Título original: Les Années
Traducción: Lydia Vázquez Jiménez (ed. en castellano) / Valèria Gaillard (ed. en catalán)
Año de publicación: 2008
Valoración: muy recomendable
«Todas las imágenes desaparecerán.»
Así empieza la novela de Annie Ernaux, y ya apunta de entrada hacia donde irá el libro, cuál es su propósito. Porque a esa frase le sigue un conjunto de imágenes, de recuerdos, que la autora narra siendo plenamente consciente que un día dejará de recordar, desparecerán, y se sumarán a las múltiples imágenes que nuestra memoria descarta y aleja de nuestra consciencia en un ejercicio de dudoso propósito.
Annie Ernaux acostumbra a basar su obra en su propia biografía y, fiel a su estilo, parte de momentos puntuales para dirigir la narración hacia un sitio u otro, hacia la adolescencia como en «Memoria de chica», hacia la madurez como en «La mujer helada» o hacia la enfermedad de su madre y cómo le afectó, como en «No he salido de mi noche». En este caso, hace algo diferente, y deja en parte de lado su parte más crítica para analizar su vida y la de la sociedad europea desde los años cuarenta hasta prácticamente nuestros días.
De esta manera, en orden cronológico, Annie Ernaux nos traslada de inicio a su infancia, en la década de los 40, una época donde la Segunda Guerra Mundial ocupaba el día a día, y nos recuerda sus años de escuela, aprendiendo el idioma a través de las reglas de la gramática del buen francés, un francés distinto al de casa donde había «la lengua original, la que no obligaba a reflexionar sobre las palabras». La autora brilla en el retrato de un pasado añorado, aunque difícil y, trasladándonos a esa época post Segunda Guerra Mundial, de penurias económicas y rigidez escolar, nos devuelve a la calidez de un hogar, de una infancia que aprovecha cada día sabiendo que el futuro está aún lejos, pero siendo consciente de los cambios que se acercaban. Desde su niñez contemplaba, finalizada la guerra, los avances de la sociedad y la cercanía de un progreso que prometía llevar a sus vidas el bienestar, la salud de los niños, casa luminosas y calles iluminadas. Un futuro que tenía forma de plástico, de fórmica, de antibióticos e indemnizaciones de la seguridad social.
La autora también nos recuerda la adolescencia, envuelta de un aura de sexo y deseo que la mentalidad de la sociedad constreñía y culpaba, el cambio físico y social existente que suponía para los jóvenes realizar el servicio militar, el paso del niño al hombre a ojos de uno mismo y de una mentalidad de costuras estrechas y rígidas como los uniformes que portaban. Y la juventud, con la sociedad que marca su horizonte, anclado por la alianza de un futuro matrimonio impuesto por la manera de pensar de una época que valora la virginidad y la castidad por encima de las libertades: «ni la inteligencia, ni los estudios, ni la belleza, nada contaba tanto como la reputación sexual de una chica, es decir, su valor en el mercado del matrimonio». Son párrafos que nos recuerdan inexorablemente a «La mujer helada», pero también a la experiencia narrada en «Memoria de chica».
Y en la madurez, la plena conciencia de verse realizada como mujer, de saber que el mundo está en las propias manos y que aquello que venga en forma de invento o progreso será mejor para sus vidas, unas vidas que avanzan rápidamente hacia un futuro altamente cambiante y prometedor, de tecnología y avances, de cambios sociales y apertura, de derechos y libertades; un momento en su existencia donde «nos sentíamos libres, no pedíamos nada a nadie» y expresa la ilusión que sentían al afirmar «el futuro parecía radiante, las tareas pesadas y sucias las harían los robots, todos los individuos tendrían acceso a la cultura y el saber». Una madurez, también familiar y afectiva, que viene de la mano de una familia, que la llena de emociones y sentimiento a la vez que de dudas sobre sí misma, pues se ha desviado de sus objetivos anteriores, con un creciente «miedo de instalarse en esta vida tranquila y confortable, haber vivido sin haberse percatado de ello». Y la añoranza a unos tiempos ya pasados, plagados de ilusiones y sueños, que chocan frontalmente con ese futuro que viene lleno de cosas materiales e innecesarias, de manera que «el pasado y el futuro, en definitiva, se han invertido, es el pasado, no el futuro, que ahora es objeto de deseo».
Como no puede ser de otra manera, la autora francesa también hace un alto en el camino para destacar el cambio que supuso el año 1968 en la sociedad, rompiendo todas las cotillas que ataban una sociedad al corpiño de estrictas normas sociales y leyes. La apertura del mundo, de las universidades y las tertulias, de los teatros y la cultura ofreciendo así el bien más preciado: la accesibilidad a las ideas. «Pensar, hablar, escribir, trabajar, existir de otra manera: sentíamos que no teníamos nada a perder si lo probábamos todo. 1968 era el primer año del mundo.»
Y ya en los 80, que dejó atrás muchas cosas del pasado, ya no se hablaba del antes, sino que se vivía el ahora, un ahora donde la religión había «dejado de atemorizar el imaginario de los adolescentes prepúberes, ya no se regulaban los intercambios sexuales y el vientre de las mujeres había salido de su control». Y el final de la década de la década, con la revolución de Tiananmén, la caída del muro de Berlín con la llegada del mundo del este a sus vidas, la difusión cada vez más de la enfermedad del sida, y la invasión de las tropas de Hussein a Kuwait, que prologaban una guerra, concepto que quedaba ya muy lejos en la memoria de la gente.
En sus recuerdos más cercanos a nuestros días, la autora destaca también el cambio de milenio, saltando de año con gran recelo por un efecto 2000 que no fue tal, pero que nos empujó a un mundo tecnológico que aceleró nuestras vidas, teniendo todo el mundo a nuestro alcance, consiguiendo alcanzar «el gran deseo de potencia e impunidad. Evolucionábamos en la realidad de un mundo sin objetos ni sujetos. Internet operaba la brillante transformación del mundo en discurso». Y con ello, la supresión de la paciencia, la rotura del tiempo entre privación y obtención, queriéndolo todo al instante, consumiendo información de manera voraz. «Con las técnicas digitales agotábamos la realidad».
Por todo lo expuesto, «Los años» se trata de una muy interesante obra que cuenta, de manera plenamente subjetiva, como la población asumió los cambios y el paso del tiempo, con los temores ante los cambios y la esperanza de un futuro que, en ocasiones se auguraba prometedor y, en otros casos, decepcionante o incluso aterrador. Menos contundente que en otras novelas, menos crítica hacia su vida o hacia la sociedad, el retrato que hace Ernaux tiene la belleza de la nostalgia del que ve su pasado como parte de uno mismo, como una época donde uno aguardaba con ilusión lo que el futuro cambiaría de sus vidas. Pero también la reflexión de quien, al ver el mundo que tenemos, siente cierta desolación por no estar a la altura de aquello que cobijábamos cuando soñábamos con él. La mirada que Annie Ernaux realiza sobre tantas décadas arroja una sensación de que hemos caído de manera inocente a las tentaciones que venían disfrazadas de progreso. Y nos hemos quedado en una época que no dejará demasiados recuerdos, aunque sí imágenes, hechos y tecnología que, como nosotros mismos, acabará siendo obsoleta al paso de los años.
PS: La edición que he leído es en catalán, por lo que es posible que la citas que he incluido no se ajusten a la edición en castellano
También de Annie Ernaux en ULAD: La mujer helada, Memoria de chica, El uso de la foto, No he salido de mi noche, Una mujer, La otra hija, El lugar, El lugar (contrarreseña)
Hola, Marc:
ResponderEliminarJusto hoy, leyendo a Houllebecq, con una visión tan masculina de las relaciones humanas, me preguntaba qué escritora podría leer que, con esa capacidad reflexiva y buena escritura, expusiera su visión de la sociedad actual, para comparar ambas visiones.
¿Te parece Annie Ernaux una buena candidata ?
Muy buena reseña, enhorabuena.
Saludos
Hola, Lupita.
ResponderEliminarPues es una muy buena (difícil pregunta).
En el caso de Ernaux, podría valer, aunque acostumbra a hablar más del pasado que del presente, por lo que si buscas una reflexión sobre la sociedad actual, creo que no sería la más adecuada. Englobaría en este mismo grupo a Gornick, Hardwick... grandes autoras, pero que no retratan expresamente la sociedad actual.
Despentes podría ser un buen ejemplo. No la he leído, pero está reseñado en ULAD como colaboración. La valoración es mala pero sí te fijas en la reseña, en el último punto expone exactamente lo que buscas: “ha pretendido radiografiar la sociedad francesa (y occidental) actual.
En ensayo podrías encontrar los libros de Rebecca Solnit (que he reseñado en gran parte) sobre distintos temas de actualidad, Mary Beard, o también Ingrid Guardiola podría servir (también reseñada). Y claro, Hustvedt, aunque no trata específicamente la sociedad actual a excepción de su ensayo “Las mujeres que miran....”
Así, a grosso modo, de lo que he leído y reseñado es lo que más podría encajar.
A ver si nuestros lectores y compañeros te pueden ayudar.
Saludos y gracias por comentar.
Marc
Uff! Despentes, una gran víctima del machismo creyéndose feminista. La pobre.
ResponderEliminarYo añadiría a Valeria Luiselli, que en el libro suyo que estoy leyendo intenta algo así, aunque es bastante irregular. Joyce Carol Oates con Un libro de mártires americanos.
También
También: M. Homes en Ojalá nos perdonen y Zadie Smith en Tiempos de swing
ResponderEliminarOtra estupendísima reseña, cada día disfruto y aprendo más leyéndoos. Annie Ernaux es una autora pendiente desde hace tiempo. No sé si este es el mejor libro para comenzar, pero sin duda ese recorrido por la sociedad europea con ese trasfondo histórico resulta de lo más apetecible.
ResponderEliminarMe he reído mucho con el comentario de Montuenga. Acabo de (atreverme a) empezar con “Un libro de mártires americanos” y si contiene un análisis interesante de la sociedad actual (americana, supongo) como dices, va a merecer mucho la pena cargar con semejante tocho por las escaleras del metro. 😊
Hola, irati, muchas gracias por los elogios.
ResponderEliminarRespondiendo a tu pregunta, creo que es un buen libro para empezar con la autora, pues es muy accesible y da claras muestras de su calidad narrativa.
Y gracias a Montuenga por sus sugerencias.
Saludos
Marc
Gracias por los recomendaciones. Montuenga, me has dejado loca con lo de la Despentes. Ya no sé qué es ser feminista, ya no sé qué soy. Bromas aparte, iré conociéndolas poco a poco.
ResponderEliminarSaludos
Con tu permiso, Marc.
ResponderEliminarIrati, espero que te compense, ya sabes que eso es muy personal.
A las dos: Los 3 libros que menciono como leídos están reseñados en el blog.
Muchas gracias, Marc y Montuenga. El de Zadie Smith hace mucho que quiero leerlo. Acabo de ver que le habéis dado un imprescindible así que ahora lo querré más.
ResponderEliminarHola, muy de acuerdo con Montuenga: Despentes habla de una realidad muy subjetiva. A mí me gustó el de KingKong, pero ni una línea más de Despentes. ¿Cristina Morales hablaría un poco más de la sociedad actual? En 'Lectura fácil' sí. Y además es tronchante. Sólo un poco larga, pero ya sabemos que los editores piden engordar un poco los relatos.
ResponderEliminarDe Annie Ernaux me gusta todo. Como escritora no es que sea la bomba, pero conecta muy bien con la subjetividad femenina. Quizá también porque es sólo un poco mayor que yo y eso hace que veamos la vida de un modo parecido.
Estoy encantada de haber conocido este blog y de coincidir con sus apreciaciones sobre los autores.
Hola, Maria.
ResponderEliminarAcerca de Despentes, también me gustó el de King Kong (que reseñé en ULAD) pero no seguí con más libros de la autora.
Acerca de Ernaux, sí, también me gusta mucho y intento leer bastantes libros suyos aunque me decido en función de la temática que trata cada uno.
Gracias por tu comentario y por tus palabras.
Saludos
Marc
Tal vez he leído con poca atención "Les Années" pero creo que entre las numerosas publicidades y anuncios que cita no menciona a "La vache qui rit" (la vache qui rit c'est d'abord du bon lait, beurre frais et...)decía, ni Banania (el Cola-Cao de nuestros vecinos). Sus anuncios se cerraban con un "y'a bon Banania!" con acento pretendidamente africano. Expresión "petit nègre" muy, pero que muy politicament incorrecta -y racista- actualmente (y en el pasado).
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