o comerle la polla al jefe como estupefacientes) y permiten una doble vertiente social e intimista que funciona bastante bien y que a quienes crecieron en según qué zonas de Euskal Herria (Goierri, Margen Izquierda/Encartaciones, etc) en los 80 seguro que les trae a la cabeza miles de cosas.
Dicho esto, sí que queda la sensación de cierto caos en el texto, como si se fuera saltando de un tema a otro un poco sin orden ni concierto. Vale que no estamos leyendo a Faulkner (ni puta falta que hace) pero creo que el autor sigue demasiado a rajatabla eso de "escribir como si tuviese la certeza de que no habrá un mañana y no tuviera nada que perder (...) y lo que pudieran decir de mi me importara una puta mierda".
En cualquier caso, el libro llega, hace reír cuando hay que reír (aunque sea a costa de mirarnos en el espejo deformante de la realidad), pensar cuando toca pensar y llorar cuando no queda otra que llorar. Eso es más que suficiente.
P.S.: ¿La historia de la juventud del padre del autor en Brasil podría ser el germen del quinto libro, Ricardo?
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