Idioma original: italiano
Título original: M. Il figlio del secolo
Año de publicación: 2018
Traducción: Carlos Gumpert
Valoración: Bastante recomendable, sobre todo para interesados en el tema.
Ahora que todo el mundo es fascista o nadie lo es, según el día, parece un momento adecuado para echar un vistazo a las características de los auténticos fascistas, los fascistas "pata negra" (camisa negra, en este caso), aquellos hijos de la gran puta que tomaron el poder en Italia hace casi cien años, tras una campaña de asesinatos, violencia y desprecio por cualquier valor democrático, pero bendecidos por buena parte de la burguesía, grande y pequeña, buena parte del Ejército e incluso parte de la Iglesia Católica, que a fin de cuentas es lo que importa... Algo así debe de haber pensado el escritor y profesor Antonio Scurati, que sacó a la luz este libro coincidiendo, justamente, con el centenario de la fundación de los Fasci di Combatimento en marzo de 1919, en un local de la piazza del Santo Sepolcro de Milán y que narra los primeros años, toma de poder incluida, de este movimiento, hasta 1925, cuando el PNF y, sobre todo, su "Duce" Mussolini ya se habían asentado en el poder, que sólo soltarían ya a cañonazos. Ésta, no es, por tanto, una biografía del inefable Benito desde que era un rapazuelo romañolo que correteaba por el pueblo de Predappio, hasta su luctuoso final, que todos conocemos, aunque también hay que avisar que M. El hombre del siglo no es, por lo visto, sino el primero de una trilogía que tal vez acabe por dar toda una vuelta a la figura de Mussolini... bueno, ejem, ya me entendéis.
He empleado antes la expresión "hijos de la gran puta" y aunque tal vez alguno de los lectores de esta reseña tiemble de indignación por ello (por ver mancillado tan sacrosanto blog, supongo, no por solidaridad con las prostitutas y sus hijos) no puedo sino reiterar tal epíteto, ante los desmanes llevados a cabo por esa gentuza y añadir los de asesinos, matones y, en más de un caso, psicópatas. Como disculpa, si es que la hay, ante los desafueros y el culto a la violencia de aquellos primeros fascistas, se puede mencionar que muchos provenían del recientemente victorioso en la Gran Guerra, pero con poco aprovechamiento, Real Ejército italiano; muchos, además, de las filas de los Osados (Arditi), los cuerpos de asalto de élite que habían campado a sus anchas durante la guerra, y al llegar la paz se habían quedado más colgados que un jamón de un gancho (eeh... perdón, que igual tampoco es la imagen más apropiada), provocando en ellos una inadaptación a la vida civil y un rencor no sólo personal, sino incluso social, dado que el pueblo italiano no se había mostrado demasiado entusiasta con la participación en la guerra y menos aún los socialistas (que, de hecho, habían expulsado de su partido y de manera ignominiosa al propio Mussolini en 1914 por ese mismo motivo), a partir del primer momento, enemigos declarados de los escuadristas de los fascios. De ahí ese espíritu paramilitar y esa devoción por la violencia, no ya como medio, sino como núcleo de su ideología que animó al fascismo desde un primer momento. Un partido que se presentaba como nuevo, joven, defensor de la acción antes que de la reflexión, de la toma del poder por las bravas antes que del juego político habitual.
Por supuesto, todo ese resquemor y frustración acabaron canalizados, mesmerizados, incluso, por la figura de Mussolini, "el hombre del siglo", el Duce, el superlativo, el primer ministro más joven de la Historia, destinado a redimir a Italia de su inoperancia y recuperar su destino imperial, un político sin duda inteligente, aunque sobre todo astuto; visionario, incluso, pero también traidor, oportunista, desesperado, que se aferra a su idea del fascismo cuando no le queda otra cosa, repudiado por sus antiguos compañeros socialistas, a los que trató de manipular como utilizaría después a los fascistas... Flanqueado en esta historia, además de por sus despiadados correligionarios -Cesare Rossi, Leandro Arpinati, el "chequista" Amérigo Dùmini, el brutal y burlón "generalísimo" de la Milicia, Ítalo Balbo...-, por dos figuras que le sirven de contrapunto: por una parte, el iluminado poeta D'Annunzio, su inspirador en tantas cosas (incluso en cierta tendencia hacia la fantochada); por otra, el hombre que pudo haber sido él, de permanecer fiel a sus primeros ideales, el socialista Giacomo Matteotti, mártir con vocación de serlo, se diría; Cristo sacrificado para salvar a Italia de sí misma...
Tampoco es que Scurati se dedique a hacer muchos juicios de valor sobre sus personajes: se limita a notificar los hechos -refrendados a menudo por pruebas documentales- y que cada cual juzgue y saque conclusiones. Esto no significa que el estilo del libro sea burocrático o notarial; muy al contrario, Scurati hace gala de una escritura rica y apasionada, casi enfática, y logra con ella que, si no tanto como empatizar con los personajes retratados (es difícil hacerlo con algunos malnacidos), sí que nos pongamos en situación con la debida apertura mental. Y, desde luego, consigue que algunos acontecimientos de la toma del poder por Mussolini e compagni los vivamos con no poca expectación, pese a saber lo que supuso aquello. Eso sí, tras más de 800 páginas con ellos, uno acaba un poco hartito de tanto fascista de mierda, eso también hay que decirlo...
Hola, compay!
ResponderEliminarHabría sido un detalle precioso, al mismo tiempo que un gran homenaje, que la M de la portada hubiese estado cabeza abajo. Y nada, que el libro llama la atención, pero las tropecientas páginas y el libro que leí de Scurati tiran un poco p'atrás
Igual lo de la letra boca absjo lo reservan para la tercera y última parte (sunque parecerá una W, claro). Sobre la prosa de Scurati, la verdad es que es estupenda e incluso magnífica en algún momento. Los que son unos cansinacos son los putos fascistas...
EliminarSon malos, Juan, básicamente malos, nefastos, crueles, abyectos, criminales, asesinos ... pero no hijos de puta ;)
ResponderEliminarRecuerdo una pancarta donde se leía "las putas declaramos que los policías no son nuestros hijos". Pues eso.
Me encanta la reseña, igual busco el libro. Gracias.
Ah, sí, también villanos, como etiquetas. Ahora estoy con "La Nieve estaba sucia" muy bueno!
ResponderEliminarHola, Magda:
ResponderEliminarPues me doy cuenta que utilizar "puta" e "hijo de puta" como insulto es sexista, discriminatorio y cñadista, pero precisamente por eso lo he hecho yo (además de por su tradicional contundencia en lengua castellana, claro): porque si algún fascista o neofascista lo lee, le resultará doblemente ofensivo, o eso espero...
Por lo demás, me alegro que te esté gustando el libro de Simenon (qué también va sobre un hijo de puta, por cierto, tanto literal como metafóricamente). Yo he de decir, ya que no lo puse en la reseña que me despertó el interés por él un tweet de Álvaro Colomer, al que saludo si es que por ventura alguna vez lee esto.
Un saludo a ti también y gracias por pasarte a comentar.
Jaja, Juan, el libro no lo voy a leer, pero tu reseña es visceral, no se puede negar. Siento la misma aversión que tú hacia ellos, y sumo a los mafiosos, narcotraficantes y demás, escoria de la sociedad.
ResponderEliminarSobre tus "epítetos", pues bueno, si nos asustamos por eso..
Gracias, pero no. Prefiero ver un maratón de Caillou (le odiooooo) a leer un tochaco sobre este tipo.
Saludos
Hola, Lupita:
EliminarPues te diré que Mussolini, dentro de lo que cabe, no sale tan malparado de la lectura de este libro: era un sinvergüenza y un cabronazo (utilizaré este otro epíteto), además de megalómano, traidor,mentiroso e incluso putero, pero desde luego, más inteligente que cualquiera de los mastuerzos que le seguían y que la mayoría de sus rivales políticos... Yo ahora mismo no leería la seguda parte ni aun cobrando por ello, pero cuando dalga, quien sabe, puede que sí lo haga...
En cuanto a Caillou, a mí no sólo me gustaba, sino que mi personaje favorito eta la abuela, a quien se le afivinaba una afición cotidiana y constante al vino dulce, por no decir otras bebidas espirituosas de mayor contundencia.
Saludos no romanos.
Pues habrá que leerse este tochazo aunque solo sea por obligación profesional. Los fascistas son hijos de la guerra (hijos de puta, algunos, desde luego) y aplican los métodos guerreros a los conflictos sociales y políticos, rechazando con odio los modos y maneras de la democracia liberal (leyes, parlamentos y discusión racional), pero también el colectivismo de la izquierda revolucionaria. El fascismo es totalitarismo anticomunista. Una revolución al revés. O sea: que son la tercera vía, entre socialistas y capitalistas liberales, solo que se abren camino a golpes, explotando los miedos de la clase media a la revolución, manipulando el odio populista contra las oligarquías, y propinando (más que proponiendo) una cura de urgencia que ellos llamaban revolución y no era más que violencia paramilitar. La revolución de la fascistas es el orden de la clase media, rechazando el liberalismo “putrefacto.” Mussolini fue socialista. Sus seguidores, algunos, fueron antes de fascistas, de todo: nacionalistas, anarquistas, futuristas o sindicalistas. Las ideas fascistas vienen de atrás, del siglo XIX, y no solo de la derecha. Tenía yo un profesor que decía: para entender los fascismos se deben considerar las siguientes fechas: 1914, 1917 y 1918. Guerra, revolución y derrota.
ResponderEliminarNo es necesario insultar ni emitir calificaciones soeces. Los lectores son mayores de edad y ejercen crítica de los hechos históricos. También se ejercerá crítica sobre el autor del libro. Respecto del autor del comentario, se califica por sí solo.
ResponderEliminarBueno, no kos pongamos tan pejigueros, que esto es una reseña en un blog, no una tesis en la Univetsidad de Cambridge...(si fuera así, además, habría empleado otros términos: "sons of a bitch", "motherfuckers" y cosas asi...)
EliminarDe todos modos y atendiendo a tus objecciones, amigo o amiga Trab, te doy las gracias en nombre, o al menos suponiendo sus deseos, de los fascistas que son o en el mundo han sido. Que no son pocos, por cierto...
"Con un fascista muerto nunca incurres en difamación"... decía ayer un personaje de Howard Jacobson.
ResponderEliminarGracias por la reseña, Juan.
Bueno, no hace falta llegar tan lejos, Diego... En todo caso, yo me adhieto a las inmortales palabras de Porco Rosso: "Prefiero ser un cerdo que ser un fascista".
EliminarDebí incluirlas en la reseña...
Ya, pero esa sentencia del mejor fascista es el fascista muerto no deja de ser una formulación fascista más. Muchos antifascistas parecen querer imitar la irracionalidad y la violencia de sus enemigos fascistas. Ya decía Jorge Luis Borges que uno acaba por parecerse a su enemigo. Lo malo se pega. Y el malo te pega. Para entender a los fascistas (los históricos y los que vengan) hay que entender previamente por qué tanta gente estaba o está dispuesta a apuntarse a la nefasta aventura fascista. No vale con decir simplemente que son muy malos etc. Malos, desde luego, si por mal se entiende una doctrina en buena medida irracional que empuja a la gente a constituirse en horda, que rechaza el pensamiento racional y que cree en una forma tan extrema de nacionalismo que acaba por segregar a los ex ciudadanos en base a criterios arbitrarios de cultura, raza o religión. Decía Mussolini que el secreto de su éxito político estaba en sublimar el deseo de pertenencia, miedo al comunismo y ansias de revancha que sentían millones de italianos dentro de un movimiento contrarrevolucionario que era una nueva religión. Mussolini sería el Gran Hermano de esa nueva fe. Y luego ese movimiento político se confundía con “toda” Italia al conquistar el poder: totalitarismo. El fascismo acababa siendo la religión de la nación, la única forma “decente y honesta” de ser italiano, de identificarse en términos de pertenencia nacional. Una religión de la intolerancia y la exclusión, por supuesto. Y los demás fascismos siguieron el mismo camino. El caso nazi fue extremo por su racismo desaforado, pero no tan original como se piensa. El franquismo hablaba de españoles (los franquistas) y anti españoles (todos los demás). Esta obsesión nacionalista de tomar la parte (ellos) por el todo (la nación), para así negar legitimidad a la parte de la sociedad que no entra por el aro, es esencial en todos los fascismos, incluso entre la derecha radical actual, que acepta más o menos las reglas democráticas. En general, estos movimientos ultras suelen explotar muy bien los miedos de la gente a los cambios. La modernización es buena a largo plazo para todos, pero deja a muchos por el camino, o desconcierta, no se entiende. Entre esos muchos hay que buscar el apoyo, por lo menos inicial, a los derechistas fanáticos. A Trump, un millonario, lo votan los currantes americanos depauperados y nostálgicos de unos EEUU homogéneos y blancos. A la Le Pen la votan los obreros franceses no cualificados. A Berlusconi lo votaban los italianos corrientes que se identificaban con él. Los fachas se organizan en movimientos interclasistas y populistas, pero siempre conservadores de fondo, demagogias al margen. Esa base popular fascista o derechista radical se recluta en buena medida esgrimiendo las amenazas del presente (reales o no) frente a un pasado en donde según parece todo estaba en “orden.” Así que los fascismos y sus parientes cercanos o lejanos obedecen a causas reales, no son simplemente matones. Si fueran escoria callejera, basura, no serían en realidad tan peligrosos.
ResponderEliminarHola, 1984, muy completo el comentario.
ResponderEliminarLa cita que yo puse la dice un judío. En realidad, el escritor se está riendo de los judíos. Libor, el propio personaje que la dice se está riendo de sí mismo.
Cuando la puse ayer no quería decir que un fascista muerto es el mejor fascista. Apunta más a la ironía de sostener que había alguien tan mezquino que es imposible hoy inventarle maldades y fallar. En fin. Yo creo que se puede saber que lo que dices es cierto y al mismo tiempo hacer bromas o despotricar contra los fachas sin que técnicamente sean fachas o, solo para mostrar desprecio.
Doy por sentado que no tengo los conocimientos sobre el tema que tienes tú ni los que tiene Juan, pero sí que he leído a Hannah Arendt y sus demoledoras conclusiones. También me gusta Harald Welzer, un especialista en el tema que seguramente conoces. Me importa la ecología y, por ende, también les reconozco a los Nazis buenas ideas...etc.
Pero a veces suelto frases altamente despectivas contra los judíos, a veces contra los liberales, los nacionalistas, los imperialistas, los socialistas... Incluso cuando me caliento porque mi ex se olvida de pagar la cuota del dentista del niño digo frases despectivas contra el 8/M... Pero no le doy la razón a Borges cuando me llama fascista. Entre otras cosas porque si mi hijo me pregunta por qué ese tío con la bandera de España 2000 me grita que me suba a una patera y me vuelva a mi país, yo le respondo que es porque es una persona triste, ignorante o engañada. Nunca que es malo. También porque como emigrante que ha trabajado desde peón de albañil a operario de azulejera y que ha comido arroz con arroz, nunca se me ha ocurrido que los culpables de mi situación sean las personas de otra nacionalidad, color, orientación sexual o credo. No, no soy un facha por cagarme en los fachas.
Yo creo que entiendo por dónde vas aunque desconozco el contexto por dónde iba Borges. De todas formas me parece un razonamiento necesario, que incluso sería más que provechoso en el muro de Podemos o en el de cualquier partido político o comunicador profesional, el que haces. Desde luego, si la maestra de mi hija me pide que hable a los niños sobre el fascismo lo tendré en cuenta tanto como a Arendt... pero tomo los insultos de Juan o mi sarcástica cita como otra cosa; como la cita con la que Juan me responde, como un escupitajo al suelo para decir lo que me hacen sentir algunas ideas.
No es un escupitajo al fascista. Es al suelo, para marcar distancias.
Diego... ¡chapó!
ResponderEliminarSaludos cordiales Diego.
ResponderEliminarComparto en general tus observaciones. En realidad, me refería únicamente a que el término fascista se utiliza de manera tan imprecisa que al final llamamos fascista, y yo el primero, a todo lo que no nos gusta. Fascista se ha convertido en un insulto más. Y esto genera mucha confusión cuando se habla del fascismo. De hecho, en su momento no se entendía por qué personajes de apariencia grotesca como Mussolini podían llegar al poder. Lo mismo, Hitler. Y esta incomprensión ayudó a los fascistas, con los resultados conocidos. No hay que subestimarlos, ni creer que son la banda de la porra. Hay que conocer sus ideas para poder desmontarlas. Se los puede odiar, pero no desdeñar. Así se entienden mejor las victorias electorales de Bolsonaro, Trump o Salvini. Los fascistas y compañía no son tontos, ni están locos. Apelan a lo peor de las personas, a ese lado oscuro que tenemos todos. En los periodos de crisis suben como la espuma. Por eso, como dice con razón Juan, hay tanto anormal y desequilibrado entre sus filas. Pero, cuidado, la inmensa mayoría de los fascistas son tan normales como tú o como yo o como cualquiera. Son gente de la calle, sin más, pero que odia al extranjero, vibra con la bandera, cree que las ayudas sociales son un abuso, que los jueces son unos blandos, que las conspiraciones están a la orden del día o que la gente que protesta o tiene ideas alternativas es subversiva y peligrosa. Los potenciales simpatizantes fascistas tienen estas y otras ideas (?) parecidas, poco racionales, simples o simplificadas, y muchas veces directamente falsas o manipuladas. La violencia viene por añadidura cuando se convierten medias verdades, mentiras, mitos o tergiversaciones en un programa político autoritario de aire mesiánico. Por desgracia, saben vender bien su mercancía. Los fascistas históricos inauguraron la moderna comunicación política de masas, así que de eso siempre han sabido un rato. Demagogos y manipuladores natos. Simplificación, manipulación y soluciones disparatadas. El fascismo es la política del odio, irracional, pero sistematizada e inteligente.
Hola a los dos:
ResponderEliminarGracias por "una lección de historia al día" (Juan, por si te aburres con series, discos y libros..); es ilustrativo leeros, aunque casi abrumador.
Al final, pienso que vivimos usando la teoría del "mal menor" , que vendría a ser algo como que si soy una madre alemana de los años 30 y mis hijos van a unas colonias dirigidas por militantes nazis, al menos están "recogidos" O actualizado, si los vecinos estamos desesperados por un narcopiso, igual llamo a los de desokupa, aunque puede que alguno de ellos sea un neonazi reciclado estéticamente de esos que me aterrorizaban en los 90.
En momentos excepcionales, lo inexplicable se vuelve normalidad.
Resumen resumido, que diría nuestra Beatriz Garza
Saludos
Gracias por tu confianza en mis capacidades, Lupita, pero no vamos a hacer "Una Historia al día" porque ya hay quien lo hace muy bien:
Eliminarhttps://adadabsurdum.blogspot.com/?m=1
Qué bueno este hilo de comentarios! Ya ni me acuerdo de por qué llegué aquí, pero me alegro 😊
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