Año de publicación: 2017
Valoración: recomendable
Con una gran delicadeza, y la habilidad adquirida en el uso de las palabras tras ejercer de traductora y correctora, Tina Vallès nos cuenta la historia de cómo las consecuencias del paso del tiempo afectan el día a día de una familia, y como la situación es percibida bajo la mirada atenta del pequeño Jan.
La vida rutinaria propia de los niños, donde lo que sucede día a día acostumbra a seguir un patrón establecido, se ve alterada cuando Jan se encuentra con que sus abuelos pasarán a vivir con él y sus padres. Este cambio de la cotidianidad supone una alteración en su vida, no únicamente en cuanto a las tareas propias de cada uno sino también en la necesidad de asimilar estos cambios, que Jan percibe sin saber exactamente a qué son debidos e intenta adaptarse a ellos mientras la curiosidad propia de su infancia intenta conocer el motivo. Esa pequeña alteración de las rutinas del día a día, probablemente insignificante a ojos de los mayores, suponen trastocar el mundo de un niño; lo que él podría percibir como una alegría, pues sus abuelos a quienes quiere con locura vienen a vivir con ellos, lo percibe como si no fuera tal, por el extraño comportamiento de sus padres ante este hecho. La reacción de Jan es compleja y titubeante ya que quiere averiguar lo que sucede, pero hasta cierto punto; a menudo sus preguntas son respondidas por los silencios, que albergan más respuestas que las que esperaba tener. Y a veces no quiere hacer más preguntas porque intuye unas respuestas que, aunque no sean formuladas, algo en su interior sabe que es mejor así. Hay cierto temor en las respuestas de las preguntas que no se atreve a verbalizar; la intuición del niño va por delante de su comprensión, y son sus percepciones quienes le llevan hasta dónde su asimilación puede alcanzar.
Estructurado en pequeños capítulos, cada uno de ellos pertenece a una escena cotidiana que conforma el día a día y elaboran un mosaico de pinceladas de realidad infantil en la que uno se siente reflejado, pues la autora nos retorna a la época donde fuimos niños, donde nuestro pequeño entorno era todo nuestro mundo, donde el cariño de los familiares era todo lo que necesitábamos para aportar la tranquilidad que esas tempranas edades demandan. Los grandes espacios en blanco que separan los capítulos son llenados por el propio lector con las reflexiones que la lectura le ha dejado en su interior; esos espacios vacíos, de forma análoga a los que sufre el propio protagonista, son parte también de la historia contada.
La sencillez en las palabras de Jan simplifican la complejidad existente para quien las lee con ojos de adulto, y la distancia que separa ambas formas de verlo deja el espacio justo para ser rellenados por los recuerdos que albergamos cada uno con el paso del tiempo. La historia que narra Tina Vallès en este libro es de una gran sencillez aparente, pero que oculta mucho más de lo que la narración cuenta. La autora consigue evitar la tentación de nutrir la historia de infantilismo, algo que siempre puede existir cuando el protagonista es un niño. Y eso no implica que no pueda leerse en clave infantil o juvenil; es más, puede hacerse y también es recomendable extenderlo a ese público, pues lo que sucede es algo habitual en muchas familias, pero bajo la mirada de un adulto se ve la historia desde otra perspectiva y nos hace ser conscientes de lo vulnerables que pueden ser los niños, y de cómo aquello que podría pasar desapercibido ante nuestros ojos se convierte en algo clave para ellos.
Con momentos repletos de cálidas escenas cotidianas, destacando especialmente las memorables conversaciones entre Jan y su abuelo, Tina Vallès nos ofrece un retrato emotivo sobre la familia, la infancia, el paso del tiempo y sus consecuencias. Con una prosa cuidada donde cada palabra encaja a la perfección, la lectura de este libro nos transmite como asimilar los cambios, como suavizar los acontecimientos cuando afectan a los pequeños y como asumir el paso del tiempo y que cada uno los digiera a su debido tiempo. La belleza, la ternura, el amor y la emotividad son los mimbres que tejen esta novela y consiguen tocar la fibra sensible de quién recuerda su infancia, mientras a la vez es testigo del paso inexorable del tiempo en las vidas de sus allegados.
La vida rutinaria propia de los niños, donde lo que sucede día a día acostumbra a seguir un patrón establecido, se ve alterada cuando Jan se encuentra con que sus abuelos pasarán a vivir con él y sus padres. Este cambio de la cotidianidad supone una alteración en su vida, no únicamente en cuanto a las tareas propias de cada uno sino también en la necesidad de asimilar estos cambios, que Jan percibe sin saber exactamente a qué son debidos e intenta adaptarse a ellos mientras la curiosidad propia de su infancia intenta conocer el motivo. Esa pequeña alteración de las rutinas del día a día, probablemente insignificante a ojos de los mayores, suponen trastocar el mundo de un niño; lo que él podría percibir como una alegría, pues sus abuelos a quienes quiere con locura vienen a vivir con ellos, lo percibe como si no fuera tal, por el extraño comportamiento de sus padres ante este hecho. La reacción de Jan es compleja y titubeante ya que quiere averiguar lo que sucede, pero hasta cierto punto; a menudo sus preguntas son respondidas por los silencios, que albergan más respuestas que las que esperaba tener. Y a veces no quiere hacer más preguntas porque intuye unas respuestas que, aunque no sean formuladas, algo en su interior sabe que es mejor así. Hay cierto temor en las respuestas de las preguntas que no se atreve a verbalizar; la intuición del niño va por delante de su comprensión, y son sus percepciones quienes le llevan hasta dónde su asimilación puede alcanzar.
Estructurado en pequeños capítulos, cada uno de ellos pertenece a una escena cotidiana que conforma el día a día y elaboran un mosaico de pinceladas de realidad infantil en la que uno se siente reflejado, pues la autora nos retorna a la época donde fuimos niños, donde nuestro pequeño entorno era todo nuestro mundo, donde el cariño de los familiares era todo lo que necesitábamos para aportar la tranquilidad que esas tempranas edades demandan. Los grandes espacios en blanco que separan los capítulos son llenados por el propio lector con las reflexiones que la lectura le ha dejado en su interior; esos espacios vacíos, de forma análoga a los que sufre el propio protagonista, son parte también de la historia contada.
La sencillez en las palabras de Jan simplifican la complejidad existente para quien las lee con ojos de adulto, y la distancia que separa ambas formas de verlo deja el espacio justo para ser rellenados por los recuerdos que albergamos cada uno con el paso del tiempo. La historia que narra Tina Vallès en este libro es de una gran sencillez aparente, pero que oculta mucho más de lo que la narración cuenta. La autora consigue evitar la tentación de nutrir la historia de infantilismo, algo que siempre puede existir cuando el protagonista es un niño. Y eso no implica que no pueda leerse en clave infantil o juvenil; es más, puede hacerse y también es recomendable extenderlo a ese público, pues lo que sucede es algo habitual en muchas familias, pero bajo la mirada de un adulto se ve la historia desde otra perspectiva y nos hace ser conscientes de lo vulnerables que pueden ser los niños, y de cómo aquello que podría pasar desapercibido ante nuestros ojos se convierte en algo clave para ellos.
Con momentos repletos de cálidas escenas cotidianas, destacando especialmente las memorables conversaciones entre Jan y su abuelo, Tina Vallès nos ofrece un retrato emotivo sobre la familia, la infancia, el paso del tiempo y sus consecuencias. Con una prosa cuidada donde cada palabra encaja a la perfección, la lectura de este libro nos transmite como asimilar los cambios, como suavizar los acontecimientos cuando afectan a los pequeños y como asumir el paso del tiempo y que cada uno los digiera a su debido tiempo. La belleza, la ternura, el amor y la emotividad son los mimbres que tejen esta novela y consiguen tocar la fibra sensible de quién recuerda su infancia, mientras a la vez es testigo del paso inexorable del tiempo en las vidas de sus allegados.
Qué tal? No conozco a esta autora pero me sorprende que la hayais calificado por encima de la gran Toni Morrison, premio Nobel y puntal indiscutible de la literatura contemporánea. Ya sé que cada uno tenéis vuestros gustos y lo entiendo, pero esto me parece una incherencia muy gorda.
ResponderEliminarHola, Anónimo. Entiendo tus dudas acerca de las valoraciones, es un tema que ha salido varias veces y cada uno tenemos un criterio propio y diferente. Respecto a la comparación con Toni Morrison, en ULAD he contado 4 reseñas de la autora, 3 de ellas "muy recomendables" y 1 "está bien" (la mía, de hecho). Puedo comparar ambos libros y sus valoraciones, no digo que una autora sea mejor que otra (esto no lo diría en ningún caso), lo único que indicó es que este libro me parece mejor que el de Toni Morrison, o al menos, me ha gustado más. Como mis compañeros tienen en alta estima la calidad de la sra. Morrison, es posible que en su conjunto sea mejor pero valoramos los libros de forma individual y no el conjunto de la obra de sus autores (yo puedo ser fan de Auster pero hay libros suyos que no me gustan, por ejemplo).
ResponderEliminarEspero haberlo aclarado y gracias por comentar y abrir debates, siempre interesantes.
Saludos
Marc