Idioma original: Catalán
Título original: Els castellans
Año de publicación: 2011
Traducción: El
propio autor
Valoración: Recomendable
La infancia es una ficción. Este libro quiere ser una prueba
concluyente de ello. Con este reconocimiento, que forma parte de
la propia narración en su epílogo, Jordi Puntí (Manlleu, Barcelona, 1967) fija
el punto de partida de este grupo de relatos, iniciados por encargo de la
revista L’Avenç en 2007 y cuya primera elaboración corrió paralela en el tiempo,
como ejercicio complementario, a la escritura de la novela Maletes perdudes.
Reescritos con
posterioridad, y con toda la intención de elaborar literatura desde la
intimidad, la evocación y el recuerdo, pero también desde la ficción, la
alteración y el sometimiento al objetivo de lograr un tono, una atmósfera y un
estilo, nos deparan un viaje al tiempo de la infancia en un pueblo industrial
(y rural) de la Cataluña “profunda” en la década de los 70 y 80 del siglo XX.
Para ello, Jordi
Puntí se sirve de la relación que él y sus compañeros mantenían con los niños
de su edad, miembros de la numerosa comunidad de inmigrantes procedentes en su
gran mayoría del sur de la Península Ibérica y a los que denominaron
castellanos. Relación, hay que resaltarlo, basada casi que exclusivamente en la
pedrada, aderezada de algún insulto y un poco de desafío. Unos en casas
unifamiliares, los otros en abigarrados bloques de viviendas, unos en colegios
religiosos de pago, los otros en escuelas públicas gratuitas, la convivencia
pasaba por la pugna y el control –más simbólico que efectivo- de los espacios
comunes; un descampado, una pista de deporte, la piscina municipal, el cine (donde reinaba sin discrepancia posible Bruce Lee), la
máquina del millón de un bar, un escondite donde reunirse y ojear revistas con
fotos de chicas desnudas…
Apenas hay
diálogo, ni contacto físico. Y, sin embrago, los otros se vuelven
imprescindibles para modelar el yo, el nosotros. “Es como si ellos hubieran sujetado el espejo en el que nos reflejábamos
– y me gusta pensar que a su vez nosotros sujetábamos el suyo.”, Por que en
esa dinámica de conflicto y de pugna, subyace también una fascinación por las
maneras, el desparpajo, la belicosidad que la propia imaginación infantil
otorga al desconocido; al que no se le impone la restricción de la digestión
para darse un chapuzón, para el que el horario de regreso es más laxo y al que
cuando castiga un cura lo hace con más saña. Y ahí, me parece, radica el mayor
atractivo de estos relatos, en esa capacidad de desbordar lo previsible, de exhibir
y estrujar los propios prejuicios y de ofrecer una perspectiva inesperada y
prodigiosa.
También hay algún
personaje que sabe nadar entre dos aguas, que va por libre y no precisa
despreciar al otro para definir su persona y opta por sacar partido a la
situación. Y al final, con la llegada del bachillerato, la adolescencia y otros
anhelos, más prosaicos y carnales, acaba por imponerse el trato personal y, ya
se sabe, del roce surgen muchas cosas. A los castellanos, un apelativo
pretendidamente despectivo, empezando por su arbitraria falta de exactitud,
sucederán familias y niños llegados desde otras lejanías que serán seguramente
observados por otros niños desde lo alto de sus bicicletas con reserva,
desconfianza y hostilidad. Y, muy probablemente, íntima y secreta fascinación.
Si el libro es la mitad de interesante que la reseña, merecerá la pena.
ResponderEliminarEnhorabuena y saludos tocayo.
Muchas gracias, ¡tocayo y compañero!
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