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lunes, 5 de julio de 2021

Gonzalo Torrente Ballester: La isla de los jacintos cortados

Idioma original: castellano

Año de publicación: 1980

Valoración: Casi imprescindible


Habrá que reconocer que muchas veces empezamos la lectura de libro con prejuicios, es inevitable. No ocultaré, por ejemplo, que llevaba una buena mochila repleta de ellos en mi único acercamiento a nuestro queridísimo Paulo Coelho, y también en alguna que otra ocasión. Pero ahora me refiero a prejuicios positivos. Evidentemente releemos a un autor cuando nos ha gustado algún libro suyo, y de alguna manera confiamos en su talento,  queremos confirmar aquella apuesta que salió tan bien. A veces, también es verdad, esa ilusión se nos chafa, el gran escritor decepciona, porque se repite, porque esta vez no acertó, se dejó llevar por el éxito. Esto ocurre mucho menos con los grandes, por eso lo son, y don Gonzalo Torrente Ballester es uno de ellos, uno de los más grandes.

Hace algún tiempo, en la reseña a uno de sus libros, y demasiado influido por el recuerdo de lecturas recientes, tuve la osadía de calificarle como ‘autor poco dado a la fantasía’, o algo así, y recibí de un comentarista un zasca muy bien dado, que además se completaba con la recomendación precisamente de este libro que traemos, así que, desde la distancia, le agradezco enormemente el chopo. Porque sí, Torrente tiene una cara más bien realista y clásica, pero cuando hace aflorar justamente eso, la fantasía, es difícil de igualar. Y si no, vean.

En un entorno de intelectuales vinculados a la Historia, un erudito cree haber descubierto que Napoleón no existió, que fue un simple invento para responder a las necesidades políticas del momento. Un compañero de cátedra, el narrador, se interesa por la historia y desarrolla una peculiar línea de investigación, basada en la observación del fuego de una chimenea. A todo ello se superpone el enamoramiento de este profesor hacia una joven y brillante discípula, que es a su vez pareja del peculiar descubridor, con quien mantiene una relación algo especial. Cualquiera de los dos niveles narrativos sería suficiente en manos de este autor para alimentar un relato de por sí poderoso y lleno de matices interesantes, pero aquí los tenemos entremezclados, indisolubles, enriqueciéndose mutuamente hasta componer una novela de complejidad más aparente que real y de enorme belleza.

La fantasía, claro, esa virtud que muy equivocadamente me atreví a echar en falta, resulta que no solo está presente de manera desbordante, sino que es el corazón mismo de la obra. En las largas horas escrutando de dónde pudo surgir la extraordinaria invención del emperador francés Torrente nos lleva a la mediterránea isla de La Gorgona, en la que tiene lugar lo que llamaríamos una revolución conservadora, una antiRevolución francesa que termina con la victoria de un general leproso que gobierna desde la soledad de su castillo, secundado por su ministro, el irreductible Ascanio Aldobrandini, uno de esos personajes que queda para siempre en la memoria. Las intrigas políticas se cruzan con diversos lances amorosos, intereses económicos y estratégicos, y con la presencia de singulares personajes de nombres equívocos y personalidades a caballo entre los dos lados de la historia, el acontecido en la isla a finales del siglo XVIII, y el actual, protagonizado por el narrador y el más bien hipotético triángulo del que forma parte.

En este segundo campo disfrutamos de la inmensa sutileza con que se trata la relación del profesor –un hombre más o menos maduro- con la joven historiadora, donde a cada paso se deja ver la pugna entre lo intelectual y lo emocional (también entre realidad y ficción) sin que en ningún momento adquiera el aspecto de una lucha, aunque en realidad lo sea. La inteligencia no doblega al sentimiento, sino que lo integra, intenta manejarlo, dirigirlo, y en esa larga carta de amor que es el libro entero, muestra su victoria que es a la vez una derrota.

Pero en ese largo camino de las más de cuatrocientas páginas tenemos ocasión de asistir a párrafos tan maravillosos como este en que el narrador explica

‘las particularidades de mi método, tan exquisitamente acientífico, tan rigurosamente poético, de averiguar los hechos por la contemplación del fuego, procedimiento de oscura cuanto arcaica reputación, propio del tiempo de los reyes por derecho propio y de los magos llamados sabios, los todopoderosos’

Este párrafo, como otros muchos, con esa cadencia ligeramente antigua de Torrente Ballester, con su prosa medida en la que la belleza se deja ver con una naturalidad que parece silvestre, la ironía es como una tenue música de fondo, y el erotismo (en esta novela quizá más marcado que de costumbre) late en cada página, a veces disfrazado, a veces asomando con más decisión; este párrafo, digo, es una pequeña muestra de un libro lleno de recursos administrados con maestría, de lectura grata, a ratos hipnótica, que nos conduce con sencillez por los entresijos entre dos mundos, el de lo real y el de lo imaginado, o mejor, entre dos planos, a veces indistinguibles, de una única realidad, que es justamente eso, la propia fantasía.

Otras obras de Gonzalo Torrente Ballester en ULADLos cuadernos de un vate vagoLa saga/fuga de J.B.La muerte del decanoFilomeno, a mi pesar

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