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lunes, 10 de julio de 2017

Reseña + Entrevista. Ander Izagirre: Potosí


Idioma original: español
Año de publicación: 2017
Valoración: muy recomendable

Pues, por si no os habéis dado cuenta, voy a ponerme muy insistente en lo de declarar la crónica como uno de los géneros que veo con más futuro en la literatura. Los argumentos son variados y habrá quien los considere endebles, pero los veo de peso: la crónica no tiene un requisito de estilo tan elevado, pues depende mucho de lo interesante del contenido. Tampoco es tan exigida en la cuestión creativa, cuando la realidad empieza a ser tan crudamente superior a lo concebido por la mente humana. Y encima dispone de una coartada acorde a los tiempos que corren, con la falta de tiempo que nos acucia a muchos. Uno lee crónica y compatibiliza información, disfrute y hasta formación. Saber de otras partes del planeta o de otras partes de la sociedad en que vivimos. No es casualidad ese aluvión de programas televisivos en forma de reportajes donde asomarnos a la vida en otros entornos: compatriotas que se buscan la vida lejos de sus lugares de origen, experiencias profesionales de oficios arriesgados.
Por suerte, las opciones van aumentando, y las crónicas ya van superando el estereotipo de la bitácora de viaje o el reportaje periodístico y adoptando distintos cauces, y lógicamente el abanico de autores se enriquece, aunque haya que lamentar que algunos hayan desaparecido. Chatwin, Kapuscinski o Politkovskaia. Pero nos queda Alexiévich, Krakauer, Anderson, Aldekoa, Villoro, Carrión, muchos que olvido y algunos que espero descubrir en el futuro, como he descubierto a Izagirre presentado por la inquieta gente de Libros del KO, que ya me trajo a Fariña,  y he disfrutado de lo lindo. Con un texto bien estructurado y asequible, dinámico y elusivo de lo blandengue. Que arraiga en el pasado lo justo para enlazarse con el Galeano reivindicativo de Las venas abiertas de América latina, pero que se proyecta de forma contundente en el presente, para contarnos la historia de Alicia, otra de esas víctimas anónimas de todo el lodo que arrastra el proceso de colonización y descolonización. 
Todos conocemos la expresión vale un potosí. Pues Potosí es la ciudad de Bolivia organizada alrededor del enorme potencial minero de la zona. Explotación que ya empezó con el expolio de los metales preciosos (algún imbécil ha dicho que ese expolio fue compensado ampliamente con la aportación de los conquistadores: nuestra fe, nuestro idioma y nuestro sentido de la civilización) en los siglos XVI y posteriores, y que continúa hoy en día, cuando los metales que la zona minera alberga (estaño, por ejemplo) son explotados a destajo por trabajadores en condiciones precarias a las órdenes de compañías de intereses multinacionales sujetas a los vaivenes de los precios de las materias (vaivenes muchas veces predefinidos por turbios intereses especulativos, por necesidades de las cadenas productivas o por puras manipulaciones en los ciclos de demanda de éstas). Y toda esa economía local alrededor de esas explotaciones acompaña esa montaña rusa de contrataciones y despidos masivos, y qué mejor ejemplo que una mina donde generaciones trabajan y desgastan sus organismos en condiciones deplorables que son prácticamente garantía de severas afecciones físicas. Izagirre usa a esa niña obligada por las condiciones al trabajo para dibujar todo el panorama, un panorama demasiado complejo y rico en matices para destriparlo en una reseña. La clase de libros que fortalecen las convicciones de quien lo lea, a poco sentido común de que uno disponga, y la clase de libros (esto lo he dicho ya alguna vez, pero aquí es particularmente cierto) cuya lectura, sea por cabreo, indignación, confirmación de sospechas, etcétera, mejora a quien lo lee.

Y con un autor dispuesto a perder un ratito respondiendo alguna cuestión.


¿Esta clase de historias se buscan o le encuentran a uno?

Las historias no te caen del cielo mientras estás sentado en el sofá. El trabajo del periodista es salir a buscarlas. Luego es cierto que en esas historias, cuando les dedicas tiempo, aparecen asuntos inesperados, llamativos, interesantes, urgentes, que te hacen plantearte otros modos de trabajar: por ejemplo, pasar de un primer reportaje sobre una niña minera en el año 2010, a desarrollar todo un libro en 2017, porque esa niña es un personaje muy poderoso que rompe todos los moldes y que sirve para contar un mundo, el de las minas de Bolivia.
  
¿Qué piensa de ese establecimiento de vínculos emocionales ante tanto abuso y tanta injusticia? 

Que es inevitable, es humano y es el inicio del camino. La empatía te lleva a querer conocer las historias de los demás. Otra cosa es escribir: creo que Richard Ford decía que para escribir hay que tener una aguja de hielo en el corazón. No puede ser que las emociones te aplasten o te distorsionen demasiado la capacidad de observación.
  
¿Siente que condiciona el proceso creativo?

Por supuesto, pero es algo que hay que manejar, hay que acertar con las dosis: se necesita una implicación personal para interesarse por alguien, se necesita una distancia para escribir.

¿Se ayuda más con el teclado o con las manos?

Seguramente con las manos, pero hay que escribir como si sirviera. No se me ocurre otro modo de hacer lo poco que yo sé hacer.

¿Obtendrá alguna vez la crónica el lugar que se merece?

No sé cuál es ese lugar. No tengo ninguna queja especial con el lugar de la crónica.

Y si no lo obtiene en el peculiar mundo literario, ¿se reconocerá esa valiosa inducción a la reflexión?

Es que no entiendo muy bien cuál es el supuesto de esta pregunta –una falta de reconocimiento-, ni qué quiere decir lo del peculiar mundo literario. Solo sé que la crónica es una herramienta valiosa para contar la realidad, que por supuesto debe servir para menear un poco los pensamientos y las ideas. Si no hablamos de los mecanismos que producen las injusticias, de sus beneficiarios, si solo contamos escenas emotivas del sufrimiento, estamos haciendo un exhibicionismo de las víctimas que suele tener recompensa pero no sé si sirve para algo.


¿Alguna influencia no reconocible que quiera destacar?

No, no creo que deba ser yo quien lo haga.

En general, o aplicado a este libro, cuando se escribe sobre estas situaciones, ¿uno empieza a mirar más quien viene a su espalda? 

No sé si te refieres a que me ataque alguien que queda mal en el libro o algo así. Bueno, yo planteo unas críticas y unos argumentos. El debate es libre y me expongo a críticas y contraargumentos.

El periodista/escritor/cronista haciendo preguntas incómodas tras una mesa o abordando en la calle, ¿es el nuevo detective global? ¿Es el descubridor que empieza a sembrar las semillas de lo conspiranoico o simplemente va entregando piezas del puzzle?

No entiendo bien la pregunta. El trabajo del cronista es antiquísimo: cuenta realidades poco conocidas para sus lectores, intenta explicarlas de la manera más completa y atractiva posible, y si es bueno, consigue abrir algunas buenas preguntas y cuestionar algunas de las formas en las que se organiza el mundo.

¿Otros proyectos?


Sí, pero muy verdes aún 😊

5 comentarios:

  1. Completamente de acuerdo. Por ejemplo, disponemos de un montón de novelas ambientadas en la guerra civil española de 1936-9, que lógicamente son historias ficticias (por eso son novelas), pero en cambio a nadie (al menos que yo sepa) se le ocurrió en los años inmediatamente siguientes (o sea, en los años 40) recoger en un libro testimonios reales y vividos de personas anónimas que padecieron la guerra en ambos bandos, contando sus vivencias, sus experiencias, sus sufrimientos, sus miedos… Esos mil testimonios de personas que sufrieron la guerra en sus carnes tendrían más valor (y serían mucho más interesante) que cualquiera de esas novelas. No sé literariamente, pero desde luego sí documentalmente. (Ahora no podría escribirse ese libro, pues quienes vivieron aquella guerra han muerto en su mayoría o tienen desdibujados sus recuerdos.)

    Sandra Suárez

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  2. Buena reseña. Coincido con tu apreciación sobre lo necesario y enriquecedor de las crónicas periodísticas. Novela, ensayo y crónica deben formar parte la dieta sana de cualquier persona dispuesta a alimentar su mente a la par que su organismo. Algo de poesía y de música para aliñar. Y de postre nada mejor que algún comic, libro ilustrado o novela gráfica.

    Sobre lo que comenta Sandra, hay excelentes novelas gráficas que abordan este tema con mucha lucidez y gran calidad: El arte de volar, El paseo de los canadienses, etc. Y como crónica pura recomiendo a Cháves Nogales A sangre y fuego, o El viaje a la aldea del crimen de Sender (este en torno a los llamados sucesos de Casas Viejas previos a la contienda).


    Saludos.

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  3. Eso iba a recomendar yo, Sir Robin, Chaves Nogales.... imprescindible como cronista

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  4. Gracias por la reseña, Francesc. Y por el interés. Estoy muy de acuerdo contigo en el valor de la crónica. Agregaría a los motivos que das, la prostitución de los medios de comunicación; cuando no sesgados por intereses políticos, sesgados por intereses económicos que hacen de la verdad, solo lo que puede vender. Creo que ahí aparece la crónica como necesaria. Soy Uruguayo y he vivido una mitad de mi vida allá y la otra aquí. Supongo que vosotros os movéis en entornos de gente culta e informada, sinembargo, yo veo a mi alrededor una extrema ignorancia a lo que sucede y, porque sucede, en otras partes como América latina. Lamentable. Lamentable porque vivimos en este mundo globalizado para los negocios, pero lleno de muros para la información y las posibles empatias hacia otros lugares. Hoy, la crónica se me ocurre como el más fiable de los accesos a la verdad.

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  5. Muchas gracias por los comentarios, y por el detalle y la extensión de éstos. Sin extenderme más en el valor de la crónica como género, creo que Izagirre ha escrito bastante libros que merece la pena investigar.

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