Título original: La mort lenta
Traducción: sin traducción a otras lenguas
Año de publicación: 2019
Valoración: recomendable
Hay veces en que la juventud de un autor se intuye por un atrevimiento narrativo inusual, incluso algo temerario o arriesgado. En otras ocasiones, se denota la edad por los temas tratados, por un estilo desenfadado o incluso por cierta inexperiencia. Pero hay otras donde sí, a pesar de que se vislumbra la temprana edad por ciertos aspectos narrativos o incluso el contenido (pues acostumbran a transmitir historias protagonizadas por personajes también jóvenes), el relato va mucho más allá, pues trata temas de mayor calado, profundos, y que dejan cierto poso reflexivo que uno no esperaba de antemano en un autor joven de tan solo veintipocos años.
El libro que nos ocupa empieza con el epílogo, que ya de muestras del sentimiento y emoción que envuelve el relato, con una prosa limpia y emotiva, cálida, aunque no cándida, pues en su comienzo narra una escena triste y melancólica, aunque se atisba un rayo de esperanza. Porque hay calma después de la tempestad, y una luz que, aunque brille tenue y difusa, puede ser suficiente para ver el futuro o quizás un nuevo comienzo.
Con este inusual inicio partiendo del epílogo, se evidencia uno de los aspectos más destacables de la novela, uno de sus grandes aciertos, y es la narración fragmentada en capítulos que no siguen un estricto orden cronológico en su totalidad. Normalmente esto demandaría un esquema o ser un autor muy detallista fijando escenas temporales clave que faciliten al lector la ubicación de cada uno de los capítulos, pero Mas Craviotto, sabiamente, los enumera de manera correspondiente a su orden cronológico. Así, el lector incluso podría ir buscando los capítulos acorde a su numeración, cortarlos, reubicarlos y leer el libro de manera continua cronológicamente, aunque perdería parte de su encanto pues los recuerdos (narrados y vivamente sentidos por los protagonistas) no tienen por qué guardar un orden cronológico. Los recuerdos vienen cuando vienen, sin orden ni elección, y apenas los recordamos con precisión. Porque la narración no tiene por qué avanzar hacia adelante para enriquecerse, porque la novela parte de la mitad de la historia, de la mitad de la vida, porque es importante saber hacia dónde va, pero eso no tendría sentido sin saber de dónde se viene.
De esta manera, la narración fragmentada (y parcialmente desordenada, aunque solo en lo tocante a episodios del pasado), permite al lector hacer saltos que permiten conocer a los personajes y saber cómo han llegado hasta aquí en cuanto a su manera de ser. Vemos episodios del pasado que van conformando su carácter en la mente del lector que establece conexiones temporales entre los episodios vitales y va entendiendo, poco a poco, su personalidad y los hechos que marcaron su vida. Porque la vida de los dos hermanos protagonistas, Aram y Lena, no ha sido fácil: la muerte de sus padres en un accidente siendo ellos aún jóvenes les marcó profundamente a nivel individual, pero también como hermanos; una muerte que fortaleció su relación fraternal a pesar de las grandes diferencias de carácter: introspectivo él hasta el punto de aparentar un pasotismo envuelto de cierta actitud nihilista hacia la vida, extrovertida y fuerte ella, o al menos en apariencia. Y una vida por delante, aunque con la mirada vuelta hacia atrás. Y una antigua relación de uno de ellos, que vuelve para renacer, o para volver a morir.
El estilo del autor es dinámico, desenfadado y atrevido (algo propio a la edad del autor que escribió la obra con veintipocos años), pero, a pesar de ello, el lenguaje es cuidado, es delicado, es acertado, con metáforas precisas que impulsan y añaden dotas de madurez a un estilo en apariencia juvenil. El paso del autor por la poesía se nota, y eso es algo que se evidencia en las metáforas elegidas meticulosamente, dejando abiertas reflexiones que interpelan al lector y llegan de manera altamente emotiva. (Nota: de hecho, no es la primera vez que destaco el pasado ligado a la poesía en novelas reseñadas de un autor, pues parece ser un rasgo común de un conjunto de prometedores escritores catalanes como Irene Solà o Eva Baltasar. Y se nota en el estilo).
El libro es interesante pues nos habla de los deseos vitales y de la pérdida, de la solitud y la dependencia, de los instintos y los miedos, de la vida y de la muerte, la muerte que llega de golpe, pero también la muerte lenta, aquella que va ocupando los huecos de la vida que por dejadez o desatino olvidamos, abandonando una vida que se va perdiendo por el camino, un camino que sólo comprendemos asi echamos una mirada atrás al pasado, un pasado que aparece y desaparece sin orden, como reflejos momentáneos de una imagen que nunca vemos del todo completa, como fragmentos episódicos de una vida que en su sucesión de hechos queda siempre a expensas de que queden rotos por un acto fortuito o una mala decisión. Porque a pesar de que nuestra vida es un continuo, hay momentos puntuales que suponen que la vida se rompa, o que tome una deriva hacia nuestra felicidad o nuestro abismo.
El estilo del autor es simple, entendiéndose como espontáneo, empático, que acerca al lector a la narración, pues parece que hablan de la misma forma; un estilo que permite al lector conectar con los personajes, en sus diferentes edades y este se ubica mentalmente de manera totalmente natural en Aram y Lena, y los entiende, y los comprende, pues esas escenas y la manera en la que son más que contadas, vividas, rememoran a uno los recuerdos de una infancia que siempre deja capítulos abiertos, y que somos incapaces de cerrar por más que pensemos en ellos. Igualmente, la narración en tercera persona es un acierto, pues analiza y describe sin juzgar el punto de vista de ambos hermanos, tan diferentes, tan distantes, pero tan íntimamente ligados por una estrecha relación de la que es difícil entender uno sin comprender al otro, a pesar que el peso principal de la narración está en Aram, por ser el eje central y núcleo común de los tres personajes.
Cabe decir, de igual manera, que la narración tiene algún punto flaco, y son algunos fragmentos algo naifs y especialmente los breves anexos que se intercalan en la historia a modo de apuntes vitales para conocer mejor los personajes a través de sus gustos, sus lamentos o sus proezas. Estos apuntes rompen la narración y se acercan demasiado a un público juvenil que no se corresponde con el trasfondo de la historia. El autor sobresale mucho más cuando entendemos a los personajes a través de sus reflexiones y comportamientos, sin detallarlos tan explícitamente, tan desde una supuesta objetividad que aparta al lector del acercamiento que el resto de la narración propicia.
El libro avanza en la vida de los hermanos, principalmente Aram, y a medida que avanza, retrocede en el tiempo, hacia el momento crítico de la muerte de sus padres. Y el libro se vuelve oscuro, se vuelve triste, se vuelve incluso hostil hacia una vida echada por la borda, hablando sobre una muerte que nació tiempo atrás, una muerte lenta que va llegando, poco a poco y sin hacer ruido. Una muerte anímica, de quien ve más pasado que futuro a pesar de la corta edad. Y nos habla de ella, y de las relaciones, con las personas, pero también con la vida. Y es en esa relación y en las reflexiones que el autor hace donde explota su potencial y donde demuestra que sus veintipocos años puede que no sean tan pocos, y que hay mucha vida vivida y más aún comprendida, y que la profundidad de una narración va emparejada con la capacidad del autor en llegar más allá de lo esperado. Se nota que Mas Craviotto tiene mucho que contar y espero con ganas que el futuro le depare lo que su prometedor presente augura.
El libro que nos ocupa empieza con el epílogo, que ya de muestras del sentimiento y emoción que envuelve el relato, con una prosa limpia y emotiva, cálida, aunque no cándida, pues en su comienzo narra una escena triste y melancólica, aunque se atisba un rayo de esperanza. Porque hay calma después de la tempestad, y una luz que, aunque brille tenue y difusa, puede ser suficiente para ver el futuro o quizás un nuevo comienzo.
Con este inusual inicio partiendo del epílogo, se evidencia uno de los aspectos más destacables de la novela, uno de sus grandes aciertos, y es la narración fragmentada en capítulos que no siguen un estricto orden cronológico en su totalidad. Normalmente esto demandaría un esquema o ser un autor muy detallista fijando escenas temporales clave que faciliten al lector la ubicación de cada uno de los capítulos, pero Mas Craviotto, sabiamente, los enumera de manera correspondiente a su orden cronológico. Así, el lector incluso podría ir buscando los capítulos acorde a su numeración, cortarlos, reubicarlos y leer el libro de manera continua cronológicamente, aunque perdería parte de su encanto pues los recuerdos (narrados y vivamente sentidos por los protagonistas) no tienen por qué guardar un orden cronológico. Los recuerdos vienen cuando vienen, sin orden ni elección, y apenas los recordamos con precisión. Porque la narración no tiene por qué avanzar hacia adelante para enriquecerse, porque la novela parte de la mitad de la historia, de la mitad de la vida, porque es importante saber hacia dónde va, pero eso no tendría sentido sin saber de dónde se viene.
De esta manera, la narración fragmentada (y parcialmente desordenada, aunque solo en lo tocante a episodios del pasado), permite al lector hacer saltos que permiten conocer a los personajes y saber cómo han llegado hasta aquí en cuanto a su manera de ser. Vemos episodios del pasado que van conformando su carácter en la mente del lector que establece conexiones temporales entre los episodios vitales y va entendiendo, poco a poco, su personalidad y los hechos que marcaron su vida. Porque la vida de los dos hermanos protagonistas, Aram y Lena, no ha sido fácil: la muerte de sus padres en un accidente siendo ellos aún jóvenes les marcó profundamente a nivel individual, pero también como hermanos; una muerte que fortaleció su relación fraternal a pesar de las grandes diferencias de carácter: introspectivo él hasta el punto de aparentar un pasotismo envuelto de cierta actitud nihilista hacia la vida, extrovertida y fuerte ella, o al menos en apariencia. Y una vida por delante, aunque con la mirada vuelta hacia atrás. Y una antigua relación de uno de ellos, que vuelve para renacer, o para volver a morir.
El estilo del autor es dinámico, desenfadado y atrevido (algo propio a la edad del autor que escribió la obra con veintipocos años), pero, a pesar de ello, el lenguaje es cuidado, es delicado, es acertado, con metáforas precisas que impulsan y añaden dotas de madurez a un estilo en apariencia juvenil. El paso del autor por la poesía se nota, y eso es algo que se evidencia en las metáforas elegidas meticulosamente, dejando abiertas reflexiones que interpelan al lector y llegan de manera altamente emotiva. (Nota: de hecho, no es la primera vez que destaco el pasado ligado a la poesía en novelas reseñadas de un autor, pues parece ser un rasgo común de un conjunto de prometedores escritores catalanes como Irene Solà o Eva Baltasar. Y se nota en el estilo).
El libro es interesante pues nos habla de los deseos vitales y de la pérdida, de la solitud y la dependencia, de los instintos y los miedos, de la vida y de la muerte, la muerte que llega de golpe, pero también la muerte lenta, aquella que va ocupando los huecos de la vida que por dejadez o desatino olvidamos, abandonando una vida que se va perdiendo por el camino, un camino que sólo comprendemos asi echamos una mirada atrás al pasado, un pasado que aparece y desaparece sin orden, como reflejos momentáneos de una imagen que nunca vemos del todo completa, como fragmentos episódicos de una vida que en su sucesión de hechos queda siempre a expensas de que queden rotos por un acto fortuito o una mala decisión. Porque a pesar de que nuestra vida es un continuo, hay momentos puntuales que suponen que la vida se rompa, o que tome una deriva hacia nuestra felicidad o nuestro abismo.
El estilo del autor es simple, entendiéndose como espontáneo, empático, que acerca al lector a la narración, pues parece que hablan de la misma forma; un estilo que permite al lector conectar con los personajes, en sus diferentes edades y este se ubica mentalmente de manera totalmente natural en Aram y Lena, y los entiende, y los comprende, pues esas escenas y la manera en la que son más que contadas, vividas, rememoran a uno los recuerdos de una infancia que siempre deja capítulos abiertos, y que somos incapaces de cerrar por más que pensemos en ellos. Igualmente, la narración en tercera persona es un acierto, pues analiza y describe sin juzgar el punto de vista de ambos hermanos, tan diferentes, tan distantes, pero tan íntimamente ligados por una estrecha relación de la que es difícil entender uno sin comprender al otro, a pesar que el peso principal de la narración está en Aram, por ser el eje central y núcleo común de los tres personajes.
Cabe decir, de igual manera, que la narración tiene algún punto flaco, y son algunos fragmentos algo naifs y especialmente los breves anexos que se intercalan en la historia a modo de apuntes vitales para conocer mejor los personajes a través de sus gustos, sus lamentos o sus proezas. Estos apuntes rompen la narración y se acercan demasiado a un público juvenil que no se corresponde con el trasfondo de la historia. El autor sobresale mucho más cuando entendemos a los personajes a través de sus reflexiones y comportamientos, sin detallarlos tan explícitamente, tan desde una supuesta objetividad que aparta al lector del acercamiento que el resto de la narración propicia.
El libro avanza en la vida de los hermanos, principalmente Aram, y a medida que avanza, retrocede en el tiempo, hacia el momento crítico de la muerte de sus padres. Y el libro se vuelve oscuro, se vuelve triste, se vuelve incluso hostil hacia una vida echada por la borda, hablando sobre una muerte que nació tiempo atrás, una muerte lenta que va llegando, poco a poco y sin hacer ruido. Una muerte anímica, de quien ve más pasado que futuro a pesar de la corta edad. Y nos habla de ella, y de las relaciones, con las personas, pero también con la vida. Y es en esa relación y en las reflexiones que el autor hace donde explota su potencial y donde demuestra que sus veintipocos años puede que no sean tan pocos, y que hay mucha vida vivida y más aún comprendida, y que la profundidad de una narración va emparejada con la capacidad del autor en llegar más allá de lo esperado. Se nota que Mas Craviotto tiene mucho que contar y espero con ganas que el futuro le depare lo que su prometedor presente augura.
Gracias, Marc. Habiendo leído tu comentario, ¿crees que sería una lectura interesante para un adolescente de 16 años? (También tiene un hermano). Él viene de leer literatura fantástica. En fin. Creo que es uno de esos regalos "trampa" porque luego le pediría el libro para leerlo yo... :)
ResponderEliminarHola, Òscar.
ResponderEliminarYo creo que no es una lectura para alguien de 16 años porque trata temas bastante profundos como el dolor, la muerte, la pérdida, y lo hace desde un punto de vista bastante pesimista, no totalmente triste pero sí con algo de pesar y derrotismo. Porque la “muerte lenta” hace referencia a lo que se va muriendo en nuestras vidas, aquello que vamos perdiendo, o que dejamos que se pierda.
Yo no lo recomendaría a alguien de 16 años, porque creo que además de lo expuesto, no podría reflexionar sobre estos temas con profundidad. Seguramente habrá lecturas mejores para alguien de su edad, aunque no soy un experto (ni mucho menos) en el tema.
Saludos, y gracias por preguntar y comentar.
Marc
Al contrario, muchas gracias a ti por tu consejo. Parece muy sensato lo que dices. Entonces me lo compraré para mí; espero que me haga reflexionar, como dices.
ResponderEliminar¡Saludos!
Un placer, Òscar.
ResponderEliminarSi lo lees, espero que compartas tu opinión con nosotros.
Saludos
Marc
Qué significa "solitud"?
ResponderEliminarhola, Anónimo.
ResponderEliminarSe trata de una palabra que, aunque en desuso, sería equivalente a "soledad".
Saludos
Marc