Idioma original: Vasco
Título original: Eta
handik gutxira gaur. Haragia. Katu jendea. Bihotz handiegia.
Año de
publicación: 2004, 2007, 2010, 2017
Traducción: Al
catalán; Pau Joan Hernàndez. Al castellano; Eider Rodríguez, Zigor Garro,
Lander Garro.
Valoración: Muy
recomendable
La lectura de la
veintena de estos relatos breves de Eider Rodríguez depara una sensación rara,
inquietante. Por una lado, la propia configuración del género, del formato del
cuento, que juega con lo explícito, que no lo explicado. Con lo apenas revelado
y no con lo detalladamente inventariado. Y por otro, la punzante capacidad de
la autora para moverse entre las paradojas de la cotidianeidad, por señalar
las casi imperceptibles grietas adheridas a la fachada de aparente normalidad que exhiben los protagonistas, sus circunstancias, sus
confortables casas y familias. Una realidad contradictoria, enrevesada y sutil,
hecha de cariño y desprecio, de belleza y de enfermedad, de soledad y de
complicidad, de sobrentendidos. Y malentendidos.
En el relato que
da título al libro, las metáforas resultan, en mi opinión, un tanto evidentes; el
corazón incapaz de funcionar debido al atasco de los conductos que deberían
alimentarlo, el limonero moribundo y seco al que el traslado proporciona nuevos
brotes, el disfrutar de un verano excepcionalmente largo. Está también la
tesitura por la que se desliza la protagonista, a quien su hija empuja a tomar el
cuidado de su padre enfermo -su ex pareja, con la
que apenas ha tenido contacto en los últimos veinte años- circunstancia que
le aboca a afrontar una inesperada inmersión en su propio detritus emocional.
Un precario equilibrio entre lo que pensamos que debe ser hecho, lo que hacemos
por un ser querido y lo que sencillamente hacemos porque sí, por darnos el
gusto. Un pulcro lodazal en el que chapotear con la sonrisa fatigada, entre la
compasión y el patetismo, donde aprender a quererse cuidando del otro, donde
resistirse a amar, y a odiar, y donde los momentos álgidos apenas son el preludio
de un nuevo hundimiento. Todo eso –recuerden, más explícito que explicado-
puede caber en un corazón demasiado grande.
Las narraciones de
Eider Rodríguez (Rentería, País Vasco, 1977) sobrevuelan un cierto grupo y
ambiente social, esa clase media desahogada materialmente y emocionalmente cochambrosa. Hay fragilidad en
los niños y en los viejos, en los enfermos, en los heridos, en los gatos, y hay
solidez en las casas que habitan, espaciosas, ajardinadas, iluminadas. Capaces de destilar
rencor, por ejemplo, hacia esos que no son como nosotros, que se visten y
peinan de otra manera, y también comen y hablan diferente, y de acreditar carencias de traca,
como la de la joven que piensa que sólo las perdedoras van detrás de los
chicos, que ellas no han sido educadas para el amor y que si este apareciese,
habría que soportarlo tan bien como fuese posible.
También hay lugar,
parco, recóndito, para la esperanza, como la hija que regala unos pendientes de
plata a su madre como símbolo de su afán por abrirle ventanas a su pequeño y
recluido mundo, así como para la ironía, como la madre y la hija que intentan
huir de su origen social, una a través del estilo, la otra del intelecto. Aunque
apenas para la condescendencia, como la mujer que se aleja de la juventud y
concluye que el problema no es la belleza, sino dejar de ser alguien que pueda
provocar una disputa entre cazadores. Y que sentencia (he leído la versión en
catalán): És això, la vida? Això i prou? Y como lector me quedo noqueado,
atrapado en esa maravillosa sensación. Rara. Y muy inquietante. Quizás estos ambientes sociales que impregnan los relatos de Un corazón demasiado grande podrían resumirse con una frase que en estos últimos años se ha hecho muy popular aunque me parezca especialmente desagradable: Es lo que hay.
Más reseñas de Eider Rodrígez en Un libro al día: Katu Jendea, Material de construcción
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