Título original: L'ordre du jour
Año de publicación: 2017
Traducción: Javier Albiñana Serain
Valoración: está bastante bien
Otro libro francés ganador del Goncourt (pardiez, ¿cuántos premios Goncourt da esta gente al año?) y otro libro francés que parte de algún hecho real, cómo no, para ir destejiendo, literariamente, la trama más o menos que forma la urdimbre que es, este caso, la Historia. Esta vez no se trata de la biografía de alguno de esos nombres ya casi desconocidos que jalonan las enciclopedias (para la chavalería: unos librotes que había antes de existir la wikipedia), al estilo de Echenoz o Deville. Ni, mucho menos, esta sirve de excusa para la consabida autoficción, como a veces nos inflige el, y por otra parte, muy estimado por aquí, insigne Emmanuel Carrère. No: Vuillard se decide por recrear una serie de momentos clave o cuando menos "llamativamente ocultos" del ascenso de los nazis al poder en Alemania.
Para empezar, la reunión que el 20 de febrero de 1933 (unos días antes del incendio del Reichstag, recordemos) mantuvieron con el presidente, justamente, del Parlamento alemán, a la sazón Hermann Göring y con el canciller de Alemania, es decir, Adolf Hitler, veinticuatro dirigentes de las principales empresas alemanas -como algunas cuyo nombre quizás nos suenes. IG Farben, BASF, Bayer, Agfa, Opel, Siemens, Allianz o Telefunken-, y en la cual estos industriales se comprometieron a apoyar al partido nazi y realizaron suculentas donaciones para la siguiente campaña electoral. Por ejemplo, el simpático caballero de la foto de la cubierta del libro es Gustav Krupp, célebre empresario del acero que donó un millón de marcos a los nazis en aquella ocasión (luego se resarciría económicamente, por decirlo así, utilizando durante la guerra mano de obra esclava proporcionada por esos mismos nazi... entre ellos él, mismo, pues también se hizo miembro del partido). A cambio de este apoyo, Hitler y sus muchachos se comprometían no sólo a garantizar la estabilidad política, sino además, y sobre todo, acabar con la amenaza comunista y los molestos sindicatos. Un detallito, éste del apoyo del empresariado alemán al régimen nazi, que se suelen olvidar los iluminados ultraliberales que, hoy en día, propugnan que nazismo y fascismo, e incluso el propio franquismo, no fueron sino meras variantes del socialismo).
Ahora bien, en vez de seguir por esta senda abierta en los entresijos económicos del III Reich, como podría parecer, Vuillard nos ofrece a continuación un par de nuevas muestras de reuniones no demasiado aireadas y que fueron consolidando el poder del régimen nazi antes del estallido de la guerra: la visita a Alemania del Lord presidente del Consejo Británico, Lord Halifax, en noviembre de 1937, sobre todo, la fundamental reunión de febrero de 1938 en el Berghof hitleriano entre el Führer alemán y el dictador nacional católico de Austria, Kurt von Schuschnigg, en la que a éste le quedó clarinete la intención de aquel de anexionar para Alemania su, por otra parte, Austria natal. Este acontecimiento histórico, precisamente, el Anschluss sobre Austria, ocupa buena parte del libro -que tampoco es muy extenso: 140 página- y se nos explica con cierto detalle, desde sus pormenores más chuscos, como la incompetencia alemana para demostrar su poderío militar (luego le fueron cogiendo el tranquillo) o la comida en la que el Ministro de asuntos Exteriores alemán, Ribbentrop se dedicó a entretener a los mandatarios británicos para retrasar su reacción, a los más trágicos (la oleada de suicidios que acompañó esta anexión al Reich alemán).
Por no extenderme más: el libro, como se ve, va saltando de un momento a otro y aunque la intención final se vislumbra bastante bien, el resultado es un tanto disperso y, sobre todo deja la impresión de una obra inacabada. De excelente factura, eso sí, pues Vuillard escribe muy bien, con ese estilo entre solemne y cercano que sólo saben ajustar los franceses, pero incompleta, como si se tratara de la puesta en limpio de una libreta de notas, pero faltaran otras dos para completar el cuadro. Lo más interesante, aparte de la prosa de este autor, son los retratos que nos dejan de ciertos personajes, no los principales, sino otros que va mostrándonos en los frecuentes desvíos a un lado y otro del camino que sigue el libro (sea este el que sea): desde el pintor loco suizo Louis Soutter al compositor Bruckner, desde el nazi austríaco Seyss-Inquart al verdugo que lo mató en Nuremberg, John C. Woods. Y nos queda también una visión de la Historia y sus azares bastante desencantada y sobre todo, poco crédula con los grandes gestos, las grandes palabras, los sinos que nos parecen tan evidentes a posteriori y que en realidad, tal vez no fueran más que el resultado de una serie de torpezas, de cobardías y renuncias.... (a ver si nos aplicamos el cuento, que pintan bastos):
"Se abruma a la Historia, se pretende que ésta obliga a adoptar poses a los protagonistas de nuestros tormentos. No vemos nunca el dobladillo mugriento, el hule amarillento, la matriz del talonario, la mancha del café. Tan sólo mostramos el perfil amable de los acontecimientos (...)"
"Nunca se cae dos veces en el mismo abismo. Pero siempre se cae de la misma manera, con una mezcla de ridículo y de pavor (...)Y la Historia está ahí, diosa sensata, estatua erguida en medio de cualquier Plaza Mayor, y se le rinde tributo, una vez al año, con ramos secos de peonías, y a modo de propina, todos los días , con pan para la aves."
Ahora bien, en vez de seguir por esta senda abierta en los entresijos económicos del III Reich, como podría parecer, Vuillard nos ofrece a continuación un par de nuevas muestras de reuniones no demasiado aireadas y que fueron consolidando el poder del régimen nazi antes del estallido de la guerra: la visita a Alemania del Lord presidente del Consejo Británico, Lord Halifax, en noviembre de 1937, sobre todo, la fundamental reunión de febrero de 1938 en el Berghof hitleriano entre el Führer alemán y el dictador nacional católico de Austria, Kurt von Schuschnigg, en la que a éste le quedó clarinete la intención de aquel de anexionar para Alemania su, por otra parte, Austria natal. Este acontecimiento histórico, precisamente, el Anschluss sobre Austria, ocupa buena parte del libro -que tampoco es muy extenso: 140 página- y se nos explica con cierto detalle, desde sus pormenores más chuscos, como la incompetencia alemana para demostrar su poderío militar (luego le fueron cogiendo el tranquillo) o la comida en la que el Ministro de asuntos Exteriores alemán, Ribbentrop se dedicó a entretener a los mandatarios británicos para retrasar su reacción, a los más trágicos (la oleada de suicidios que acompañó esta anexión al Reich alemán).
Por no extenderme más: el libro, como se ve, va saltando de un momento a otro y aunque la intención final se vislumbra bastante bien, el resultado es un tanto disperso y, sobre todo deja la impresión de una obra inacabada. De excelente factura, eso sí, pues Vuillard escribe muy bien, con ese estilo entre solemne y cercano que sólo saben ajustar los franceses, pero incompleta, como si se tratara de la puesta en limpio de una libreta de notas, pero faltaran otras dos para completar el cuadro. Lo más interesante, aparte de la prosa de este autor, son los retratos que nos dejan de ciertos personajes, no los principales, sino otros que va mostrándonos en los frecuentes desvíos a un lado y otro del camino que sigue el libro (sea este el que sea): desde el pintor loco suizo Louis Soutter al compositor Bruckner, desde el nazi austríaco Seyss-Inquart al verdugo que lo mató en Nuremberg, John C. Woods. Y nos queda también una visión de la Historia y sus azares bastante desencantada y sobre todo, poco crédula con los grandes gestos, las grandes palabras, los sinos que nos parecen tan evidentes a posteriori y que en realidad, tal vez no fueran más que el resultado de una serie de torpezas, de cobardías y renuncias.... (a ver si nos aplicamos el cuento, que pintan bastos):
"Se abruma a la Historia, se pretende que ésta obliga a adoptar poses a los protagonistas de nuestros tormentos. No vemos nunca el dobladillo mugriento, el hule amarillento, la matriz del talonario, la mancha del café. Tan sólo mostramos el perfil amable de los acontecimientos (...)"
"Nunca se cae dos veces en el mismo abismo. Pero siempre se cae de la misma manera, con una mezcla de ridículo y de pavor (...)Y la Historia está ahí, diosa sensata, estatua erguida en medio de cualquier Plaza Mayor, y se le rinde tributo, una vez al año, con ramos secos de peonías, y a modo de propina, todos los días , con pan para la aves."
Hola, Juan:
ResponderEliminarEl tema del nazismo me puede y en los últimos años ya he leído bastante (para mí)sobre la SGM como para haber llenado mi capacidad de soportar el horror. Por ello, no me apetece nada.
Aunque la reseña me ha gustado, y tus toques personales y viejunos (pardiez, chavalería) hacen de ti un arcaismo viviente, cosa que mola mucho. Hay algunas cosillas en el texto que han quedado raras. Te lo aviso porque yo sólo escribo medianamente bien a mano. Con ordenador o móvil, un horror.
Saludos
Hola, Lupita.
ResponderEliminarIba a poner "muchachada", pero eso sí que me parecía viejuno (precisamente). La próxima vez emplearé "mocedad", a ver qué tal... ; )
Saludinhos.
Me interesó el libro. Gracias Juan por tu reseña “old fashioned”.
ResponderEliminarSaludos
Hola a quien lea esta reseña y este comentario:
ResponderEliminarAl parecer ha habido cierta reciente polémica en Francia a raiz de este libro , de la que dan cumplida cuenta en este artículo de EL PAÍS, cuyo enlacce dejo aquí para quien pueda interesar:
https://elpais.com/cultura/2019/03/25/actualidad/1553508935_110021.html
Por otra parte, gracias a él he ddescubieto cómo se llama a estas novelizaciones breves a partir de hechos o personajes históricos, tan frecuentes en la literatura francesa, al menos de los últimos años: "récits"