Año de publicación: 1974
Traducción: José Luis Amores
Valoración: recomendable
Negra, judía, y mujer. Y, seguramente, pobre. Oreo (Christine, en realidad, que ha recibido el sobrenombre por el contraste entre labios oscuros y blanca dentadura) no es un personaje que vaya a acometer una vida fácil. Encima, se encuentra en el Nueva York de los primeros setenta, en medio de un ambiente caótico, resultado de la situación de la época. Persisten los comportamientos discriminatorios de todo tipo, la marca de Vietnam tizna la sociedad USA, hay una efervescencia artística condicionada por la cultura callejera y el uso de los narcóticos. Es una novela única en muchos sentidos. La única publicada de su autora, y una experiencia que quien espere una novela al uso puede considerar inasequible. Porque, me vienen a la memoria otras obras de marcado perfil afroamericano como la extraña Mumbo Jumbo o la muy ácida El vendido, cualquier intento de afrontar estas páginas esperando una narración convencional se va a encontrar con una narración irónica y chispeante, pero huidiza de cualquier patrón convencional, aunque sea para acabar encontrando semejanzas con el clásico griego de Teseo (lo siento, no llego a conocer a los clásicos, dicha relación viene establecida en una tabla de equivalencias al final del libro, junto al profuso y rothiano glosario de términos en yiddish) y convenir, de forma algo chocante, que estamos ante una muy libre y casi disruptiva adaptación.
Y, desde luego, no es nada descabellado relacionarla con Gaddis o Barth o Pynchon. De hecho, éste último parece rendirle un homenaje en los paseos detectivescos en Vicio propio, y ese ambiente narcótico y desencajado le pega a la perfección a la segunda mitad del libro, aquella en que Oreo, descarada, segura de sí misma, con una chulería impropia de las tres (o cuatro) condiciones relacionadas, se da un paseo que incluye toda serie de locales de mal ambiente de la ciudad. Quizás por eso, pero creo que es algo forzado, se atribuyen propiedades feministas. Porque entra en un burdel y se lía a palos con el proxeneta y parece liberar a las prostitutas, o darles la opción de que elijan su futuro. Pero no he percibido esa sensación por encima de la negritud. Como si fuera un personaje de una novela de Boris Vian, restémosle cierto sesgo de crueldad, Oreo se pasea y charla con la gente, conocida o no. Salpica su fraseo descarado de términos yiddish pero esta no es una novela que preste atención ni a la Shoah ni al judaísmo. Quizás un guiño de la novela de difícil interpretación, a lo mejor una ampliación del campo de batalla de todos los que puedan sentirse interpelados. Muy lejos de ser una lectura para todos los públicos, a millas de distancia de nada que pueda ser convencional y por supuesto constituyéndose en una novela única e irrepetible que tan absurdo es juzgar con criterios objetivos como elevar a los cielos sin comprenderla en su totalidad.
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