Título original: Die Aufzeichnungen des Malte Laurids Brigge
Traducción: Francisco Ayala
Año de publicación: 1910
Valoración: Está bien (pero no es fácil)
Por una vez, la ilustración de la cubierta (vetusta edición
de Losada) dice mucho de lo que encontraremos en el interior, al menos de sus
elementos más básicos. Vemos un libro o cuaderno cuyas páginas entreabiertas
están escritas a mano, con la caligrafía descuidada de unas notas personales.
Es eso justamente lo que es el libro, los apuntes (así aparece traducido en
otras ediciones) de un joven escritor danés, reflexiones escritas en aparente desorden durante una
estancia fuera de su tierra. El dónde nos lo indica, aunque no lo parezca, la
cubierta de ese cuaderno en la que se ve a un individuo definido con trazos
básicos, monocromo y casi neolítico, que pasea su soledad bajo farolas que no
iluminan, sobre un fondo urbano de edificios grises, anónimos, que podría ser
cualquier lugar, pero siempre un lugar frío, que no acompaña ni acoge ni
inspira. Ni más ni menos que París.
Malte es, como digo, un escritor en ciernes, de familia
noble, que seguramente llega a París como tantos otros buscando su lugar en el ombligo
del mundo artístico. Pero lo que encuentra es la desolación que vemos en la
imagen, nada de cafés, bulevares ni torre Eiffel. Es quizá la primera sorpresa
que depara el texto: acostumbrados como estamos a la bohemia, el glamour y las
buhardillas, la ciudad áspera y deshumanizada que presenta Malte es como un
puñetazo, descargado además de forma poco convencional, a través de escenas en
que domina la sordidez y hasta la deformación del entorno, como la terrible
sala de espera de una consulta médica, o el hombre que camina con movimientos
espasmódicos. La cosa se explica mejor si pensamos que el libro tiene un cierto
sesgo autobiográfico, porque efectivamente Rilke estuvo en París –en concreto,
trabajando para el escultor Rodin- y su estancia no parece que resultó muy
satisfactoria.
La verdad es que tampoco se nos cuenta nada más, si a hechos
concretos nos referimos. Casi la totalidad del libro son, como decía al
principio, reflexiones de Rilke a través de la voz de Malte, expuestas con
técnica y estética expresionistas, sin apenas orden lógico y discurriendo sin
interrupción entre experiencias personales, teorías y recuerdos. Sin llegar a
ser un exactamente un monólogo, el lector se puede hacer idea de que estamos
ante ese tipo de literatura fronteriza que oscila entre la novela, el diario,
el ensayo y la autobiografía, como activada por un impulso que hace fluir las
ideas sin que sea posible estructurarlas del todo.
Estas ideas se mueven por campos diversos, aunque siempre en
torno al ‘yo’, con un cierto trasfondo existencialista. Por ahí circulan
algunas reflexiones inusuales, como la dignidad de una ‘muerte propia’, un
final identificado con el individuo en paralelo a la construcción de una ‘vida
propia’; o el valor del 'amor intransitivo', algo que se parecería a lo que en
lenguaje de bar llamaríamos amor platónico, pero elevado al más alto nivel de
pureza e intensidad no degradadas por su traslación a la realidad. El proceso
creativo ocupa también un no despreciable número de páginas, o más bien la
necesidad de escribir para salir de ese cierto marasmo vital en que Malte
parece verse sumido. Realmente, la cosa no es tan sencilla, porque el grado de
abstracción del texto es bastante elevado y, sinceramente, no es difícil
perderse en los recovecos de la lógica de Rilke. Más todavía: tengo la profunda
sospecha de que la traducción de don Francisco Ayala no facilita mucho la
tarea. No tengo ni idea de alemán, y el estilo de Rilke cuando se interna en
esos campos de la conciencia individual tiene un aire espontáneo y quebradizo
que seguramente es complicado para el traductor. Pero da toda la sensación de
que Ayala se dejase llevar por la literalidad, y a veces el texto parece sacado
de una especie de traductor de Google avant la lettre. Complicado de seguir.
No siempre, porque en otros momentos, en especial cuando los
pensamientos de Malte se remontan a su infancia, la prosa resulta luminosa y
disfrutamos de pasajes brillantes, figuras poéticas a veces complejas,
descripciones sorprendentes (la medianera desnuda de un edificio, la tapa de un
tarro de cristal y su imagen reflejada) y escenas inquietantes, como la madre
obsesionada con agujas amenazantes, o la mano cercenada que cobra vida. Las
manos, cuya presencia surge en distintos momentos, centran la atención de Rilke
y le llevan a fijarse en su textura, su forma o temperatura, como aquellas que ‘al
formar el puño eran, en verdad, como cabezas de locos’. Todo un repertorio de
imágenes poderosas conducidas sobre el papel por el genio poético del autor.
Con todo, se pregunta uno hasta dónde hubiera llegado Rilke
de haber querido (o de haber sabido) construir una narración algo más lineal e
integrar todo este caudal creativo en una historia más sólida o con mayor desarrollo. Pero
en fin, eligió sumergirse en ese magma íntimo y expresionista que, salvo para
los muy iniciados o muy interesados, quizá deja al lector medio un poquito
descolocado. Una vieja amiga a quien no nombraré escribió su tesis precisamente
sobre Rilke, así que solo espero que no lea esta reseña porque seguro que no me
perdonaría la vulgaridad de mis opiniones sobre este libro.
Mircea Cartarescu lo menciona en una de sus obras de los libros que leía y releía (me atrevo a decir) en sus años de formación. Queda anotado con lo de lectura difícil subrayado para no ponerme en el asunto en un momento del año agotador. Saludes.
ResponderEliminarSe ve que tenía buenos mimbres Cartarescu para sacar provecho de esa lectura, porque tiene densidad y efectivamente no es fácil, al menos en una parte importante. Como novela de formación, que desde luego lo es, en algún momento me ha hecho recordar al 'Retrato del artista adolescente'. No se parecen en nada, pero de alguna manera son como una misma imagen vista a través de dos prismas diferentes. Y curiosamente bastante próximas en el tiempo.
ResponderEliminarGracias por tu comentario, y un saludo.
Carlos, nuevamente he debido meterme en el tunel del tiempo. Accedí a Rilke como lectura obligatoria en el colegio secundario. Cartas a un joven poeta. Tiempo después, leí el canto de amor y muerte al corneta cristobal Rilke. Y finalmente, una biografía de Rodin. No recuerdo haber disfrutado su lectura, aún cuando mi abuela lo consideraba un extraordinario poeta y escritor. Alguien recuerda a Rilke en pleno siglo XXI? Pues lo dudo mucho, por lo que se hace muy valioso tu rescate.
ResponderEliminarUn cordial saludo!
Un poco de arqueología literaria no viene mal, que ya se ocupan mis compañeros de presentarnos (mayoritariamente, aunque no siempre) cosas fresquitas y de actualidad. No conozco la obra poética de Rilke, que es precisamente a lo que debe su fama, o debía, porque en efecto no parece que su recuerdo perdure mucho en esta época nuestra. Pero bueno, hay tantos autores que han terminado devorados por las modas...
ResponderEliminarOtro aspecto interesante de Rilke es que forma parte de ese muy estimable grupo de escritores checos de lengua alemana, que bien podrían ser una metáfora de lo europeo como concepto. Los idiomas son a veces barreras que separan, pero otras son puentes que saltan fronteras administrativas. Es bonito, creo yo.
Saludos, Puma, y hasta el próximo incunable, jeje.
ResponderEliminarI'm appreciate your writing skill. Please keep on working hard. Thanks for sharing.