Idioma original: inglés
Título original: Bloodbath Nation
Traducción: Albert Nolla Cabellos (en catalán para Edicions 62) y Benito Gómez Ibáñez (en castellano para Seix Barral)
Año de publicación: 2023
Valoración: entre recomendable y está bien
Título original: Bloodbath Nation
Traducción: Albert Nolla Cabellos (en catalán para Edicions 62) y Benito Gómez Ibáñez (en castellano para Seix Barral)
Año de publicación: 2023
Valoración: entre recomendable y está bien
Bien es sabido que Paul Auster tiene una ideología progresista y de tendencia demócrata. Tal es así que en la última ocasión en la que tuve la oportunidad de asistir a la presentación de un libro suyo, mencionó a Trump no por su nombre sino por «cuarenta y cinco», el número de presidente que ocupa en la historia de los Estados Unidos de América. Y esta ideología progresista le ha llevado a escribir este ensayo sobre el uso de las armas (y sus consecuencias) en su país.
Dice el autor justo al inicio del libro, que nunca ha tenido un arma. O, al menos, una de verdad porque sí es cierto que de pequeño, a mediados del siglo XX, tenía armas de juguete y como todos los niños de su edad jugaba con ellas. Era la época en la que la televisión irrumpió en los hogares de Norteamérica y con ella llegó el espíritu tejano de cowboys y lo difundió a lo largo del todo el país. Así, su historia es como la de muchos niños de su generación, una generación que nació entre películas y westerns, y como a menudo ocurre, los niños emulaban los “héroes” que salían en ellas, en unas historias en las que «todos llevaban un arma, tanto los buenos como los malos, pero solo el arma del protagonista era un instrumento de honor y justicia». Además, por si fuera poco, el padre de Auster tenía una tienda de electrodomésticos con lo que para él su visionado era algo cotidiano. De esta manera, rememorando su infancia, el autor nos cuenta la primera vez que disparó un arma, en ese caso un rifle, fue a los diez años haciendo prácticas en unos campamentos de verano y, reflexionando sobre ello, Auster le encontraba el sentido a hallar placer en aquella actividad, al igual que al lanzar una pelota de béisbol, pues «una sensación de conexión entre yo y alguien o algo que era lejos de mí (…) producía una profunda y radiante sensación de satisfacción y triunfo. Lo que contaba era la conexión, y daba igual si el instrumento de aquella conexión era una pelota como si era una bala, la sensación era la misma». Una sensación que permanecería años después, practicando el béisbol o el fútbol americano, pues «la conexión con alguien o algo que ataca muy lejos de mi seguía siendo la parte más reconfortante del juego». Pero, a pesar de ello, de esas prácticas iniciativas, Auster vivía en un entorno sin armas y reconoce que «si hubiera vivido en un entorno diferente, es muy posible que hubiera adoptado las armas como una parte integral de mi vida. Es el caso de decenas de millones de norteamericanos a lo largo del país». Sin embargo, la trágica historia familiar provocó que todos detestaran las armas, pues su padre presenció, siendo pequeño, como su madre disparaba a su padre hasta matarlo. Eso le causó un gran impacto a muchos niveles haciendo que aborreciera cualquier tipo de arma.
Una vez situado el contexto familiar, Auster continua el ensayo aportando datos que sirven de reflexión, pues afirma que «los norteamericanos tienen veinticinco veces más posibilidades de recibir un tiro que sus semejantes en otros países ricos u considerados avanzados, y con menos de la mitad de la población de estas dos docenas de otros países sumados, el 82% de los muertos por armas de fuego se producen aquí» y «según un cálculo reciente del instituto de investigación del Children’s Hospital de Filadelfia, actualmente hay 399 millones de armas que son propiedad de los ciudadanos de EE.UU., más de una arma de fuego por habitante. Cada año, aproximadamente cuarenta mil norteamericanos mueren por heridas de arma de fuego, aproximadamente el equivalente a la taza anual de muertes por accidente de tráfico y, de las cuarenta mil víctimas mortales, más de la mitad son suicidios, que a su vez representan la mitad de los suicidios totales en un año». Teniendo en cuenta que a los muertos hay que sumarle los heridos por armas de fuego, «el número de norteamericanos afectados directa o indirectamente por la violencia de armas de fuego cada año alcanza varios millones».
A nivel social, Auster reconoce que «los coches y las armas son los pilares básicos de nuestra mitología nacional más profunda, ya que tanto el coche como el arma representan la idea de libertad y emancipación individual, las formas más emocionantes de auto expresión que tenemos al alcance». La diferencia está en que «los coches son una necesidad de la vida civil en EE. UU. Las armas no, y a medida que más y más norteamericanos han entendido esto, el porcentaje de hogares con armas ha ido descendiendo de manera regular a lo largo de los últimos cincuenta años, desde la mitad hasta un tercio». A pesar de ello, «el número de armas que tienen hoy en día los norteamericanos es más alto que nunca, lo que significa que cada vez menos personas compran cada vez más armas».
Situando la evolución de las armas a nivel histórico, Auster hacer un repaso sobre los últimos trescientos años de la historia de EE.UU. para explicar de dónde procede esta generalización en el uso de las armas y las leyes que la han secundado y propulsado y, para explicar la pasión por la armas existente en EE.UU., el autor retrocede a su historia colonial que duró ciento ochenta años y en la que «la mayor parte de este caótico periodo de formación se vivió en un estado de conflicto permanente» y en la que «los colonos organizaron milicias formadas por todos los hombres sanos de más de dieciséis años» obligados a servir a la milicia y provistos todos ellos con un mosquete propio «convirtiendo así la posesión de armas no únicamente en un derecho, sino en una obligación, un deber cívico». Con ello, Auster nos sitúa en un contexto histórico en el que explica el porqué de la situación actual y de dónde proviene.
En su análisis sobre la situación actual, Auster es claro en su posicionamiento: no puede prohibirse la tenencia y venta de armas en Estados Unidos porque causaría una situación parecida a la "ley seca" de 1919, y más aún ahora en una época donde las armas se pueden fabricar de manera casera a través de impresoras 3D o con la venta de armas ilegal en el mercado negro. Se cuestiona el autor que «si el problema es que hay demasiados hombres malos con armas, ¿no sería más prudente quitarles las armas en lugar de armar ellos supuestamente hombres buenos? » y afirma que «la paz sólo se conseguirá cuando ambos bandos la quieran, y para que esto ocurra, primero tendríamos que hacer una análisis honesta y dolorosa de quienes somos y qué queremos ser como pueblo con vistas al futuro». Una paz que parece más próxima cuando se producen tiroteos masivos pues, según afirma, los ciudadanos están más que acostumbrados a ver en la prensa que haya muertos por armas de fuego, a excepción de si se trata de un tiroteo masivo. Es estos casos «por un breve instante, todo el mundo parece unirse en este país aislado y fracturado, pero al cabo de poco los bandos favorables y los contrarios a las armas ya vuelven a la carga». Y esta unión instantánea y breve es debida a que «por muy horribles e impactantes que sean todos los asesinatos individuales por resentimiento, no nos provocan la misma confusión profunda, ya que todos entendemos la furia e incluso la rabia (…) Lo que no entendemos es la arbitrariedad de los asesinatos al azar» porque cada uno de nosotros podríamos ser también víctimas en algún momento.
El autor detalla con números las víctimas de algunos de estos asesinatos masivos y habla del asesino que los perpetró y, por ello, al texto lo acompañan las imágenes de Ostrander, imágenes realizadas en sitios en los que ha habido muertes y tiroteos pero hechas tiempo después y sin ninguna persona en la imagen, como ejemplo gráfico de que cualquier lugar, por tranquilo y plácido que parezca, puede ser escenario de masacres y asesinatos.
Este libro, muy ameno y de lectura muy accesible, se complementa perfectamente con «Un día más en la muerte de Estados Unidos» de Gary Younge, pero Auster ofrece una lectura más fácil que el libro de Younge, mucho más denso, elaborado y con mucho más aporte de datos e información (la prueba más evidente está en la prácticamente absoluta falta de bibliografía en el ensayo de Auster). De todos modos, no es algo que sorprenda pues Auster no acostumbra a publicar ensayos y en la mayoría de las veces en las que lo ha hecho han sido sobre diversos temas a modo recopilatorio (breves ensayos, autobiografía o epístolas). Es por ello por lo que, a pesar de aparente ligereza, su lectura es recomendable y su publicación es de agradecer, pues es posible que el renombre del autor acerque a muchos lectores una problemática que en el caso de tener un enfoque más profundo o elaborado les supondría un esfuerzo excesivo. Y es que a la hora de afrontar un problema de gran ámbito social como el de las armas en Estados Unidos de América, todos los acercamientos son necesarios y valiosos así como las diferentes maneras de abordar el problema, y cada uno de ellos tienen su público. Lo importante es llegar al máximo número posible de ciudadanos y revertir la situación.
Otras obras de Paul Auster reseñadas en ULAD: aquí
Excelente reseña, muchas gracias. Ya tenía este libro en el radar, y ahora creo que caerá seguro.
ResponderEliminarMuchas gracias, Traveler, por el elogio a la reseña.
ResponderEliminarYa nos contarás qué te ha parecido cuando lo leas y si coincidmimos en la valoración.
Saludos y gracias por comentar la entrada.
Marc