Idioma original: Castellano
Año de publicación: 2015
Valoración: Muy recomendable
Poseedor de una
fecunda trayectoria literaria, Abilio Estévez (La Habana, 1954) ofrece en su
última novela publicada, Archipiélagos,
un relato denso, abigarrado y fascinante. Al igual que en alguna otra de sus
anteriores novelas -como por ejemplo El
navegante dormido (2008) ambientada en la década de los 70- en Archipiélagos Emilio Estévez escoge un
momento concreto del siglo XX cubano, en esta ocasión los días de agosto de
1933 que supusieron la caída del dictador Gerardo Machado, para urdir una
ficción tan cargada de verosimilitud que el lector acaba atrapado por los
personajes que pasaron aquel episodio real en la muy ficticia y literaria
taberna La estrella de Occidente de
Marianao.
Abilio Estévez parece tener
predilección por esos lugares en la periferia de la Habana en el que se buscan la vida y se encuentran personajes que
encarnan a ese tipo de personas comunes, sencillas y anónimas que no son los
que acostumbran a manejar los hilos de la Historia sino más bien a sufrir las
consecuencias de los acontecimientos. Esta
caracterización de los personajes, tan faltos de elevadas expectativas más allá
de su quehacer cotidiano y de la determinación por desempeñarse sin
pretenciosa grandilocuencia, no significa en absoluto que el relato carezca de
ambición narrativa. Por que el fresco que nos deparan las cuatrocientas páginas
y pico de ese momento y de ese lugar es minucioso, vibrante, goloso. Un
resultado basado en una variopinta y generosa galería de personajes, bien
perfilados, de los que página tras página vamos conociendo personalidades,
trayectorias, afanes y relaciones con los demás. Pero además, la escritura de
Abilio Estévez tiene una especial cadencia para fijarse en los detalles que
acaban, más que aportando verosimilitud al relato, sirviendo de cauce para que
éste fluya como una reticente corriente, espesa y demorada, cargada de
nutrientes.
La acción
principal se centra en los tres días que supusieron la caída del machadato pero los saltos en el tiempo,
con el narrador y protagonista rememorando desde su madurez aquellos días se
alternan con el ejercicio de memoria del resto de los personajes en situaciones
como la guerra de los negros en 1912
–solventada con la matanza de varios miles de descendientes de los esclavos por
parte de la nueva legitimidad nacionalista y republicana surgida de la
Independencia- o los devastadores efectos del huracán que asoló la isla el 20
de octubre de 1926. Queda clara la intencionalidad del autor de acotar,
explicar, comprender, la realidad actual como deriva de toda una cadena de
hechos, episodios y circunstancias de los que somos consecuencia directa. Al
fin y al cabo, la ficción es una manera de ordenar, de pensar la realidad. En
la que también valen símbolos y metáforas, como el rescate y ocultamiento para
preservarlo de la multitud enfurecida de un instrumento tan incomprensible y
fútil en ese momento como un astrolabio. Un aparato que proporciona
coordenadas, que fija una posición; la premisa de una buena decisión sobre, por
ejemplo, un rumbo.
El protagonista de
la trama es José Isabel Masó, un adolescente inquieto y curioso, proclive a
dejar volar la imaginación hacía lugares y países exóticos y a inventarse sus
propios archipiélagos. Un afán que le permitirá entender que el lugar donde uno
vive no es necesariamente el centro del mundo, aunque sea una amalgama tan
fascinante y original como la de estos descendientes de bandidos españoles,
chinos lavandero-opiómanos y negros lánguido-bailadores con la que el autor
identifica a sus personajes en esa atmósfera insular y antillana, atravesada y
atrapada “por la enorme distancia que
existía entre la inquietud humana y la hermosa indolencia de la realidad”.
También de Abilio Estévez en ULAD: Cómo conocí al sembrador de árboles
Entrevista a Abilio
Estévez
Quedo con Abilio Estévez una suave tarde de invierno para
compartir un dry martini -que nos prepara Sergio, quien ejerce de estupendo librero de
cabecera en Literanta- y casi dos
horitas de conversación. Escuchar a Abilio, amable, conciso, cabal y risueño,
es una verdadera delicia. Tanto que la grabadora y el teléfono con los que
intento registrar sus palabras deciden incumplir su tarea y obviar su cometido,
optando como yo por disfrutar del momento. Así que unos días después ejerzo de
pesado y le pido a Abilio Estévez que me conteste por escrito.
-¿Buscas una historia,
una época, unos personajes, con los que narrar o más bien son elementos que se
van conformando en tu imaginación hasta que decides transformarlo en un relato,
en una novela?
-No, por lo general las historias no se buscan, aparecen.
Son obsesiones, como sueños recurrentes que vienen de muy lejos. Casi diría que
unas pocas obsesiones que se escriben una y otra vez. Decía Flannery O’Connor
(y creo que tenía razón) de que todo el que haya sobrevivido a su infancia y
adolescencia ya tiene para escribir el resto de la vida.
-Ambientaste la novela
Archipiélago en los años 30. ¿En qué fuentes buceaste para configurar el
relato?
-Leí muchos libros de la época, me sumergí en la Cuban
Heritage Collection de la Biblioteca Universidad de Miami, un lugar que es como
un templo de la cultura y la historia cubanas. Pero fundamentalmente conté con
mi madre (ya tiene 90 años) y las historias de la familia, sus propios
recuerdos. Una verdadera maravilla.
-¿Es la ficción una
manera de entender, ordenar, dominar la realidad? ¿Vamos al pasado para
entender el presente?
-Creo que todos estaremos de acuerdo en que sin la ficción
la vida sería impensable. Hay que tener presente que Sheherezade salvó la vida
contando esa caja china que es la colección de cuentos más hermosa que se haya
escrito, Las mil y una noches.
Supongo que la vida carece del orden y la estructura que le confiere la
literatura. Vivimos una vida nueva cada vez que abrimos un libro.
-Los personajes de
Archipiélago son gente corriente, anónima, discreta parecen ir a la deriva,
como naufragos de la Historia y de sus propias vidas…
-Tienes razón, son víctimas de la historia, más o menos como
nosotros, ¿no? Entre los posibles tipos de personas que quizá haya, yo
señalaría dos: los que “hacen” la historia y los que la sufren. La mayoría
pertenecemos a esta última categoría. Y así quise que fueran los personajes de
mi novela.
-Archipiélago está
ambientada en los días que supusieron la caída de una dictadura, de una
tiranía, el machadato. Pero Cuba no consiguió deshacerse del autoritarismo ni
de la falta de libertades, puesto que después llegó Batista y más tarde los
hermanos Castro.
-La historia de mi país parece dirigirse hacia ese último
desastre. Era una de las cosas que quería intentar entender con ese libro.
Vuelvo a las obsesiones de las que te hablaba, esa necesidad de iluminar un
poco esa oscuridad en la que hemos vivido, no sólo los cubanos, sino la mayoría
de los países en la cuenca de El Caribe. El autoritarismo, el caciquismo, ese
mal que quizá nos haya llegado de España, encontró en América una tierra
propicia. Los Castro son hijos de gallego. ¿No parece una coincidencia sospechosa?
-Caracterizas Cuba
como una amalgama de bandidos españoles, chinos lavandero opiómanos y negros
lánguido-bailadores…
-Sí, sí, la amalgama de nuestros países fue tremenda. Al
principio de la conquista los que llegaban de la península eran por lo general
marginales, de todos los rincones del reino. Cuando ya no había mano de obra
indígena, secuestraban negros del Calabar y los traían en aquellos horrendos
barcos negreros. Eran negros yorubas, lucumíes, congos, carabalíes...,
arrancados de sus tribus y esclavizados… Luego, hacia finales del siglo XIX,
llegaron los chinos, los coolies, que fueron engañados, en régimen de
semiesclavitud. De todo eso, surgen las naciones caribeñas: Puerto Rico,
República Dominicana, Cuba…
-Para ti, ¿es Cuba una
herida?
-No sé si esa sea la palabra justa. No sé si es una herida,
pero desde luego es algo que duele por algún lugar.
-¿Concibes la
escritura si no es desde el inconformismo, la insatisfacción, la rebeldía?
-Totalmente. Creo que escribir es un acto de rebeldía. Un
decir No. Tal vez se escriba para remediar una carencia, una insatisfacción.
Por lo menos así es como lo entiendo. Es lo que nos llega desde el Romanticismo
y, mucho más precisamente, desde Baudelaire y los poetas malditos: la
literatura como acto de rebeldía.
-¿A qué escritores
cubanos deberíamos prestar más atención?
-A dos gallegos (no fue malo todo lo que llegó de Galicia)
maravillosos: Lino Novás Calvo, autor de una novela extraordinaria Pedro Blanco, el negrero, publicada por
Tusquets Editores; Carlos Montenegro, autor de Hombres sin mujer. También Lydia Cabrera, una antropóloga que,
junto con Fernando Ortiz, descubrieron la cultura negra de Cuba. Dos cuentistas
excelentes: Enrique Labrador Ruiz, Calvert Casey.
-¿Y a cuáles
escritores hay que volver siempre?
-Pues a Alejo Carpentier, a José Lezama Lima, a Virgilio
Piñera, a Guillermo Cabrera Infante. Tenemos una gran literatura, dicho sea sin
orgullo patrio, frase que me es radicalmente ajena.
Carlos, la reseña es estupenda.....pero las respuestas de la entrevista me han parecido muy discutibles. Es un chiste que al ser los Castro descendientes de gallegos tienen tendencia al autoritarismo? No tendría el autor que hacer una lectura un poco más compleja de la realidad de Cuba? La situación política de Cuba y Centroamerica no tiene una gran dependencia de los intereses geopolíticos de EEUU? La verdad las respuestas del autor me han parecido tan vacías de análisis que me han quitado las ganas de leer el libro.
ResponderEliminarGabriel
Carlos,
ResponderEliminarCon que placer he leído tu reseña. Estoy recién llegada de Cuba y todavía con el "jetlag" que martillea mi cabeza y con una necesidad angustiosa de digerir y entender esa experiencia vital que ha sido Cuba. Desde mi ignorancia, mi febril desesperación de dar respuesta a una realidad que desborda la simple observación objetiva de un lugar y de unas gentes.
Gracias Carlos, intuyo que en este libro voy a encontrar respuestas que ayuden a componer ese puzzle. Magistral apunte, y la entrevista la entiendo, hable con Abilio antes de irme y ví algo ensoñador en sus maneras pero a la vez una clara lucidez y tuvo la deferencia de no hacer añicos la ilusa idea preconcebida con la que yo me marchaba a ese viaje.
Hola Gabriel. En efecto, es un chiste, una frase cargada de ironía que pretende reflejar la tradición autoritaria que con tanto ahínco se ha cultivado tanto en la sociedad española como en los países que se libraron de su dominio. Aunque la entrevista no pretendía centrarse en la situación política de Cuba me fue inevitable no dar pie a ello, eso sí, sin ningún afán de profundidad y de ahí el tono de la conversación.
ResponderEliminarY, desde luego Pilar, las novelas de Abilio Estévez están repletas de argumentos, personajes, actitudes y acontecimientos que pueden ayudar a desentrañar el complejo y desesperante ovillo de la realidad y nuestra acuciante necesidad de construirnos certezas.