Título original: Down Below
Año en que se escribieron: 1943
Valoración: Está bien
Empecé a interesarme por el
personaje de Leonora Carrington (1917-2011) cuando leí la biografía novelada que,
ya en sus últimos meses de vida, le dedicó la escritora mejicana de origen polaco
Elena Poniatowska, quien la conoció y trató durante cincuenta años y le hizo
numerosas entrevistas –que nunca llegó a leer como tampoco leyó el texto que
lleva su nombre– porque lo que se decía sobre ella no le interesaba en
absoluto. Este simple detalle refleja una personalidad tan peculiar como
apasionada e indómita, que la empujó a renunciar a sus privilegios de cuna y a
vivir en su juventud experiencias tan dolorosas como la detención de su pareja
(el pintor surrealista Max Ernst) y su internamiento en un campo de
concentración nazi, su propia reclusión en un establecimiento psiquiátrico (de
los de entonces) en tierras santanderinas y la huída desesperada de un país a
otro, en plena guerra mundial, para escapar de la institución y, sobre todo, del
largo brazo paterno, capaz de ejercer su influencia sin necesidad de
trasladarse.
La primera parte del volumen que
he manejado –y a continuación de un prólogo de Fernando Savater– son las Memorias de Abajo propiamente dichas,
escritas en 1943. En ellas, y a modo de diario personal, narra sus recuerdos
del horror que supuso ser retenida con poco más de veinte años, entre completos
desconocidos, sin apoyos familiares ni amistosos, sometida a tratamientos que
no estaba en condiciones de valorar ya que carecía de conocimientos
psiquiátricos y porque, debido a la medicación suministrada, vivía privada de
lucidez la mayor parte del tiempo. ¿Estuvo Carrington trastornada realmente o
sus delirios de esa época fueron únicamente fruto de los medicamentos que se vio
obligada a consumir, que la mantuvieron alejada del mundo real durante meses, y
que, junto a su tendencia a fantasear y su querencia por el surrealismo, le
inspiraron un conjunto de visiones tan disparatadas como sugestivas tal como
han llegado hasta nosotros? Aunque ella reconoce en estas notas su locura, nunca
lo sabremos con certeza, pues gran parte de los episodios narrados y su propia
conducta en ellos no son recuerdos propios sino reconstrucciones basadas en el
relato de sus terapeutas.
Las Memorias consisten, pues, en una sucesión de despropósitos –tras los
que se atisba con cierta nitidez lo que de verdad estaba ocurriendo– escritos a
finales de agosto de 1943, y por tanto reconstruidos cuando Carrington se
encontraba ya a salvo en tierras americanas. Las cierra un epílogo –referido oralmente
a una testigo cuatro décadas más tarde– en el que explica las circunstancias de
su evasión. En conjunto, se trata de un conmovedor testimonio de las
experiencias más dolorosas que puede sufrir un ser humano, sumido en la
alienación y abandonado a su suerte en todos los sentidos, cuya sinceridad y crudeza
resultan difíciles de asimilar por cualquier lector medianamente sensible.
Autorretrato (1937) |
A continuación se incorpora una colección
de relatos titulados genéricamente La
dama oval, y otros dos independientes: La
casa del miedo, con prefacio de Max Ernst, y El pequeño Francis, el más largo y complejo de todos. Excepto este
último y El enamorado, ninguno tiene
un desenlace claro, más bien parecen argumentos a medio acabar. Teniendo en
cuenta que su desarrollo tampoco mantiene una progresión al uso, sino que dan
vueltas sobre sí mismos apoyados en las potentes imágenes que surgen de la
mente de su autora y en su extraordinaria capacidad descriptiva, podría decirse
que se trata más bien de cuadros surrealistas, aunque expresados con palabras,
que se van sucediendo uno tras otro. Dicho de otra forma, las historias no son
más que un pretexto para transmitir su potentísimo y complejo imaginario, no
obediente a la lógica sino a leyes internas establecidas por ella misma y muy
próximas al mundo de los sueños.
No es posible evaluar la prosa de
Carrington pues las memorias fueron dictadas en su día, y los relatos –todos escritos
entre 1937 y 1938– han sido corregidos y revisados por sus respectivos traductores.
Se incluyen, además, unas cuantas
fotografías, así como las pinturas más significativas de Leonora Carrington, y
hasta un demencial plano del sanatorio que, salvando las distancias,
recuerdan a los que aparecen en algunas obras del género fantástico.
También de Leonora Carrington en ULAD: El séptimo caballo
También de Leonora Carrington en ULAD: El séptimo caballo
Muy buena reseña, Montuenga.
ResponderEliminarLeí este libro hará cosa de dos meses, y quedé impresionado. Como bien dices, las imágenes de la autora son potentísimas.
Carrington es, de hecho, una de mis pintoras favoritas, y también he leído un libro suyo en que se compilan varios cuentos infantiles, llamado Leche de sueño; está ilustrado por ella misma. Lo recomiendo encarecidamente, aunque es un poco desconcertante. Después de leer sobre ella, de conocer su carácter indómito (reforzado en la personalidad que emana las historias que hoy has reseñado), me sorprendió encontrarme con unos cuentos tan tiernos y delicados.
Un abrazo.
Quiero felicitarte por tu excelente reseña!!
ResponderEliminarA Leonora Carrington, la vengo siguiendo obsesionadamente hace años. Su pintura junto con sus esculturas, que me parecen fenomenales,me atrapan de una forma muy especial.
Gracias a ella, tengo colecciones de libros sobre Mitología Irlandesa e Inglesa,junto con algunos libros de alquimia. Todo para poder adentrarme y tratar de entenderla e “interpretar” su pintura.
Pero finalmente, me pasa lo mismo al querer descifrar la escritura de Borges...
Saludos .....
Buenas tardes, siento el retraso en contestar y os agradezco a los dos los elogios.
ResponderEliminarA mí, Oriol, lo que más me ha gustado son las Memorias por lo que tienen de testimonio. También los relatos tienen su mérito, desde luego, y son mejores que muchos que encontramos por ahí, pero creo -y aquí el especialista eres tú- que su faceta artística tiene más calidad, porque quizá estaba más dotada para ello y, sobre todo, porque se formó en ese campo específico. Además, el surrealismo en prosa no es fácil de manejar, y después de lo que nos dejaron las vanguardias, sobre todo en poesía, todo se queda corto. La pintura, en cambio, creo yo que deja más libertad de creación, que admite todo tipo de fantasías, e incluso que se repitan los motivos de un cuadro a otro, mucho más que en literatura.
Marcela, veo que eres una especialista en la pintura de Carrington. No conozco hasta ese punto su obra artística, y creo que de su escultura no he visto nada. Solo he mirado las reproducciones que se suelen poner como ejemplo cuando consultas sobre su obra o sobre lo que se ha escrito del personaje. Pero a mí el arte surrealista siempre me ha encandilado. También en literatura, pero ahí me parece que pongo el listón más alto. Sobre Borges hay mucho escrito en el blog. Declaro también mi admiración incondicional por su obra, que está reseñada totalmente (o casi) desde hace tiempo en ULAD.
Gracias por contestar.. Confieso, que no se me había ocurrido buscar comentarios sobre los escritos de Borges y me llevé una muy grata sorpresa. Y mira que he consultado ya varios autores......Es muy trillado comentar que para mí es de lo mejor en literatura ficción.
ResponderEliminarSaludos.
Nota La escultura de Leonora Carrington se lleva de la mano con su pintura.
Saludos