Título original: Vivre me tue
Traducción: Ana Labra y Cristina Abril
Año de publicación: 1.997
Valoración: Recomendable
Hay clásicos por los que, como se dice comúnmente, no pasa el tiempo, y otros muchos libros que se han quedado viejos, quizá tuvieron su momento de gloria, pero los años han terminado por superarlos o arrinconarlos. Pero con este 'Vivir me mata' ocurre algo menos frecuente: que el paso del tiempo y las circunstancias le dotan de una perspectiva diferente.
La novela se publicó en 1.997, aunque en España no fue editado hasta 2.003 –al menos, la edición de El Cobre que es la que yo tengo. Se trata de un relato en primera persona de un chico de familia humilde, inmigrante de segunda generación en un barrio popular de París. Gente de origen árabe, de pocos recursos, pero que parece sólidamente afianzada en la sociedad, al menos en el sector –físico y sociológico- que digamos les ha tocado. Realmente, los sueños de los Smaïl parecen ausentes por completo, tragados por años de terca realidad; pero a falta de ilusiones, se diría que han conquistado un cierto grado de estabilidad, suficiente para vivir. Sin más.
Para Paul la cosa empieza a complicarse ya en la escuela, donde a los típicos episodios de matonismo se unen las primeras actitudes racistas. Y el chico, no contento con los problemas suscitados por el color de su piel, daba carnaza a sus agresores con algo todavía más dañino: su afición a la lectura. Vamos, un morito con pretensiones intelectuales, todo un caramelo para un grupo de macarras en busca de diversión.
Así se configura su mundo. Sin oportunidades para hace nada mejor, Paul pasa por un garito de boxeo (había que aprender a defenderse) y por distintos curros (había que sacarse algún dinerillo), todos en los estratos más bajos: repartidor de pizzas, gorila de una especie de prostíbulo, y hasta un fugaz paso por la librería de una señora con ínfulas de progre-paternalista. El único objetivo pasa a ser hacerse respetar en un entorno hostil, y a poder ser sin desatender del todo su pasión literaria. O sea, difícil.
Se nos cuentan las cosas con un lenguaje directo, en buena parte dialogado, y entreverado de interjecciones en jerga y en árabe, con frescura y naturalidad. Pero lo más interesante me parece la posición del personaje en ese ambiente endogámico y deprimido: Paul es francés y se siente francés, como aquel personaje de Kureishi (‘Mi nombre es Karim Amir y soy inglés de los pies a la cabeza, casi.’) Pero, claro, tampoco es tonto, y sabe que su aspecto de mustafá siempre va a suponer un obstáculo para ser igual de francés que los blancos. Ante ello, no hay en principio agresividad o desesperación, sino un dolor sordo y una especie de obsesión con su propio cuerpo, su olor, su aliento, su sudor, como buscando dónde está la suciedad que le hace diferente.
De modo que se limita a sobrevivir con la dignidad que sea posible, alejado del estereotipo de rebelde con causa. Se puede admitir que el personaje se muestra algo idealizado, que el argumento a veces se deshilacha o se dan algunas situaciones facilonas, pero el relato alcanza su objetivo si damos por supuesto que éste era una reflexión, un toque de atención sobre la situación de estas nuevas generaciones de hijos o nietos de inmigrantes, que llenan barrios enteros en las grandes ciudades, sin terminar de integrarse en la cultura que les acogió.
Leído el libro en los primeros años del siglo, el texto tenía ese carácter descriptivo, poniendo el foco sobre un problema que ya venía haciéndose patente en forma de estallidos sociales ocasionales.
Pero en las últimas páginas aparece –creo que por única vez- la palabra ‘odio’, se materializa el recuerdo de episodios represivos especialmente duros, y asoman, muy tímidamente, casi de forma anecdótica, un par de alusiones a los integristas islámicos que empiezan a aparecer por el barrio. Con lo que, volviendo a lo que indicaba al principio, diez o quince años después de escrito, el libro se revela clarividente, porque es justo en ese escenario donde ha prendido finalmente la llama del fanatismo, con las consecuencias atroces conocidas por todos.
P.D.: Casi es lo de menos que, por lo visto, el Paul Smaïl autor del libro no existe. En realidad, parece que se trata de un escritor francés llamado Daniel Théron, también conocido como Jack-Alain Lèger y otros varios seudónimos. Lo cual quizá decepciona un tanto, porque me había imaginado a ese Paul, culto y aguerrido, escribiendo en unas cuartillas el relato de ese trozo de su juventud mientras vigila con desinterés la puerta del burdel en que trabaja por las noches.
Hola Carlos,
ResponderEliminarMe gustó mucho tu crítica.
Acabo de publicar un libro con una editorial española y está a la venta en Kindle (próximamente en papel).
Quisiera saber si pudiera regalarte un libro de Kindle y si te interesaría hacer una reseña del mismo. Es una novela corta.
Aquí el enlace, si te interesa puedo enviártelo a tu correo electrónico. Es una novela corta acerca de un campo de prisioneros para miembros de la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial.
Mi correo: juanju71@hotmail.com
http://www.amazon.com/gp/help/customer/display.html/ref=help_search_1-1?ie=UTF8&nodeId=200773590&qid=1332760879&sr=1-1#darnuevo
Muchas gracias y saludos,
Juan Rodríguez-Cano
Hola Juan. Paso tu ofrecimiento a los colegas del blog.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario.