Título original: Journal d'un fantôme
Año de publicación: 2007
Traducción: Ana Millán
Valoración: interesante para interesados
Aclaremos algo antes que nada: lo de "fantasma" aquí no se refiere a un espíritu más o menos atormentado, como el de Canterville, o a uno de esos de la peli aquélla de Bruce Willis... y ni siquiera al típico cuñado que todos tenemos y que dice hacerse Madrid-Bilbao en dos horas, parando a comer en Aranda de Duero... No, en esta novela gráfica el fantasma es un ente globular y blancurrio, con ojos y boca y manos, pero nada más, que representa a una idea abstracta, a un gráfico o, mejor aún, a un gráfico en potencia, un dibujo que aún no ha sido pergeñado. Se trata de un posible dibujo o diseño que aún no ha encontrado su forma -pongamos por caso, la de una mascota olímpica o el logo de una marca de chocolatinas- y por eso se ha trasladado, en busca de inspiración a Nagoya, ciudad japonesa donde abundan los grafismos chachis de todas las formas y colorines... En efecto, parece ser que Japón, además de la cuna del hentai y otras modalidades de erotismo extremo (gráfico o no), es el país con más mascotas de estas por metro cuadrado: las hay para casi todo, como puede verse aquí.
Allí en Japón, este fantasma, ente, ser o cómo se le quiera llamar se reúne con su representante francés -que es, precisamente, su antitético: un tipo de lo más carnal, zafio y más salido que el pico de una plancha-, conoce a peculiares personajes y trata de dilucidar sus dudas existenciales. Luego, durante el viaje de regreso a París (y perdón por el SPOILER o ESTROPEAMIENTO, pero es necesario para seguir con la reseña), se encuentra a un tipo que, ¡oh, misterio!, parece conocerle a la perfección y que... uy, un momento... esa cara-...¡caramba, pero si es el mismo autor del libro, el afamado dibujante Nicolas de Crécy! (no es que yo tenga siempre presente su careto, es que lo he buscado en Google). Este creador/compañero de vuelo se dedica adarle la barrila contarle al "fantasma" un viaje de trabajo que hizo a Brasil -a Recife, en concreto-, y los problemas, dudas y reflexiones que le suscitó la obligación de reflejarlo en ilustraciones -por cierto, esta parte del libro está bañada en sepia o nogalina para causar la sensación de ser un recuerdo, mientras que el resto está trazado en lo que parece una enervante plumilla o incluso, como se sugiere en algún momento, un boli de punta fina-; sin duda, estas confesiones parecen ser un reflejo de aquellos problemas conceptuales que tenía el pobre fantasma (recordemos, un diseño en potencia), pero, para qué negarlo, la impresión que que da en el lector (en mí) es que el señor de Crécy ha aprovechado para desbarrar un rato sobre los asuntos que le preocupan respecto a su profesión (un poco como esa tendencia de algunos periodistas a darnos la matraca con reflexiones sobre la práctica periodística).
Aún así, es cierto que esta novela gráfica (¿ensayo gráfico, se podría decir?) trata ciertos temas no exentos de interés: sobre todo, las cuitas de la creación artística, ya digo; las dudas y exploraciones de cualquier proceso creador. También la vacilación de la mirada, ya sea , de nuevo, la del creador o la del simple turista. Y la necesidad, el apremio, incluso, de encontrar y, aún más, de buscar la autenticidad en lo que se mira (significativo que el autoficcionado e introspectivo Nicolas sólo se acabe sintiendo emocionado en Brasil al descubrir la escultura naïf del artista popular Mestre Vitalino).
Llegamos, pues, al fin alespinoso fastidioso jodido asunto de la autoficción, esa lepra literaria del siglo XXI... ¿Exagero? Pues el cuerpo me pide lanzar exabruptos, juramentos y reniegos hasta quedarme, sino a gusto, al menos un poco más desahogado. Ahora bien, resulta que mi digestión de esta novela gráfica ha coincidido con la publicación en CXTX del manifiesto sobre el tema del siempre lúcido Iban Zaldua, al que me remito, suscribo de cabo a rabo y me adhiero sin dudar. Es más, en mi opinión, los muros (y no hablo de los de Facebook, aunque también) deberían llenarse de este lema, coreado por todos los que estamos ya hasta las narices de tanta pamplina juntaletras:
Más títulos de Nicolás de Crécy reseñados en Un Libro Al Día: Período glaciar
Allí en Japón, este fantasma, ente, ser o cómo se le quiera llamar se reúne con su representante francés -que es, precisamente, su antitético: un tipo de lo más carnal, zafio y más salido que el pico de una plancha-, conoce a peculiares personajes y trata de dilucidar sus dudas existenciales. Luego, durante el viaje de regreso a París (y perdón por el SPOILER o ESTROPEAMIENTO, pero es necesario para seguir con la reseña), se encuentra a un tipo que, ¡oh, misterio!, parece conocerle a la perfección y que... uy, un momento... esa cara-...¡caramba, pero si es el mismo autor del libro, el afamado dibujante Nicolas de Crécy! (no es que yo tenga siempre presente su careto, es que lo he buscado en Google). Este creador/compañero de vuelo se dedica a
Aún así, es cierto que esta novela gráfica (¿ensayo gráfico, se podría decir?) trata ciertos temas no exentos de interés: sobre todo, las cuitas de la creación artística, ya digo; las dudas y exploraciones de cualquier proceso creador. También la vacilación de la mirada, ya sea , de nuevo, la del creador o la del simple turista. Y la necesidad, el apremio, incluso, de encontrar y, aún más, de buscar la autenticidad en lo que se mira (significativo que el autoficcionado e introspectivo Nicolas sólo se acabe sintiendo emocionado en Brasil al descubrir la escultura naïf del artista popular Mestre Vitalino).
Llegamos, pues, al fin al
¡AUTOFICCIÓN AL PAREDÓN!
Y que me venga a buscar la Fiscalía, si quiere...
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Autoficción al paredón! Qué bueno!
ResponderEliminarMuerte a KOK!!!!
Esto empieza a recordarme la famosa escena de ¡Viva la hipóstasis! ¡Muera la anástasis! (o algo así) de 'Simón del desierto'.
ResponderEliminarSi sólo fuera KOK, Koldo...
ResponderEliminarPues, Carlos, yo siempre he sido enemigo a muerte de la anástasis... ¡Al paredón también!
Autoficción... Bff...
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