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jueves, 12 de mayo de 2016

Lars Berge: La oficina

Idioma original: sueco
Título original: Kontorsninja
Año de publicación: 2013
Traducción: Martin Lexell y Mónica Corral
Valoración: está bien

¿Una novela sueca de humor? Pues sí... ¿quién dice que los suecos no tienen sentido del humor? De hecho, han convencido a medio mundo para que compremos sus estanterías de nombres imposibles, las montemos por nuestra cuenta y luego las llenemos de libros de novela negra... también sueca. Se tiene que estar partiendo de risa, los tíos... (valeee... es el único chiste que haré sobre los suecos e IKEA, lo prometo. Sé que es algo deleznable, pero no he podido evitarlo). Cierto es que el humor de esta novela no está lleno de ocurrencias y retruécanos que le hagan a uno estallar en carcajadas: se ha optado más por la ironía y la retranca -sobre todo en la primera mitad del libro- que por la pirotecnia humorística; sin duda, se trata de una sátira sobre la moderna vida laboral y la alienación que conlleva, por más que ésta se disimule, al menos en los países más desarrollados, con toda una verborrea motivacional ad hoc.

Al lío: el protagonista de la novela es Jens Jansen, que ocupa el puesto de brand manager en Helm Tech, una empresa fabricante de cascos para ciclistas (la elección de este producto no parece casual; de hecho, hay un momento bastante jocoso con la interpretación que hace un hombre de negocios chino sobre la acreditada excelencia sueca en materia de seguridad). Desmotivado, hastiado e incluso abúlico ante las supuestas exigencias competitivas de su vida laboral, Jens opta primero por el clásico escaqueo -con gran maestría- y cuando ya no puede más, por cortar por lo sano... pero en vez de montar un club de peleas clandestinas en el sótano de un bar, para recuperar la hombría perdida, utiliza la más socorrida estrategia de la cucaracha: se esconde en un almacén en desuso de su propia oficina, se mueve por ésta oculto por el falso techo y sólo sale de su escondrijo por la noche para buscar restos de comida que hayan dejado sus compañeros. Compañeros cuyas conversaciones consigue espiar gracias a una vieja centralita telefónica, por lo que nos enteramos junto a él de los secretos del peculiar catálogo humano de esa oficina. "Desalienado" gracias a esta automarginación, Jens vive una suerte de epifanía que le hace comprender la absurdidad del mundo consumista actual e incluso entender las "estructuras profundas de todo"... bien es cierto que, ejem... también le ayuda bastante el pegamento que se acostumbra a inhalar.

A nadie se le puede escapar la deuda que tiene esta novela con El club de la lucha, de hecho, Jens tiene hasta su Tyler Durden particular... aunque mucho menos resultón que Brad Pitt. Tampoco aquí se trata de recuperar la autoestima masculina, sino incluso diríamos que de todo lo contrario. Pero sí que encontramos la crítica a la banalidad consumista -con mucha sorna, los breves capítulos son titulados con conocidos slogans de anuncios: Connecting people, Just do it, Once you pop you can't stop...- al trapacero sistema laboral (y el sueco no parece mucho mejor que el español, aunque claro, ellos tampoco tienen un 21% de paro), o el postureo asociado a las modernas formas de organización empresarial, la manida "cultura de empresa" y demás zarandajas; hay una ácida parodia del coaching motivacional e incluso un llamamiento a la rebelión utópica, entre "quincemayista" y post-Matrix... (aunque permítanme el matiz escéptico: resulta que el autor de La oficina comenzó a escribir la novela en 2011 a raíz de haber sido despedido de su trabajo como periodista. Es de comprender que estaba un pelín resentido contra el sistema...)

La novela, en todo caso, no le salió mal, con una ironía más bien oscura presente en todo momento y unos cuantos momentos de comicidad más desatada, aunque a costa del mismo personaje, casi siempre. Pero se nota cierto cambio a partir de la mitad de la novela, más o menos: en la primera parte el humor es más costumbrista, casi soterrado y más basado en las características de la personalidad de los personajes; a partir de un momento determinado, el autor va encaminando la trama hacia un mayor desmadre -controlado, eso sí, pues parece que Berge no puede dejar de ser sueco- y un humor más tendente hacia el absurdo y la astracanada.  No puedo decir que este cambio de dirección de la novela haya sido una decisión equivocada, pero tampoco estoy seguro de que haya sido la más correcta. Quizás seguir un rumbo de perfil más bajo, más "cucarachil", habría dado un mejor resultado final... O si no, lanzarse a la piscina ya en plan loquer total, no sé... pero así la cosa se queda en un "quiero y no puedo", me temo.

Aún así, mi valoración no es mala es absoluto: sin ser una novela de humor memorable, hay ratos con los que se lo pasa uno bastante bien. Y el trasfondo crítico no deja de poner al descubierto ciertas pamplinas con las que nos tratan de engatusar como ciudadanos, trabajadores y consumidores. Para los seguidores de ULAD más proclives a buscar dictámenes concluyentes, trataré de ser lo más categórico posible: por leer La oficina no se va a perder el tiempo, pero por dejar de leerla, tampoco. ¿Me explico?

6 comentarios:

  1. Gracias, Alimaña... Es que uno ya no sabe...
    ; )

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  2. Pues yo no entiendo muy bien: ¿por alguan razón el libro debía ser desternilalnte y no lo es?

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  3. Hola, amigo/a anónimo/a:
    Exactamente , eso es lo que ocurre: la novela tiene todos los mimbres para resultar desternillante, pero el desmadre que debería conducirnos a ese desternille resulta demasiado controlado, creo yo...es un desmadre con el cinturón de seguridad puesto, por decirlo así.
    En realidad, creo que lo has entendido perfectamente ; )

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  4. Pues no sé qué decirte, para mí que todo conduzca a ser desternillante y no lo sea, casi es una virtud: lo fácil hubiera sido haberlo hecho "como tenía que ser".

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  5. Sigo sin explicarme: creo que resulta evidente que el autor hace todo lo que puede para ese clímax desternillante, te lo aseguro. Lo que pasa es que no lo consigue. O al menos, para mí, lo que no quita de que a lo mejor en Suecia se han partido el eje de risa. Y precisamente podía haber ido por otro camino menpos obvio(por infinidad de caminos, en realidad, como es lógico) y no lo hace.
    Un saludo.

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