Como seguramente he comentado alguna vez, creo que el libro tiene interés desde varios puntos de vista. Por ejemplo, como objeto físico, con su formato y peso determinados, el ejemplar que tenemos entre manos, junto con la forma en que ha llegado a nosotros (compra, regalo, préstamo), posee sustantividad propia, que forma una unidad con su contenido. Quizá por eso tengo tan poca afición al el libro electrónico, en el que todo esto queda bastante diluido, y solo el texto en sí conserva su importancia.
De la misma forma, tal vez con mayor intensidad, el hecho de leer en un momento y lugar determinados le añade al libro características subjetivas que, si son suficientemente potentes, quedan fundidas con aquello que recibimos del autor. A veces tanto reseñistas como visitantes del blog hemos aludido a alguna de estas circunstancias, y se ha recordado la ocasión, el lugar o el momento
preciso en que se ha leído un libro concreto. Son recuerdos muchas veces intensos y nítidos que siempre me traen a la memoria situaciones similares que he vivido, libros leídos en circunstancias singulares, que han quedado para siempre indisolublemente unidas a aquellas lecturas. Y me voy a permitir contar algunas de ellas.
Sin lugar a dudas, mi experiencia más intensa con un libro tuvo como protagonista 'El ruido y la furia' de William Faulkner. Edición Bruguera de bolsillo, en color gris, titulada más literalmente ‘El sonido y la furia’. Lo leí en lo que probablemente era el entorno menos apropiado, o tal vez todo lo contrario: acompañando a una persona muy querida durante interminables noches en un hospital. Yo era muy joven, y la combinación de la atmósfera irrespirable de los pueblos polvorientos y los personajes desquiciados de Faulkner con la angustia ante la enfermedad y el dolor, resultó demoledora. Muchos años después me siento estremecer con el recuerdo, y hoy es el día en que soy incapaz de volver a abrir aquel libro, casi de tocarlo. La idea de releerlo me atrae, pero estoy seguro de que nunca lo haré.
En un tono desde luego mucho menos dramático, me viene a la memoria otro par de títulos directamente asociados a algunas otras dolencias, esta vez propias: 'El nombre de la rosa' (virus pillado por una imprudencia en la ruta del Cares) y una parte de la Biblia, leída a trozos durante bastante tiempo. En este último caso, no es tanto la enfermedad en sí lo que asocio al libro, sino la presencia de mi padre durante horas, en silencio, en un sofá junto a mi cama. Entiéndase que nuestra peculiar relación no daba mucha ocasión a escenas semejantes y, mientras leía los Salmos o las atrocidades de la época de David, no sé, me sorprendía en aquel cuadro familiar tan insólito.
A veces el libro adquiere ese estatus especial no por una sino por varias circunstancias anecdóticas que, todas juntas, forman un pequeño itinerario que se prolonga en el tiempo y hace que ese título, aunque de forma intermitente, mantenga una especie de presencia constante. Así me ocurre con 'Amaya o los vascos en el siglo VIII'. Era uno de los muchos volúmenes que lucían en la biblioteca de mis tíos que a mí, no sé si acertadamente, me parecía soberbia. En su momento no me atreví con aquel tocho, pero la renuncia quedó por ahí flotando, como una pequeña mancha. Bastantes años después me decidí, fue quizá el primer libro que leí en formato electrónico y tuvo además el honor (más bien lo tuve yo) de ser la primera colaboración que me publicaron los amables redactores de ULAD. Finalmente, como para completar el círculo, acabé comprándolo en papel en la honorable librería de viejo donde busco suministros desde hace mucho tiempo.
Libros leídos durante enfermedades propias o ajenas, o cuando alguien se nos va, pero también en la playa, quizá durante un verano solitario, o no tanto, regresando en un tren de un viaje muy especial o coincidiendo con algún acontecimiento social o político, quizá en un país extranjero, cuando nos quedamos en paro o cambiamos de empleo, o de casa, o simplemente un fin de semana lluvioso que por alguna razón desconocida asociamos para siempre a aquella lectura. Libros dejados a medias, perdidos, robados o recuperados de un préstamo que parecía sin retorno. O, por qué no, un libro leído en una Nochebuena diferente.
A veces el libro tiene un efecto medicinal, contrapesando un momento de dolor o de soledad, o puede sumar a la realidad amargura o desasosiego, quizá entusiasmo o tranquilidad. La mayor parte de las veces esas pequeñas historias pasan al olvido por intrascendentes, pero como lectores, queramos o no, algunos de esos libros no serán nunca solamente aquello que nos contaba su autor, sino ese mismo texto enredado para siempre con un trozo de nuestra vida, el objeto y la lectura que nos acompañó justamente en aquel momento. Seguro que nos ocurre a todos.
Excelente.
ResponderEliminar"Vida de Pi", mientras esperaba que salga mi viejo de quirófano.
"La biblioteca de Babel",en mi adolescencia, en una fotocopia (¿vale una fotocopia para esta entrada?) que me regaló una chica cuyo nombre y cara no recuerdo, pero que hizo que me animara con Borges cuando sólo leía la sección deportiva del diario.
"La tregua", llorando en el subterraneo, camino al laburo. A los 20 años, primer trabajo en un servicio de oncología infantil. Viajaba convencido de que lloraba por la novela de Benedetti.
Qué bonito lo que usted ha escrito. Un saludo muy afectuoso
Eliminar"La isla del Dr. Moreau" en un tren de camino de Madrid a San Sebastián.
ResponderEliminar"El monje", entre lágrimas, en las semanas siguientes a separarme.
"Lancha Rápida" de Renata Adler, que me absorbió completamente durante una visita a una amiga en Barcelona.
Y los clásicos rusos a los que dedicaba siempre un hueco en los veranos.
Preciosa entrada,compay!!
ResponderEliminarComo bien dices, el libro electrónico jamás podrá suplir ese "valor añadido" del libro en papel.
Recuerdo que hace muchos años leí La Taberna de Zola en cama y con bastante fiebre.Se que era en el mes de diciembre, y que estaba de vacaciones de Navidad. Jamás se me ha olvidado esta experiencia, y cada vez que hablan o veo un libro de Zola, me viene á la memoria. Y por supuesto, conservo el ejemplar de La Taberna.
ResponderEliminarWerther a la sombra de un manzano en la casa natal de mi madre. Edición cutre de Salvat encontrada con toda la emoción en una librería de viejo por 50 pesetas. La clave es que yo tenía 20 años.
ResponderEliminarCiertamente, un post muy bonito, Carlos.
ResponderEliminarY coincido contigo, Koldo. El libro electrónico, al carecer de atributos físicos, no nos puede llegar del mismo modo que el en papel. Que yo también soy de los que prefiere el libro de toda la vida, vamos.
Gracias a todos por los comentarios. Igual se trataba de eso, recuperar un poco esos momentos especiales y el libro que los acompaño (con tilde que no me sale).
ResponderEliminarPD: me ha encantado lo de la fotocopia.
PD2: A lo mejor con las burbujas salen más anécdotas, jeje
El Principito en una tarde mágica porque lo leíamos a trozos en clase de francés pero llegó un momento en que, deslumbrada, ya no pude aguantar más y lo compré en español para devorarlo entero. Las últimas páginas las leía con miedo. Con miedo acabarlo y luego qué.
ResponderEliminarSandra Suárez
Con miedo A acabarlo...
ResponderEliminarMe gustó la idea de relacionar libros con circunstancias de nuestra vida. It de Stephen King me ha acompañado durante una neumonía y como mientras leía la novela escuchaba a Joni Mitchell ambos han quedado unidos para siempre.
ResponderEliminarSaludos
Recuerdo leer a Dickens y Jane Austen en libro electrónico (no me gusta nada este soporte, pero para libros gordos a veces resulta cómodo) en mi primer embarazo.
ResponderEliminarY también "Soberbia" de Somerset Maugham, en una edición medio rota de bolsillo, y exámenes de Bachillerato cuando mi hija estuvo en la UCI. ¡Nunca pensé que corregir fuera tan terapéutico!
Absoluto yonkie del papel que huele, que amarillea, que pesa y cuyo lomo acaricio lascivamente.
ResponderEliminarHola, coincido mucho con todos, pero punto por punto con Francesc. Mi ejemplar de "Cien años de soledad" va adquiriendo la consistencia de los pergaminos resecos de Melquiades.
ResponderEliminarEn cuanto al tema de los momentos, pues son tantos que no sabría..Creo que desde hace 20 años siempre llevo un libro en el bolso, y me paso los días yendo y viniendo de la biblioteca. Pero si tuviera que elegir varios serían los siguientes (ahora):
- Mujercitas. Lo he leído varias decenas de veces, antes con vergüenza, ahora con admiración. Muy infravalorado este libro y relegado al montón de las cursiladas.
- Las edades de Lulú: lo descubrí escondido en casa y me dejó con la boca abierta. Leído a escondidas sabía a gloria.
-El Quijote: lo tiene todo, sé que es un tópico pero me gusta mucho. Tengo 5 ediciones, incluso una edición del de Avellaneda, muy inferior al original.
Además, soy mujer de clásicos españoles.
-2666:me lo dejó un amigo y leí en estado tal de admiración que me dijo que me lo quedará.
- "Cien años de soledad": cada año lo vuelvo a leer, ya no recuerdo las veces.¿Hace falta explicarlo?
- "Cuentos por teléfono" Este libro de Gianni Rodari tiene unos cuentos tan diferentes, surrealistas y divertidos que los hemos machacado en casa. El mejor momento de algunos días, ese ratito del cuento de la noche.
Y como estamos blanditos, pues diré que gracias a los libros , mis hijas encuentran siempre entretenimiento y un momento relajado en el que parar de este mundo tan rápido y desasosegante.
El libro y su momento.....
ResponderEliminarRecuerdo que a mi hermano Octavio, regresó de Estados Unidos divorciado y sin trabajo. Para distraerlo le presté un libro que me había atraído bastante y lo leí sin pausas. Ése libro era “ Ensayo sobre la Ceguera “ de Saramago!! Mi hermano fue y me entregó el libro diciendo: “Marcela llegué a Casa deprimido por mi situación y a tí se te ocurre prestarme éste libro de lo más deprimente . Entre tu libro y la ceguera de todos en la lectura, se me ocurre el suicidio..” .. Jajajaja, Nos reímos un buen rato y reaccioné, que para recomendar un libro, hay que saber a quien y porque...
Saludos.
Cuando leía tu post justamente pensaba en eso: Dios mío, cómo acabará esa situación, con esa lectura terrible! Marcela, prométenos que la próxima vez afinarás mejor.
ResponderEliminarGracias por seguir con nosotros.
La historia interminable. Con 12 años me marcó mucho, leyéndolo con una linterna en la cama porque me tenía enganchado. Yo, como Bastian, tampoco quería ir al colegio porque me hacían bullying. Quería viajar al reino de Fantasía y volar sobre Fujur.
ResponderEliminarLa imagen que comentas justamente me estaba recordando a Bastian, es como un libro dentro de otro libro dentro de otro libro, contigo de protagonista. Y bueno, igual los libros también pueden ayudar en situaciones complicadas. Espero que haya sido así.
ResponderEliminarUn saludo y gracias por comentar.