Título original: In the distance
Traducción: Jon Bilbao (ed. en castellano) / Josefina Caball (ed. en catalán)
Año de publicación: 2017
Valoración: entre bastante recomendable y muy recomendable
Hay libros que deberían llevar una faja a modo de aviso, indicando algo parecido a «no empezar este libro a menos que haya tiempo suficiente para leerlo de un tirón». Porque hay novelas que te arrastran inexorablemente por su alto ritmo narrativo y te sumergen de lleno en la historia contada; relatos que rezuman majestuosidad y aires de grandeza; epopeyas que transcurren veloces por vastos y extensos parajes, con historias que crecen y se expanden, desbordando el propio personaje que la protagoniza. Y que son tremendamente adictivas, como es el caso del libro que nos ocupa.
El inicio del libro es trepidante, atrayente, totalmente cautivador. Porque conocemos a Håkan Söderström, protagonista único de la historia. Y la manera en la que el autor nos lo introduce lo envuelve de un aura de misterio que hace justicia a la leyenda del hombre que iremos conociendo. Esa breve introducción, ese prólogo de pocas páginas con las que empieza el libro da muestra evidente de un hábil manejo de la tensión narrativa, el suspense y el sostenimiento del clímax, consiguiendo que entremos de lleno en la historia, en ese barco encallado en la nieve con una tripulación aislada y alejada, con esa figura misteriosa y poderosa que emerge del agua en el nerviosismo emocional propio de una situación que está en vías de estallar. Hay misterio, hay incluso un halo tirando a sobrenatural, hay tensión. Y todo esto, en un inicio de un libro, es algo que se agradece y te empuja a seguir la lectura ávidamente.
De esta manera, con ese inicio arrebatador, la mano hábil de Díaz nos traslada desde ese barco al pasado de Håkan, a su infancia y posterior llegada accidental a California, tierra de ambiciosos y ávidos buscadores de oro donde desfilan caravanas de carros, salones, estafadores, delincuentes y malhechores. La narración nos lleva a esas tierras áridas, secas, de desiertos, hambruna y corruptelas. La tensión narrativa de este libro es brutal, porque te atrapa desde un inicio y la travesía hacia la costa este en busca de su hermano se convierte en un page-turning de manual, pero con un escenario diferente al habitual: la reformulación del típico western. Porque aunque es cierto que hay buscadores de oro, estafadores, delincuentes, carros y armas de fuego, travesías por el desierto y mil elementos más hartamente vistos, la novela se convierte en el antiwestern que muchos afirman, y no porque no salgan en ella sus elementos típicos (y arquetípicos), sino porque Håkan es un elemento externo a todos ellos; él no busca ser un protagonista, él es una víctima colateral de unos desmitificados pilares sobre los que se construyó América durante la fiebre del oro. Con ello, el espíritu que le da al libro Hernán Díaz es inusual, convirtiendo estos elementos como algo accesorio, casi secundario, un escenario conocido para ubicar en él la verdadera intencionalidad del autor: construir una novela de formación y superación a la vez que sitúa el western en otra esfera. Porque la figura de Håkan crece y engrandece en cada nuevo paso, en cada nueva etapa del camino, en cada nuevo reto.
Así, esta novela somete al western clásico a una revisión, una revisión extensiva a la historia de los mitos fundacionales de los Estados Unidos de América, y a las dificultades y penurias de los inmigrantes para sobrevivir y hacer frente a maleantes, estafadores, sheriffs corruptos y arribistas. De manera parecida a como hizo Philipp Meyer en «El hijo», Hernán Díaz pone el acento y el protagonismo en la víctima, en el diferente y utiliza este enfoque para reprobar el comportamiento de los blancos para conseguir su propósito: enriquecerse. Pero mientras Meyer rompía la imagen históricamente impoluta de los blancos para criticar sus actos, Díaz utiliza el western no para únicamente objetar las prácticas poco éticas sobre las que reposa el mito fundacional estadounidense, sino también, y especialmente, para tratar sobre la no pertenencia; el autor utiliza estos elementos para construir un bildungsroman que se construye a partir de la soledad y el desarraigo como elemento nuclear. Y Díaz sabe de lo que habla, pues su biografía recorre la vivencia en diferentes ciudades sin sentirse parte de ninguna de ellas, y esa sensación de extranjero, casi intruso, se traslada de manera inexorable a este libro.
En la inmensa y colosal figura de Håkan, caben aquellas dificultades y contratiempos de quien se embarca en una aventura sin un claro final y lo hace solo, con el desamparo y el desarraigo del que se siente no únicamente lejos de su tierra, sino ajeno al territorio donde vive, ajeno a sí mismo y a su propio cuerpo y pensamiento. El castigo infringido por la desazón y el desaliento, por las inclemencias de una vida de desesperanza e incertidumbre. Hernán Díaz sabe cómo trasladar ese sentimiento a la novela y lo hace con un protagonista que desconoce el idioma de la tierra de acogida, que no sabe cómo integrarse ni hacerse comprender, que se siente extraño; el aislamiento que le provoca su majestuosa estatura la crea una barrera que le separa de la confianza y la empatía de sus prójimos; su dificultad dialéctica es a su vez otro elemento que genera distancia y el autor lo aprovecha para minimizar el diálogo en la narración, dejando a Håkan a su merced, incomunicado; un extranjero desconfiado en quien tampoco nadie confía. Así, en esa soledad que se percibe en el texto, Håkan nos coge de la mano y nos invita a su mundo, un mundo sin comunicación, sin entendimiento, sin comprensión, sin confianza y sin prácticamente esperanza. El hombre contra los elementos, el hombre contra sus semejantes, el hombre solitario e incomprendido. El extranjero.
Porque a pesar de esos aires de western que ostenta, la novela va más allá de la típica novela de aventuras que parece en su primera mitad, y es especialmente en su último tercio donde el tono oscurece, donde el brillo y ritmo rápido que nos ha acompañado hasta aquí cambia de velocidad, donde aquellas trepidantes peripecias por vastas tierras quedan atrás para pisar, abruptamente, terrenos más áridos: el terreno emocional, donde el sufrimiento y la desolación que han ido acompañando el periplo de Håkan afloran y dominan el escenario. En el sufrimiento de Håkan nos vemos reflejados, en su solitud encontramos compañía, sus temores se funden con los del lector que padece con él.
Bien es cierto que sobra algún discurso moral o científico del naturista Lorimer, algo repetitivo e innecesario, pero por suerte son pocas páginas donde también hay elementos de interés y donde cobran sentido esas páginas de enseñanza básica (y algo de mensaje moral) para ver poco después el porqué. Porque esas enseñanzas a Håkan lanzan a su vez un mensaje claro para todos nosotros: la tierra no existe para ser explotada o para ser un obstáculo para quién transita por ella. La tierra existía ya antes que nosotros. Así, hay en esta novela también cierto componente de denuncia, de intencionalidad en volver a valorar la tierra como parte de nuestro mundo y defender la idea de que debemos coexistir y respetarla, en un claro mensaje que evoca a un trascendentalismo al que quizá deberíamos volver o al menos tener en cuenta.
Este un relato que trata sobre la soledad, la confianza en uno mismo y la desconfianza hacia los demás, el auto conocimiento y la superación, el aprendizaje necesario para sobrevivir, no únicamente respecto al mundo sino también respecto a uno mismo, a tolerar los defectos y conocer las virtudes, a mirar el mundo con generosidad y abierto a un aprendizaje vital sin el cual la travesía es incompleta y a aceptarse y encontrar aquello que desconocíamos que buscábamos: nosotros mismos. Porque en todo este trayecto, lo que queda a lo lejos, en el horizonte, es únicamente un mero objetivo que perseguimos mientras conseguimos lo verdaderamente importante: formarnos como personas mientras buscamos nuestro lugar en el mundo.
El inicio del libro es trepidante, atrayente, totalmente cautivador. Porque conocemos a Håkan Söderström, protagonista único de la historia. Y la manera en la que el autor nos lo introduce lo envuelve de un aura de misterio que hace justicia a la leyenda del hombre que iremos conociendo. Esa breve introducción, ese prólogo de pocas páginas con las que empieza el libro da muestra evidente de un hábil manejo de la tensión narrativa, el suspense y el sostenimiento del clímax, consiguiendo que entremos de lleno en la historia, en ese barco encallado en la nieve con una tripulación aislada y alejada, con esa figura misteriosa y poderosa que emerge del agua en el nerviosismo emocional propio de una situación que está en vías de estallar. Hay misterio, hay incluso un halo tirando a sobrenatural, hay tensión. Y todo esto, en un inicio de un libro, es algo que se agradece y te empuja a seguir la lectura ávidamente.
De esta manera, con ese inicio arrebatador, la mano hábil de Díaz nos traslada desde ese barco al pasado de Håkan, a su infancia y posterior llegada accidental a California, tierra de ambiciosos y ávidos buscadores de oro donde desfilan caravanas de carros, salones, estafadores, delincuentes y malhechores. La narración nos lleva a esas tierras áridas, secas, de desiertos, hambruna y corruptelas. La tensión narrativa de este libro es brutal, porque te atrapa desde un inicio y la travesía hacia la costa este en busca de su hermano se convierte en un page-turning de manual, pero con un escenario diferente al habitual: la reformulación del típico western. Porque aunque es cierto que hay buscadores de oro, estafadores, delincuentes, carros y armas de fuego, travesías por el desierto y mil elementos más hartamente vistos, la novela se convierte en el antiwestern que muchos afirman, y no porque no salgan en ella sus elementos típicos (y arquetípicos), sino porque Håkan es un elemento externo a todos ellos; él no busca ser un protagonista, él es una víctima colateral de unos desmitificados pilares sobre los que se construyó América durante la fiebre del oro. Con ello, el espíritu que le da al libro Hernán Díaz es inusual, convirtiendo estos elementos como algo accesorio, casi secundario, un escenario conocido para ubicar en él la verdadera intencionalidad del autor: construir una novela de formación y superación a la vez que sitúa el western en otra esfera. Porque la figura de Håkan crece y engrandece en cada nuevo paso, en cada nueva etapa del camino, en cada nuevo reto.
Así, esta novela somete al western clásico a una revisión, una revisión extensiva a la historia de los mitos fundacionales de los Estados Unidos de América, y a las dificultades y penurias de los inmigrantes para sobrevivir y hacer frente a maleantes, estafadores, sheriffs corruptos y arribistas. De manera parecida a como hizo Philipp Meyer en «El hijo», Hernán Díaz pone el acento y el protagonismo en la víctima, en el diferente y utiliza este enfoque para reprobar el comportamiento de los blancos para conseguir su propósito: enriquecerse. Pero mientras Meyer rompía la imagen históricamente impoluta de los blancos para criticar sus actos, Díaz utiliza el western no para únicamente objetar las prácticas poco éticas sobre las que reposa el mito fundacional estadounidense, sino también, y especialmente, para tratar sobre la no pertenencia; el autor utiliza estos elementos para construir un bildungsroman que se construye a partir de la soledad y el desarraigo como elemento nuclear. Y Díaz sabe de lo que habla, pues su biografía recorre la vivencia en diferentes ciudades sin sentirse parte de ninguna de ellas, y esa sensación de extranjero, casi intruso, se traslada de manera inexorable a este libro.
En la inmensa y colosal figura de Håkan, caben aquellas dificultades y contratiempos de quien se embarca en una aventura sin un claro final y lo hace solo, con el desamparo y el desarraigo del que se siente no únicamente lejos de su tierra, sino ajeno al territorio donde vive, ajeno a sí mismo y a su propio cuerpo y pensamiento. El castigo infringido por la desazón y el desaliento, por las inclemencias de una vida de desesperanza e incertidumbre. Hernán Díaz sabe cómo trasladar ese sentimiento a la novela y lo hace con un protagonista que desconoce el idioma de la tierra de acogida, que no sabe cómo integrarse ni hacerse comprender, que se siente extraño; el aislamiento que le provoca su majestuosa estatura la crea una barrera que le separa de la confianza y la empatía de sus prójimos; su dificultad dialéctica es a su vez otro elemento que genera distancia y el autor lo aprovecha para minimizar el diálogo en la narración, dejando a Håkan a su merced, incomunicado; un extranjero desconfiado en quien tampoco nadie confía. Así, en esa soledad que se percibe en el texto, Håkan nos coge de la mano y nos invita a su mundo, un mundo sin comunicación, sin entendimiento, sin comprensión, sin confianza y sin prácticamente esperanza. El hombre contra los elementos, el hombre contra sus semejantes, el hombre solitario e incomprendido. El extranjero.
Porque a pesar de esos aires de western que ostenta, la novela va más allá de la típica novela de aventuras que parece en su primera mitad, y es especialmente en su último tercio donde el tono oscurece, donde el brillo y ritmo rápido que nos ha acompañado hasta aquí cambia de velocidad, donde aquellas trepidantes peripecias por vastas tierras quedan atrás para pisar, abruptamente, terrenos más áridos: el terreno emocional, donde el sufrimiento y la desolación que han ido acompañando el periplo de Håkan afloran y dominan el escenario. En el sufrimiento de Håkan nos vemos reflejados, en su solitud encontramos compañía, sus temores se funden con los del lector que padece con él.
Bien es cierto que sobra algún discurso moral o científico del naturista Lorimer, algo repetitivo e innecesario, pero por suerte son pocas páginas donde también hay elementos de interés y donde cobran sentido esas páginas de enseñanza básica (y algo de mensaje moral) para ver poco después el porqué. Porque esas enseñanzas a Håkan lanzan a su vez un mensaje claro para todos nosotros: la tierra no existe para ser explotada o para ser un obstáculo para quién transita por ella. La tierra existía ya antes que nosotros. Así, hay en esta novela también cierto componente de denuncia, de intencionalidad en volver a valorar la tierra como parte de nuestro mundo y defender la idea de que debemos coexistir y respetarla, en un claro mensaje que evoca a un trascendentalismo al que quizá deberíamos volver o al menos tener en cuenta.
Este un relato que trata sobre la soledad, la confianza en uno mismo y la desconfianza hacia los demás, el auto conocimiento y la superación, el aprendizaje necesario para sobrevivir, no únicamente respecto al mundo sino también respecto a uno mismo, a tolerar los defectos y conocer las virtudes, a mirar el mundo con generosidad y abierto a un aprendizaje vital sin el cual la travesía es incompleta y a aceptarse y encontrar aquello que desconocíamos que buscábamos: nosotros mismos. Porque en todo este trayecto, lo que queda a lo lejos, en el horizonte, es únicamente un mero objetivo que perseguimos mientras conseguimos lo verdaderamente importante: formarnos como personas mientras buscamos nuestro lugar en el mundo.
También de Hernán Díaz en ULAD: Fortuna
¡Que sea la última vez que se reseña (sin mi previa aprobación) a un autor argentino en ULAD! ¡Y encima con tan buena pinta! He dicho
ResponderEliminarJA,JA,JA,JA
EliminarOops, Koldo...
ResponderEliminarComo diría aquél: "lo siento mucho, no volverá a suceder".
Lo curioso del caso, y que al final no he incluido en la reseña porque ya bastante larga me ha quedado, es que se trata de su primera novela (que además se publicó en una editorial muy pequeña) y que por fortuna (o por mérito de la obra) acabó siendo finalista del Pulitzer y del PEN/Faulkner Award for Fiction.
Por tanto, sí, el libro hay que tenerlo en cuenta pero también seguirle la pista de lo que publique en el futuro. Y lo reseñaremos en ULAD, con tu permiso, claro ;-)
Saludos
Marc
Lo tengo en la lista para enviárselo a mi librería habitual.
ResponderEliminarPido los libros a las librerías físicas. Saludos por el blog.. Mayor Thompson
Haces bien, Mayor Thomson, al pedir este libro y al hacerlo a las librerías físicas, pues, para muchos, son como un segundo hogar; larga vida a las librerías.
ResponderEliminarCuando hayas leído el libro, sí te animas a comentar será un honor leerte.
Saludos
Marc
Lo compré según salió. Ahora está en la /interminable) estantería de lecturas pendientes, pero a ver si en unas semanas me pongo con él.
ResponderEliminarComo anécdota, echando un ojo rápido al planning editorial de este año de impedimenta lo vi así por encima y me pareció ver que era un western escrito por Jon Bilbao, no vi lo de traducido, y me apetecía un montonazo semejante artefacto (que resultó ser imaginario).
Hola, GtM.
ResponderEliminar¡Qué buena, la anécdota! Aún y el error, ya verás que no es tal porque el libro vale la pena.
Cuando lo leas, espero que nos cuentes qué tal.
Saludos, y gracias por comentar.
Marc
Gracias Marc.. Aparte de las librerías compro los periódicos en plural.. De papel en quioscos y librerías me da mucha pena que cierren los quioscos pero claro está que la aparición de los móviles e Internet lo ha cambiado. Os doy mil gracias por vuestro blog. Mayor Thompson
ResponderEliminar¡Gracias a ti, Mayor Thompson!
ResponderEliminarSaludos
Marc
He llegado a este libro a través de Rebecca Solnit, en A field guide to getting lost. Leer esta crítica en Ulad, me ha precipitado a hacerme con el. Allá voy! Sigo Ulad hace años Muchas gracias por tu reseña.
ResponderEliminarHola, Elena.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu fiel seguimiento a ULAD, y espero que nos dejes tus sensaciones cuando hayas leído el libro para contrastar opiniones.
Saludos
Marc
Tras un comienzo potente y prometedor, de los que hacen que te frotes las manos, se me han ido desinflando las expectativas y lo he terminado sin más. En mi opinión, entre el comienzo y el fin, le faltan unos cientos de paginas; la lectura no me ha transmitido el paso del tiempo del modo en que realmente lo hace; existen situaciones y comportamientos inverosímiles (p.e. el grado de entendimiento científico con el naturalista, teniendo en cuenta la barrera del idioma y su mula instrucción); y algunos aspectos más. Leí hace poco "Eso es todo y ahora me rindo" de A. Enrique, que comparten algo de espacio/tiempo, y aunque no tengan nada que ver la una con la otra, esta la disfruté mucho. La mayoría de las veces coincido con vuestras valoraciones, pero en este caso y tras las expectativas que "me creasteis", para mí es un "está bien". Pondré "Fortuna" en la interminable lista de pendientes, que también parece que promete... Salud!
ResponderEliminarA mí me gustó. Buena novela. Original y muy bien escrita. Es escritor que hay que seguir, Hernán Díaz.
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