Título original: Rumpole of the Bailey
Año de publicación: 1978
Traducción: Sara Lekanda Teijeiro
Valoración: está bien
Hace un tiempo leí el libro (que reseñé aquí, por supuesto) El devorador de calabazas, cuyo mayor interés en su momento de publicación residió en que suponía un roman à clef sobre la crisis matrimonial entre su autora, Penelope Mortimer y su marido John, también escritor, pareja al parecer bastante conocida en el Londres "artístico" de los años 60. La novela me dejó, y me tiene aún, bastante desconcertado, pero me hizo fijarme en la figura del marido -quien, por otra parte, no sale demasiado bien parado-, así que me propuse leer algún libro suyo, algún día... Pero todo llega, amigos y amigas de ULAD...
Personaje interesante, por lo demás, este John Mortimer: abogado (mejor dicho, barrister, esa peculiar figura del sistema judicial británico quizás más cercano a la interpretación que a las leyes) progresista, defensor en casos sobre la libertad de expresión, llegó a representar ante los tribunales a la actriz porno Linda Lovelace y a los Sex Pistols; dramaturgo y guionista de televisión (suya es, sin ir más lejos, la célebre y celebrada adaptación de Retorno a Brideshead); novelista conocido sobre todo por su serie del diputado Titmuss y por estos relatos del también abogado -o mejor barrister, cómo no- Rumpole. Casado con dos Penelopes, John Mortimer tuvo además un montón de hijos e hijastros, dentro y fuera de sus matrimonios, algunos de los cuales se han dedicado al oficio actoral... entre ellos una de mis debilidades, la cautivadora Emily Mortimer (quien viera la última gala de los premios Goya, tal vez la recuerde como la dama sentada al lado de Isabel Coixet, hablando un euskera bastante aceptable).
Los relatos que componen este libro están protagonizados por el, ya digo, abogado defensor -por lo general de oficio- Horace Rumpole, un correoso veterano del Old Bailey al que la comparecencia ante los tribunales, la interpretación ante jueces y jurados y las triquiñuelas para derrotar sus advesarios motiva mucho más que lo que podría ganar dedicándose a variedades más rentables aunque aburridas del Derecho. Rumpole es dicharachero, irónico, aficionado a la poesía -cita con frecuencia a Wordswoth, Byron o Keats- y amante de los vinos baratos y los puritos malolientes. Es también, me temo, un poco machista para el estándar de comportamiento actual, aunque quizás lo sea más a modo de chanza viejuna que por convencimiento: cierto es que a su esposa la llama Ella, la que Ha de Ser Obedecida, por ejemplo y habla con cierta condescendencia de las mujeres que trabajan en su ámbito, pero también aprecia a su colega Trant, en la que ve más espíritu litigante que en cualquiera de sus socios varones. Ahora bien, este machismo un tanto jocoso (que se puede considerar como producto de su época, más que nada) ya chirría demasiado en uno de los episodios, en los que Rumpole ha de defender a un político acusado de violación. O quizá lo que incomoda, sobre todo, es lo que recuerda a casos de desgraciada actualidad, así como el trato dispensado a la víctima de la supuesta violación. E incomoda todavía más la justificación que da Rumpole a su actuación en el juicio: que todo acusado merece ser defendido por todos los medios al alcance de su defensor... Incomoda, en fin, porque hace pensar sobre si esto es cierto o no, y por qué sí o por qué no.
Lo cierto es que, pese al tono desenfadado que muestran casi todas las páginas del libro -el típicamente irónico humor inglés a raudales, anécdotas sobre la vieja y alegre delincuencia londinense o sobre los honorables y peculiares jueces del sistema judicial británcio...- subyace en todos los casos presentados una reflexión sobre la aplicación de la justicia y, lo que es aún más ionteresante, sobre los efectos de esa aplicación en los individuos afectados y en la sociedad a la que pertenecen. Porque la otra pata en la que se apoya este libro , además del humor y los vericuetos de la Justicia, es el reflejo del cambio social que sobrevino en la sociedad británica (una potencia que acababa de dejar de ser un Imperio, al menos nominalmente) durante los años 60 y 70... ¡caramba si aparece hasta una colonia de hippies, qué atrevimiento! Una sociedad que aún confiaba, pero cada vez menos, en sus instituciones, aparentemente sólidas y asentadas con el peso de los siglos, aunque ya bastante abolladas y resquebrajadas por aquel entonces...Y todavía les faltaba pasar los años del thatcherismo (y el post-thatcherismo, que también está teniendo su punto)... Mortimer aún pudo verlo y sufrirlo, pero Rumpole, el pobre, no sé si habría sobrevivido.
(Para quien haya leído el libro con agrado o esté interesado en hacerlo, mencionar que se acaba de publicar en español, por la misma y exquisita editorial, una segunda parte titulada Los juicios de Rumpole).
Personaje interesante, por lo demás, este John Mortimer: abogado (mejor dicho, barrister, esa peculiar figura del sistema judicial británico quizás más cercano a la interpretación que a las leyes) progresista, defensor en casos sobre la libertad de expresión, llegó a representar ante los tribunales a la actriz porno Linda Lovelace y a los Sex Pistols; dramaturgo y guionista de televisión (suya es, sin ir más lejos, la célebre y celebrada adaptación de Retorno a Brideshead); novelista conocido sobre todo por su serie del diputado Titmuss y por estos relatos del también abogado -o mejor barrister, cómo no- Rumpole. Casado con dos Penelopes, John Mortimer tuvo además un montón de hijos e hijastros, dentro y fuera de sus matrimonios, algunos de los cuales se han dedicado al oficio actoral... entre ellos una de mis debilidades, la cautivadora Emily Mortimer (quien viera la última gala de los premios Goya, tal vez la recuerde como la dama sentada al lado de Isabel Coixet, hablando un euskera bastante aceptable).
Los relatos que componen este libro están protagonizados por el, ya digo, abogado defensor -por lo general de oficio- Horace Rumpole, un correoso veterano del Old Bailey al que la comparecencia ante los tribunales, la interpretación ante jueces y jurados y las triquiñuelas para derrotar sus advesarios motiva mucho más que lo que podría ganar dedicándose a variedades más rentables aunque aburridas del Derecho. Rumpole es dicharachero, irónico, aficionado a la poesía -cita con frecuencia a Wordswoth, Byron o Keats- y amante de los vinos baratos y los puritos malolientes. Es también, me temo, un poco machista para el estándar de comportamiento actual, aunque quizás lo sea más a modo de chanza viejuna que por convencimiento: cierto es que a su esposa la llama Ella, la que Ha de Ser Obedecida, por ejemplo y habla con cierta condescendencia de las mujeres que trabajan en su ámbito, pero también aprecia a su colega Trant, en la que ve más espíritu litigante que en cualquiera de sus socios varones. Ahora bien, este machismo un tanto jocoso (que se puede considerar como producto de su época, más que nada) ya chirría demasiado en uno de los episodios, en los que Rumpole ha de defender a un político acusado de violación. O quizá lo que incomoda, sobre todo, es lo que recuerda a casos de desgraciada actualidad, así como el trato dispensado a la víctima de la supuesta violación. E incomoda todavía más la justificación que da Rumpole a su actuación en el juicio: que todo acusado merece ser defendido por todos los medios al alcance de su defensor... Incomoda, en fin, porque hace pensar sobre si esto es cierto o no, y por qué sí o por qué no.
Lo cierto es que, pese al tono desenfadado que muestran casi todas las páginas del libro -el típicamente irónico humor inglés a raudales, anécdotas sobre la vieja y alegre delincuencia londinense o sobre los honorables y peculiares jueces del sistema judicial británcio...- subyace en todos los casos presentados una reflexión sobre la aplicación de la justicia y, lo que es aún más ionteresante, sobre los efectos de esa aplicación en los individuos afectados y en la sociedad a la que pertenecen. Porque la otra pata en la que se apoya este libro , además del humor y los vericuetos de la Justicia, es el reflejo del cambio social que sobrevino en la sociedad británica (una potencia que acababa de dejar de ser un Imperio, al menos nominalmente) durante los años 60 y 70... ¡caramba si aparece hasta una colonia de hippies, qué atrevimiento! Una sociedad que aún confiaba, pero cada vez menos, en sus instituciones, aparentemente sólidas y asentadas con el peso de los siglos, aunque ya bastante abolladas y resquebrajadas por aquel entonces...Y todavía les faltaba pasar los años del thatcherismo (y el post-thatcherismo, que también está teniendo su punto)... Mortimer aún pudo verlo y sufrirlo, pero Rumpole, el pobre, no sé si habría sobrevivido.
(Para quien haya leído el libro con agrado o esté interesado en hacerlo, mencionar que se acaba de publicar en español, por la misma y exquisita editorial, una segunda parte titulada Los juicios de Rumpole).
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