Título y subtítulo de esta crónica adelantan por qué Harper Lee no emprendió la redacción de una No Ficción. Y la elaboración que no hizo o le costó demasiado a ella la hace Casey Cep con una amplia pintura de la Alabama que cobijó al reverendo Maxwell, a sus probables víctimas y a su asesino. Y, por supuesto, como aporte que se agradece, la historia de los seguros en los Estados Unidos, el país de los sueños y de la materialización de los mismos.
Paradoja: quien investiga y escribe una crónica sobre por qué Harper Lee no siguió una carrera literaria después de “Matar a un ruiseñor” cuenta los crímenes que desembocaron en el asesinato del reverendo Maxwell. El juicio a su asesino convocó a H. L. a hundirse hasta las rodillas en el fango de los mecanismos judiciales en la Alabama de finales de los años setenta. Cientos de folios reunidos en una investigación son apenas la promesa de una historia por escribirse.
Franqueza de por medio, no sé de qué va “Matar a un ruiseñor”, de Harper Lee, porque no la he leído. Alguna vez he visto la película, claro, pero ya está olvidada. Toca decir que, así como hay escritores de un solo libro también hay lectores que dejan de leer o que han elegido leer solo textos afines. Enrique Vila-Matas se explaya sobre el “síndrome de Bartleby” en un librito que es y no es puramente ficcioso. Los años “improductivos” de Harper Lee tienen en esta crónica de Casey Cep una aproximación a sus entresijos, casi una explicación ingenua y pudibunda de lo que no fue a continuación de “Matar a un ruiseñor” una carrera fértil o, siquiera, una vida discreta pero constante.
Otro punto que aborda la crónica de C. C. es la amistad de Harper Lee con Truman Capote y la tarea que emprendieron ambos de documentar el crimen múltiple antes de que Capote se pusiera a redactar la “novela sin ficción” “A sangre fría”.
Una parcela de la vida de ambos había sido desconocida hasta ahora. Compartieron infancias en la misma ciudad. Jugaron, mataperrearon; se inventaron historias y casi fueron inseparables.
Pero después de publicarse “A sangre fría”, Capote no volvió, en bastantes de los años que siguieron, a dirigirle la palabra a Lee. A pesar de la tan vendida, y comprada idea, de la “novela sin ficción”; de la defensa que hizo Capote de la veracidad de todas las líneas de su crónica, al parecer, aquello nunca dejó de estar trufado de párrafos enteramente ficciosos, de frases paridas por la creatividad de Capote antes que propiciadas por la documentación reunida tanto por él como por Harper Lee. La arbitraria decisión del cronista de mantener una enorme distancia entre él y su amiga de la infancia quizá se debía a que aquella conocía cuánto del texto final tenía de verdad como de fantasía.
Por último y, tal vez, lo principal, queda la idea de que “Matar a un ruiseñor” no fue tanto la obra de Harper Lee como la de sus editores. Bueno, sobre el punto, también vale el asunto de los cuentos de Raymond Carver y de su editor.
La historia de fondo, el probable asesino, los asesinatos, los cobros de los seguros de vida y el asesinato de ese probable asesino, constituyen eso, el fondo.
Firmado: Ronald Pérez
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