Año de publicación: 1981
Valoración: muy recomendable
Hay veces que uno descubre a una autora casi por casualidad (o por una recomendación como se trata de este caso), puesto que la difusión de las obras por los canales habituales, con sus grandes promociones, impide que se lleguen a conocer todas las novedades. Y más si éstas son publicadas por editoriales menos grandes. La consecuencia es que hay grandes autores que pasan casi desapercibidos, y es una lástima porque nos podríamos perder pequeñas joyas como la que reseño en esta entrada. Afortunadamente, la editorial «Cabaret Voltaire» ha decidido acertadamente recuperar las principales obras de esta autora como «Memoria de chica» (reseñada también en ULAD) y «La mujer helada», entre otros. Y esperaremos más, a tenor del resultado. Pero mejor vayamos al grano y hablemos del libro en cuestión.
Como ya ocurría en «Memoria de chica», Annie Ernaux sigue recuperando los recuerdos de su vida, en este caso para escribir sobre las libertades (o la ausencia de ellas) de las mujeres de su época. Claramente basada en la propia vida de la autora, quien solicitó que quitaran la palabra «novela» cuando se publicó en Francia, es lo que podríamos llamar una biografía novelada. En ella, Annie Ernaux nos habla de la vida de las mujeres de su época, y por extensión, de la sociedad con la que se encontró, desde su infancia hasta su edad más adulta. Y trata sobre las mujeres hablando del mundo que conoció. Un mundo que, en círculos familiares, estaba formado por mujeres luchadoras, humildes, de clase media-baja y trabajadoras. Mujeres que prácticamente no tienen tiempo para nada más que trabajar y mantener una vida al lado de sus maridos (a menudo distantes), dejando de lado aspectos secundarios de su vida para poder salir adelante y lidiar con un ajetreado día a día. Esas mujeres, de carácter, son las que formaron parte de la infancia de Annie, siendo sus referentes y conformando su mundo. Y por contra, las que pertenecen al otro lado del mundo, la otra cara de la moneda, las que tienen maridos que se ganan bien la vida (que triste expresión, ganarse la vida), con vidas acomodadas, con un aspecto delicado y cuidado, viviendo en un mundo de pulcritud, de delicadeza, de perfección (mal entendida). Esas mujeres «frágiles y vaporosas, de manos suaves, y rostros cuidadas», pero mujeres sin voz, sumisas, sin nada más que fachada.
En esa sociedad se desenvuelve la protagonista, con una madre poco estricta que le permite ser ella misma, que la introduce en el mundo de los libros (o, mejor dicho, «mundos» porque cada uno de ellos alberga uno propio). Son unas primeras cuarenta páginas de recuerdos de su infancia, maravillosas, preciosas. Pero el libro va de contrastes, y el desparpajo y el atrevimiento que su madre le insufla choca con el orden y la disciplina impuestos por la educación recibida en escuela religiosa. Allí asoma el miedo, no únicamente a Dios, sino a no acabar siendo aquello que de ella se espera: una mujer perfecta según el canon establecido; una mujer que cocina, que cuida de su marido, que centra su vida en ser madre y esposa perfecta. Esta contraposición de ambos mundos la someten a un debate interno continuo, en una lucha constante para que su propio yo asome entre tanta duda y contradicción.
De esta manera, Annie Ernaux escribe un libro sobre qué debería suponer la liberación de la mujer, sobre la dificultad en demostrar su valía en un mundo reinado por hombres, donde el papel de ellas queda relegado a las tareas domésticas y en proporcionar un soporte al esposo. También nos habla del papel secundario de la mujer en lo relativo a las relaciones amorosas, donde ellos eligen y ellas son las elegidas, y, si lo hacen ellas, son unas «golfas». De esta manera, el planteamiento del libro es una lucha constante de la protagonista por librarse de una educación basada en conseguir matrimonio, anulando sus capacidades. Una lucha contra ella misma, un desafío constante no sólo a su propia educación (y por extensión, a aquello que forma su manera de ser) sino a la sociedad misma. Nos habla también del desafío, sí desafío, de ser madre con todo lo que eso conlleva en una sociedad donde la igualdad pretendida está lejos de ser alcanzada. Donde los sueños de juventud en vistas a un futuro quedan enterrados bajo un manto de tareas domésticas. Donde aquello que una defiende en su juventud se vuelve contra ella sin opción a librar, tan siquiera, una lucha donde la victoria es ella misma, su yo más puro.
Así, y sin pretender que sea un manifiesto, sí que la obra le sirvió para analizar su propia vida en clave retrospectiva, para averiguar qué había ocurrido para que ella, una chica educada en una familia luchadora y feminista, se hubiera acabado convirtiendo en aquello que detestaba, una mujer helada, para acabar asumiendo unas tareas para los que no había estado preparada ni deseado, únicamente por el hecho de ser la sociedad quien concibe que sean las mujeres las que se encarguen de ello. Y nos habla de todo ello sin pelos en la lengua, sin intentos de suavizar las agrias sensaciones que su propio pensamiento le generan, con la sinceridad y la honestidad por delante, admitiendo sus errores, acusándose a ella misma, juzgando a lo sociedad, y juzgándose también a ella.
La mujer helada es esa mujer que ha perdido su yo, su personalidad, sus intereses, sus ambiciones. Únicamente queda la superficie y lo que se ve: una mujer aparentemente perfecta, perfecta como esposa, como madre, como ama del hogar. Porque reconozcámoslo, esos detalles de desigualad, o digámoslo abiertamente por su nombre (machismo), los hemos visto y los seguimos viendo, en casa propia o ajena, y si no fuera porque la sociedad nos tiene acostumbrados a ellos veríamos cuán injustos son. El hecho que este libro, escrito en 1981, se haya editado hace muy pocos años y que sigamos viendo en él las trazas de un machismo latente, indica que la sociedad no ha avanzado mucho en este aspecto. Tendremos que seguir luchando, queda camino por recorrer. Y es que el paisaje que nos retrata Ernaux es desolador para las mujeres, y también para los hombres (en menor medida) puesto que nos deja en un lugar demasiado cerca a la tiranía que, aunque disimulada y ejercida en pequeñas pero constantes dosis, es real y existe. Sin duda, a pesar de los más de treinta años que han pasado, hay casos en que el acercamiento a la igualdad se ha conseguido, pero hablo de casos. No es lo habitual, no es lo común, no es lo deseado, no es aún una victoria. No lo es. Aun.
También de Annie Ernaux en ULAD: Memoria de chica, No he salido de mi noche, El uso de la foto, Los años, Una mujer, La otra hija, El lugar, El lugar (contrarreseña)
Como ya ocurría en «Memoria de chica», Annie Ernaux sigue recuperando los recuerdos de su vida, en este caso para escribir sobre las libertades (o la ausencia de ellas) de las mujeres de su época. Claramente basada en la propia vida de la autora, quien solicitó que quitaran la palabra «novela» cuando se publicó en Francia, es lo que podríamos llamar una biografía novelada. En ella, Annie Ernaux nos habla de la vida de las mujeres de su época, y por extensión, de la sociedad con la que se encontró, desde su infancia hasta su edad más adulta. Y trata sobre las mujeres hablando del mundo que conoció. Un mundo que, en círculos familiares, estaba formado por mujeres luchadoras, humildes, de clase media-baja y trabajadoras. Mujeres que prácticamente no tienen tiempo para nada más que trabajar y mantener una vida al lado de sus maridos (a menudo distantes), dejando de lado aspectos secundarios de su vida para poder salir adelante y lidiar con un ajetreado día a día. Esas mujeres, de carácter, son las que formaron parte de la infancia de Annie, siendo sus referentes y conformando su mundo. Y por contra, las que pertenecen al otro lado del mundo, la otra cara de la moneda, las que tienen maridos que se ganan bien la vida (que triste expresión, ganarse la vida), con vidas acomodadas, con un aspecto delicado y cuidado, viviendo en un mundo de pulcritud, de delicadeza, de perfección (mal entendida). Esas mujeres «frágiles y vaporosas, de manos suaves, y rostros cuidadas», pero mujeres sin voz, sumisas, sin nada más que fachada.
En esa sociedad se desenvuelve la protagonista, con una madre poco estricta que le permite ser ella misma, que la introduce en el mundo de los libros (o, mejor dicho, «mundos» porque cada uno de ellos alberga uno propio). Son unas primeras cuarenta páginas de recuerdos de su infancia, maravillosas, preciosas. Pero el libro va de contrastes, y el desparpajo y el atrevimiento que su madre le insufla choca con el orden y la disciplina impuestos por la educación recibida en escuela religiosa. Allí asoma el miedo, no únicamente a Dios, sino a no acabar siendo aquello que de ella se espera: una mujer perfecta según el canon establecido; una mujer que cocina, que cuida de su marido, que centra su vida en ser madre y esposa perfecta. Esta contraposición de ambos mundos la someten a un debate interno continuo, en una lucha constante para que su propio yo asome entre tanta duda y contradicción.
De esta manera, Annie Ernaux escribe un libro sobre qué debería suponer la liberación de la mujer, sobre la dificultad en demostrar su valía en un mundo reinado por hombres, donde el papel de ellas queda relegado a las tareas domésticas y en proporcionar un soporte al esposo. También nos habla del papel secundario de la mujer en lo relativo a las relaciones amorosas, donde ellos eligen y ellas son las elegidas, y, si lo hacen ellas, son unas «golfas». De esta manera, el planteamiento del libro es una lucha constante de la protagonista por librarse de una educación basada en conseguir matrimonio, anulando sus capacidades. Una lucha contra ella misma, un desafío constante no sólo a su propia educación (y por extensión, a aquello que forma su manera de ser) sino a la sociedad misma. Nos habla también del desafío, sí desafío, de ser madre con todo lo que eso conlleva en una sociedad donde la igualdad pretendida está lejos de ser alcanzada. Donde los sueños de juventud en vistas a un futuro quedan enterrados bajo un manto de tareas domésticas. Donde aquello que una defiende en su juventud se vuelve contra ella sin opción a librar, tan siquiera, una lucha donde la victoria es ella misma, su yo más puro.
Así, y sin pretender que sea un manifiesto, sí que la obra le sirvió para analizar su propia vida en clave retrospectiva, para averiguar qué había ocurrido para que ella, una chica educada en una familia luchadora y feminista, se hubiera acabado convirtiendo en aquello que detestaba, una mujer helada, para acabar asumiendo unas tareas para los que no había estado preparada ni deseado, únicamente por el hecho de ser la sociedad quien concibe que sean las mujeres las que se encarguen de ello. Y nos habla de todo ello sin pelos en la lengua, sin intentos de suavizar las agrias sensaciones que su propio pensamiento le generan, con la sinceridad y la honestidad por delante, admitiendo sus errores, acusándose a ella misma, juzgando a lo sociedad, y juzgándose también a ella.
La mujer helada es esa mujer que ha perdido su yo, su personalidad, sus intereses, sus ambiciones. Únicamente queda la superficie y lo que se ve: una mujer aparentemente perfecta, perfecta como esposa, como madre, como ama del hogar. Porque reconozcámoslo, esos detalles de desigualad, o digámoslo abiertamente por su nombre (machismo), los hemos visto y los seguimos viendo, en casa propia o ajena, y si no fuera porque la sociedad nos tiene acostumbrados a ellos veríamos cuán injustos son. El hecho que este libro, escrito en 1981, se haya editado hace muy pocos años y que sigamos viendo en él las trazas de un machismo latente, indica que la sociedad no ha avanzado mucho en este aspecto. Tendremos que seguir luchando, queda camino por recorrer. Y es que el paisaje que nos retrata Ernaux es desolador para las mujeres, y también para los hombres (en menor medida) puesto que nos deja en un lugar demasiado cerca a la tiranía que, aunque disimulada y ejercida en pequeñas pero constantes dosis, es real y existe. Sin duda, a pesar de los más de treinta años que han pasado, hay casos en que el acercamiento a la igualdad se ha conseguido, pero hablo de casos. No es lo habitual, no es lo común, no es lo deseado, no es aún una victoria. No lo es. Aun.
También de Annie Ernaux en ULAD: Memoria de chica, No he salido de mi noche, El uso de la foto, Los años, Una mujer, La otra hija, El lugar, El lugar (contrarreseña)
Hola Marc, creo que Cabaret Voltaire es una garantía de calidad. Han recuperado también la obra de Mohamed Chukri que es excelente. Respecto de la situación de las mujeres me parece que se ha avanzado muchísimo con movimientos que reivindican sus derechos: pensemos cuál era la situación de las mujeres hace 70 años......eso no quiere decir que no queden cambios por hacer.
ResponderEliminarSaludos
Hola Gabriel. Coincido totalmente en que la situación de las mujeres hace 70 años era mucho peor. Lo que expongo es el cambio habido en los últimos treinta años respecto a lo que el libro denuncia, y sí, se ha mejorado (por suerte y porque no hacerlo sería vergonzoso), pero aún queda mucho por avanzar en una gran parte de la sociedad. Creo que muchos de nosotros conocemos casos en los que la desigualtad existe, de ahí mi comentario.
ResponderEliminarY muchas gracias por la recomendación sobre Mohamed Chukri. ¡Tomo nota!
Saludos, y gracias por tus comentarios habituales en ULAD.
Marc
Qué buena reseña, Marc. Leí el libro hace unos meses y coincido totalmente con tu valoración. Además, a pesar de desvelar en buena medida lo que en ella se cuenta, solo dejas entrever lo más importante: el cómo se cuenta, ese tono duro, que parece un ajuste de cuentas de la autora con su pasado, con la sociedad y con ella misma.
ResponderEliminarUna obra necesaria, por muy rimbombante que pueda sonar.