Año de publicación: 1967
Valoración: Decepcionante
Lástima no haber leído en su momento esta novela, porque hubiera podido integrarse con toda naturalidad en aquella semana que titulamos Ciudades de libro, ya saben, sobre libros en los que el protagonista era propiamente una ciudad. En este caso hablamos de La Habana, que viene a ser el personaje central de esta primera novela de Guillermo Cabrera Infante. Concretamente, La Habana pre-castrista y su ambiente nocturno, en los que se desenvuelve… No, no vamos bien.
Antes de nada hay que advertir que TTT (como le gustaba denominar a su propio autor) es una novela de cierto corte experimental. Que efectivamente pivota en torno a la noche habanera y algunos de sus personajes (algunos), y que puntualmente incorpora el habla propia del lugar –el mismo autor dice que está escrito en cubano, lo que le hemos respetado aunque sea bastante menos evidente de lo que uno puede esperarse. Pero que contiene también elementos de total ruptura con una narración lineal, algunas audacias estilísticas, el humor y los juegos de palabras que evocan rápidamente a Joyce… No, tampoco.
Realmente, Tres tristes tigres son varios libros en uno. La atmósfera de los bares y clubs es desde luego lo primero que encuentra el lector. Es el mundo desinhibido de la ciudad por la que se mueven tres amigos en busca de diversión y aventuras sexuales. El dibujo es convincente, ayuda el lenguaje, que a veces (no siempre) se desliza hacia lo coloquial, y tenemos la sensación de que va tomando forma cierto argumento. Se observa alguna propensión a asumir riesgos, pero siempre pertinentes y bajo control. Este primer llamémosle bloque –con capítulos titulados siempre Ella cantaba boleros- se corresponde más o menos con una obrita, o parte de ella, que el mismo Cabrera dice haber escrito antes, y que incorporó luego a TTT.
Pero no tardamos mucho en encontrar cosas diferentes. De repente, y sin venir a cuento, nos cuela don Guillermo una sucesión de textos en los que supuestamente parodia la forma en que otros escritores cubanos (Nicolás Guillén, Lezama Lima, Carpentier y unos cuantos más) relatarían el asesinato de Trotsky. Viene a ser un remedo de los Ejercicios de estilo de Queneau, pero mucho, muchísimo más largo, algo cuya intencionalidad política es tan clara como su falta de gracia y, peor todavía, su incongruencia con la narración anterior. Pero no se relaja nuestro asombro porque de inmediato Cabrera se introduce de lleno en un eterno juego de palabras, páginas y más páginas de incesantes trucos y humoradas, aderezadas con innumerables referencias cultistas, a otros libros, películas y personajes, párrafos y medias conversaciones en inglés y francés, que hacen de la lectura un ejercicio heroico. Uno es especialmente paciente con la creatividad de los autores y hasta admira la capacidad para retorcer las formas pero, queridos amigos, siempre que este tipo de despliegues tenga algún sentido narrativo. En este caso –y esto es lo peor de todo- este empacho de erudición y malabarismos no conduce absolutamente a NADA.
Con todo esto, me queda la intensa sensación de que este libro no es más que un enorme refrito. Tomamos un relato inicial con buenas hechuras, que apunta cosas interesantes aunque se diluya en el vacío, le añadimos un tochete de parodias escritas en un rapto de inspiración y que no interesan lo más mínimo, y luego dejamos volar el espíritu burlón, el chiste y la esgrima estilística para llenar algún centenar más de páginas. Ya tenemos un volumen de un grosor respetable, de esos que impresionan a cierto tipo de críticos. Pero no se ve voluntad integradora, no hay coherencia ni –al menos en este texto- solidez con que construir algo que se parezca a una novela. Cabrera cita varias veces a Joyce, y hasta creo que se proclama admirador. Pero no basta, ni mucho menos, con apuntarse al carro de la broma y la dispersión: se justifican si están al servicio de una columna vertebral, de una idea en la que encajan el tiempo narrativo, el objeto y el lenguaje. Si no es así, son simples juegos florales, un pasatiempo un poco bobo para quien esté dispuesto a reírle la gracia.
No puedo dejar de admitir que detrás de este edificio tan amorfo parece haber cierta finura, talento para narrar y para sorprender con algunos giros interesantes y arriesgados. Lo vemos sobre todo en la última parte del libro (no llegará a cien páginas), cuando el autor parece retomar la historia inicial hacia la que lanza algunos cabos, como para justificar el relleno y cerrar el libro de alguna forma digna. Pero ni mucho menos es suficiente. Incluso ese entorno de los jóvenes en la noche cubana –lo más atractivo del libro- acaba por sumergirnos en el hastío de no ver más que unos intelectuales plastificados demostrando su ingenio frente a muchachas incultas que no se enteran de nada y, estas sí, hablan todo el rato en cubano.
También de Guillermo Cabrera Infante en ULAD: Puro humo
Hace poco que le he leído la novela y he participado de impresiones parecidas a la de esta crítica. Me costó leerla pero no tengo la impresión de haber perdido el tiempo. Solo que esta novela fue terminada en 1964 y publicada en 1967. Ha envejecido mal. Lo que entonces tenía gracia, ahora ya no nos lo parece. Esta dimensión de juego fortuito y aleatorio en la novela ya no es de nuestro gusto. Incluso Rayuela de Cortázar que leí varias veces en su tiempo y que me parecía apasionante y una novela de culto, en la última relectura se me caía de las manos, y tuve que dejarla. ¿Cómo puede ser que esta novela que a los 21 años me fascinaba ahora me resultara tan plomiza? Había cambiado el tiempo, sus mitos, sus motivaciones, su sentido y yo también había cambiado, treinta y cinco años después. Hay literatura de época que envejece mal y Tres triste tigres es así.
ResponderEliminarHola Joselu. Entiendo lo que apuntas, y puede ser que desde la perspectiva con que se lee hoy en día obras como esta queden descolocadas, aunque el grado de innovación que pudo suponer este libro en 1967 tampoco creo que fuese tan grande. En todo caso, me cuesta creer que en este caso sea simplemente un caso de mal envejecimiento. A poca mente abierta que tengamos (en mi caso creo que bastante), podemos leer hoy en día a autores innovadores y rupturistas que escribieron hace un siglo y no me parece que estén obsoletos de ninguna manera. Pero en TTT mi opinión es que no hay audacia sino improvisación, y por tanto el libro no se sostiene. Y sigo diciendo que cincuenta o setenta páginas de tres jovenzuelos haciendo jueguecitos de palabras no cuelan de ninguna manera.
ResponderEliminarGracias por tus opiniones, y un saludo.
Sin embargo, como dato complementario he de decir que la leí hace seis meses porque en una entrevista a Fernando Savater TTT le parecía una obra sumamente inspiradora y radicalmente creativa. He leído novelas de Cortázar como Los premios y me he sentido totalmente aburrido. Pienso que el factor de época es un elemento esencial, lo que no quita que Cien años de soledad haya resistido bien el embate del tiempo o Tiempo de silencio de Luis Martín Santos. Es un misterio lo que hace de una obra algo imperecedero. Shakespeare sigue siendo esencial o El Quijote o Montaigne o Goethe y tienen varios siglos. Una época aprecia ciertas cosas que luego en épocas posteriores no se ven del mismo modo. He visto películas de los años sesenta aburridas y planas. Los años sesenta son una cápsula en el tiempo que ahora ya no podemos comprender demasiado. Esa insostenibilidad de TTT entonces a los lectores les decía muchas cosas respecto a la Cuba castrista a los lectores. De hecho fue una novela censurada. Un cordial saludo.
ResponderEliminarEs uno de los debates clave de la literatura ¿qué convierte a una obra en un clásico que mantiene su vigencia durante siglos? Se podría discutir eternamente sobre ello, y así llegaríamos a distinguir claramente a esos libros -muchos- que pueden causar un impacto en cierto momento pero luego pierden todo su vigor, por muy diferentes motivos.
ResponderEliminarEn todo caso, a la vista de las casi 500 páginas, me cuesta entender por qué TTT tuvo en su época el reconocimiento que efectivamente creo que tuvo. Desde luego, me resisto a pensar en que fuera por méritos literarios que, como he comentado, no le veo por ninguna parte, o casi. Puede que en esa época (años 67-68) una figura como la de Cabrera, ya enfrentado a Castro y en efecto vetado por él, fuese un buen candidato a ganar visibilidad en plena Guerra fría. Y, a decir verdad, tampoco entiendo la fobia del régimen cubano contra esta novela, como no sea por ese extraño capítulo 'dedicado' a Trostky o tal vez por motivos que se encuentran fuera del propio libro.
No sé, puede que me estén afectando las temperaturas que venimos aguantando por aquí a estas alturas de octubre, pero todo alrededor de este libro me causa un cierto estupor. Pero sobre todo sigo opinando que, salvo algunos destellos al principio y al final, me resulta un tocho indigerible y del que no saco ningún provecho.
Gracias por la charla, Joselu.
Que atinado el otro título reseñado de este autor, va con la reseña de esta otra obra suya jaja.
ResponderEliminarMuy agudo, Ral. Y es una pena, porque al principio el libro apuntaba cosas interesantes.
ResponderEliminarSaludos!
Allá por fines de los 70 y comienzos de los 80, en mi ciudad natal, La Plata, se llevaban a cabo ciclos de cine arte, organizados por un conocido crítico cinematográfico de la ciudad. Así me pude sumergir en la obra de Ingmar Bergman, Nikita Mikhalkov, Herzog, Fassbinder, Wajda, Zanussi y muchos otros. Normalmente, el programa contenía una crítica de la película exhibida de Guillermo Cabrera Infante. Así lo conocí a este hombre. Su prosa era envidiable, sus conocimientos sobre cine muchos y diversos. Era parte fundamental de esas salidas. Las películas de los grandes maestros europeos y la crítica de Cabrera Infante. Inolvidable.
ResponderEliminarEl cine parece ser uno de los fuertes de Cabrera, y así lo deja bien claro en el libro, trasladando sus conocimientos a través de sus personajes, en mi opinión de forma abusiva y poco justificada. No estoy seguro de si llegó a escribir algún guión, y creo que colaboró con su hermano en una película que tuvo problemas con el régimen de Castro, lo que explicaría parte de sus desavenencias (disculpa, porque todo esto lo cito de memoria e igual no es muy exacto). En todo caso, debió ser gratificante asistir a esas sesiones de cine con la compañía de alguien que dominase el tema. Seguramente, el Cabrera cinéfilo estaba muy por encima del novelista, al menos en lo que se refiere a TTT.
ResponderEliminarUn saludo y gracias por tu aportación, Puma.
Leí esta novela hace unos 10 años y me dejó desconcertado.
ResponderEliminarEncontré pasajes brillantes alternando con auténticos tostones.
Y la mayoría de las referencias a cine y música escapaban a mis conocimientos.
También tuve la sensación de refrito que comentáis.
Pero no me dejó un sabor especialmente amargo, prueba de ello es que leí "La Habana para un infante difunto" que por cierto, me encantó.
Saludos
Gerónimo, veo que tus sensaciones coinciden más o menos con las mías, aunque a mí me ha dejado un regusto más bien frustrante. Tomo nota de tu recomendación aunque me he quedado con muy pocas ganas de repetir con 'Caín', que por lo visto era como firmaba Cabrera en sus tiempos de articulista (un acrónimo bien chulo, la verdad, y que dice mucho de su gusto por los juegos de palabras).
ResponderEliminarGracias por tu aportación y un saludo.
la literatura es ante todo lenguaje, palabras, sociolectos y desde luego proyectos de las visiones y acciones ficcionales de cualquier autor. Asimismo, las concepciones respecto de la teoría literaria de las novelas se radicalizaron lo que generó multiplicidad de discursos narrativos; se rompió con la unidad temporal y espacial (inicio, medio, final); la naturaleza de la línea argumental; la estructura del mundo representado; la construcción de los personajes, los tipos o estrategias narrativas por citar algunas observaciones y con ello los propósitos y la ética literaria que dio origen, asimismo, una una renovada sociología de la literatura y el lector. de aquella época hasta hoy los cambios son radicales, novísimos. TTT de Cabrera Infante es un reto y un desafío leerla. No existe presunción ni vanidad es el ejercicio de un escritor del Nuevo Tiempo, un constructor de la realidad narrativa ficcional.
ResponderEliminarNo creo que haya muchos lectores que defienda con más convicción el riesgo y la experimentación en literatura. Pero el uso de esas técnicas (no tan novísimas, tienen más de un siglo) no asegura por si mismo la calidad de la obra. Son solo recursos narrativos, medios para construir algo y no objetivos en si mismos. No todo vale.
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