Título original: Tempo curvo a Krems
Año de publicación: 2019
Valoración: Recomendable
Todo artefacto literario refleja, obviamente, la personalidad de su autor que, a su vez, se ve influida por la etapa vital en que se encuentra. Aquí Claudio Magris transmite melancolía, nostalgia, predominio de la memoria, ajuste de cuentas con la vida. Todo ello le dota de un carácter introspectivo y, en cierto modo, autobiográfico; por tanto con muchos menos filtros –aunque esto no signifique gran cosa– de todo lo que he leído de él hasta el momento. Teniendo en cuenta que el autor nunca ha sido un asiduo de la ficción, podemos interpretarlo como una especie de testamento vital nacido de la necesidad de explicarse por parte de alguien que hasta ahora se ha dedicado sobre todo a explicar la fisonomía de una civilización concreta.
Leyendo este compendio de cinco relatos compruebo, una vez más, que después de El Danubio, cualquier texto de Magris puede parecer una obra menor, no por sí misma sino en comparación con algo tan descomunal como aquello. Pero aquí aparece el ser humano descubriendo, con la elegancia y sobriedad que le caracteriza, alguna de sus actuales obsesiones, aunque siempre por personaje interpuesto. Quien habla es, en todos los casos, un hombre de edad avanzada, nostálgico y con una trayectoria similar.
Porque el pasado siempre aparece, en forma de recuerdos o de la constancia de una herencia social que ha condicionado su visión del mundo. En la pieza que da título al volumen, ya desde las primeras líneas reconocemos el más puro estilo Magris: divagaciones históricas, referencias geográficas, mitos, alusiones y evocaciones varias, que se suceden a buen ritmo convenientemente agitadas en su coctelera personal. Una conferencia en esa ciudad constituye la escusa para evocar la primera juventud del narrador –y alter ego suyo– con toda la carga emocional y fantasiosa que conlleva y las deformaciones que provocan unos recuerdos tan antiguos. El pretendido amor platónico acaba idealizándose y adquiere una dimensión que quizá no ha tenido nunca. Lo curioso del asunto es que aquella adolescente inalcanzable acaba dando señales de vida, primero a través de una tercera persona y luego directamente, pero una antigua leyenda no suele encontrarse con su rendido admirador, menos aún si nunca tuvieron ocasión de coincidir. El lector se pregunta si la mujer que menciona y aquella estudiante del pasado serán la misma persona o se trata de una jugarreta de la memoria, que acaba confundiéndolo todo. A Magris, en cambio, la realidad no le interesa, una anécdota como esa la da pie –siempre fiel a sí mismo– para perderse (mejor dicho, perdernos) en especulaciones sobre el tiempo, no tan lineal como parece, y el espacio que al curvarse dan lugar a realidades paralelas.
“Pero entonces todo retorna, todo es, y yo ya he estado, estoy ya en la desembocadura del Danubio, mientras estoy siguiendo su nuevo curso para llegar hasta ella.”
El premio, mucho más concreto y sencillo que el anterior, se sitúa en un escenario similar. En este caso, el protagonista –un oscuro escritor, literalmente flor de un día– asiste a una entrega de premios donde también debe decir unas palabras. Sus colegas, con el mecenas a la cabeza, le tratan con educada condescendencia, pero tanto la literatura que triunfa por entonces como el ambiente y los asistentes al acto le son completamente ajenos. Tras ese escenario imaginado se trasluce el escepticismo del autor hacia un mundillo del que él mismo ha formado parte.
Uno de los más emotivos, y quizá con un protagonista menos apegado a la experiencia de Magris sería El guardián. Este hombre es realmente un triunfador que levantó un emporio económico partiendo de la nada y al que la edad acaba apartándole de cualquier responsabilidad empresarial. Como la fortuna que ha acumulado no le impide sentirse un cero a la izquierda concibe una especie de juego: logra que le contraten como portero de uno de sus edificios y a él acude en secreto todas las mañanas como si fuese un trabajador más, aunque en este caso se pague él su propio sueldo. En la misma línea pero más desencantado y árido encontramos a ese profesor particular que, en Lecciones de música, sustituye los triunfos de antaño por el monótono anonimato de las clases.
Y más momentos nostálgicos en Exterior día – Val Rosandra, tan evocador como los demás, el más visual de todos y el que, seguramente, más eco puede encontrar en el lector. Recrea el rodaje de una película basada en la vida del narrador: recuerdos de la guerra, los amigos, el amor perdido de nuevo, el paisaje, las anécdotas, todo mezclado, idealizado y sentido como una experiencia dulce pero tristemente irrecuperable.
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