Año de publicación: Diversas ediciones (escrito en 1.917)
Valoración: Está bien (diríamos de interés puramente histórico)
Desde que Karl Marx escribió 'El manifiesto comunista' en 1.848, la influencia de su pensamiento político fue enorme. Proliferaron por todo el mundo –en especial, en Europa- cientos de partidos que reclamaban su herencia, los derechos sociales se fueron abriendo paso en las Constituciones más progresistas, y algunos de sus seguidores alcanzaron el poder en las jornadas de hace un siglo, cuyo aniversario conmemoramos en esta semana uladiana. Esta especie de nuevo imperio –con sus peculiaridades, sus personalismos y su interpretación/prostitución de los postulados originales- se mantuvo durante más de 70 años. Pero a principios de los años 90 del siglo pasado, el gigantesco Estado soviético colapsó, cayó el muro de Berlín, y en tiempo récord el mundo pasó página. Toda esa pléyade de partidos izquierdistas protagonizó una desbandada para ver quién se borraba antes los estigmas, y hoy día hasta los más airados han cambiado a Marx por Laclau, hay que ver.
Si queremos tener una aproximación histórico-política a la Revolución rusa, creo que no habrá nada más apropiado que ‘El marxismo y la insurrección’ que, no obstante el tono teórico del título, no fue concebido como un libro, sino que se trata de una compilación de textos del camarada Lenin, escritos apenas unos días o semanas antes del estallido definitivo. Son en unos casos artículos publicados en prensa, y en otros, documentos enviados a la dirección del Partido bolchevique (POSR), pero todos tienen en común la inmediatez y hasta la urgencia del momento histórico. Lenin ve claro que la revolución es inminente, que es ahora o nunca, y se dedica por entero a dar instrucciones, agitar las conciencias, corregir errores, exhortar a la acción.
Tratándose de textos con esa intencionalidad, es obvio que tocan muchos aspectos definitorios del momento político, que en principio pueden parecernos particularismos de escaso interés, pero que en realidad forman la combinación perfecta para el éxito de la Revolución: Rusia las está pasando canutas en la I Guerra mundial, se ha constituido un Gobierno de centro-izquierda encabezado por Kerenski sobre un entramado institucional semidemocrático, y acaba de fracasar un golpe blando de corte derechista. Personalmente, la situación me recuerda mucho a algunos momentos de la II República española. Lenin da estopa sin medida a esa izquierda moderada a la que podríamos definir como ‘contemporizadora’ y reclama dar el paso sin complejos a la Revolución, entregando todo el poder a los soviets –órgano representativo de obreros y soldados en el que los bolcheviques aún no tienen la mayoría. En este sentido, desarrolla en el plano práctico la mayor parte de los principios expresados en las famosas ‘Tesis de abril’. De forma que la cuestión ‘participación democrática-posibilismo-izquierda reformista’ vs. ‘intransigencia-ruptura-revolución’ cobra valor intemporal. La dicotomía se ha planteado dentro de la izquierda siempre que se han dado las condiciones de un cambio histórico.
Pero tampoco olvidemos que Lenin era el gran estratega, quien mejor definió las condiciones concretas para la materialización del marxismo teórico. O, al menos, quien estableció esos parámetros para su implantación real, aunque desde luego bajo una óptica que seguramente tampoco era la única posible. Así que en las cartas y documentos que integran en libro podemos encontrar un auténtico manual de cómo acometer una revolución socialista. Vladímir Ilich intuye que las condiciones son ya las idóneas en las primeras semanas de octubre de 1.917 y, ya de vuelta del ‘exilio’ finlandés, requiere con gran vehemencia el fin de cualquier colaboración con los demás partidos de izquierda y llama a tomar el poder de forma inmediata. No sólo eso: marca objetivos concretos (medios de prensa, telégrafos, cuarteles), dibuja la táctica de golpear simultáneamente en Petrogrado y Moscú y define las primeras medidas del nuevo Gobierno revolucionario.
El tono de los textos oscila ligeramente según los medios a los que va destinado. Los artículos periodísticos son los clásicos de este tipo de literatura hasta bien entrado el siglo XX: larguísimas exposiciones sobre detalles del momento político, actitudes y declaraciones de diversas figuras del panorama de la época. Por su parte, los destinados a los órganos del Partido son llamamientos imperativos a sus dirigentes para no aplazar la decisión y ponerse de inmediato a la tarea revolucionaria. Y entre ellos, quizá destacaría la extensa carta del 9 de noviembre en la que Lenin se empeña en despejar las dudas sobre la capacidad de los bolcheviques para asumir la tarea de gobierno. La insurrección está ya pasando de la teoría a la práctica, y se requiere convicción absoluta para sostenerla. En su afán motivador, la arenga adquiere algunos tonos épicos, de esos que tiñen las imágenes de la propaganda.
No es obviamente una lectura para disfrutar, sino un documento histórico de primerísima mano para entender ese instante inmediatamente anterior a una Revolución que seguramente no cambió el mundo como sus protagonistas esperaban, pero sí marcó la Historia de ese mundo durante décadas.
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