Título original: Hiroshima
Traducción: Juan Gabriel Vásquez
Año de publicación: 1946, 1985 el último capítulo
Valoración: muy recomendable
No hace falta explicar demasiado de qué va este libro. La mera mención del lugar no puede ser inocua. Por décadas que hayan pasado todos tenemos muy presente qué podemos encontrarnos ahí y hasta podría ser una falta de respeto hacia quienes lean lo de explicar qué significa Hiroshima en el ámbito de la historia de la humanidad. Tan importante (perdón por la frivolidad de la palabra) es y tan rápida fue la percepción de esa trascendencia que, apenas unas semanas tras ese trágico 6 de agosto, John Hersey, periodista estadounidense (por tanto, del bando vencedor) toma testimonio de seis hibakusha. Palabra con que, en japonés, se designa a los supervivientes de la deflagración. Habitantes de Hiroshima a los que la fortuna libra de perecer, como decenas de miles de sus conciudadanos, en el momento inmediato de la explosión, o en los días inmediatamente posteriores, a raíz bien de heridas o de la exposición a la radiación.
Hersey pide a cinco japoneses y a un religioso alemán que vivía en la ciudad que relaten qué hacían en los momentos inmediatamente anteriores a la explosión, qué les había llevado a permanecer en esa ciudad que ya era visitada a menudo por los B-29, ciudad que ya estaba organizada para sobrevivir de una forma u otra a los bombardeos convencionales pero donde ya se percibía que iba a pasar algo diferente. Los seis personajes son personas normales: y aquí la normalidad es exacta; civiles que intentan tirar adelante con el día a día, en medio de un conflicto que viven con una chocante resignación. También explican qué ocurre en el justo momento de la deflagración. Qué azarosa circunstancia les permite sobrevivir en los momentos inmediatamente posteriores, momentos en que todos pierden seres cercanos. Qué dantesco panorama se ven obligados a contemplar, cuánta muerte y cuánta agonía les rodea y como se sienten indefensos, desvalidos, desorientados, engañados sobre lo que les ha sucedido.
Claro que muchos párrafos son estremecedores. Duros y crueles en tanto que reales y más que conocidos o supuestos. Y leer Hiroshima dista de ser una experiencia agradable, porque aquí la curiosidad o el morbo son trampas en las que uno no puede caer. Al cuerno con el escapismo. Hersey narra historias reales no exentas de trágico contenido poético, pues éstos son los perdedores por antonomasia, perdedores hasta en sentirse culpables de haber tenido la suerte de sobrevivir, dobles víctimas porque han tenido la desgracia de permanecer para ser testimonios de la tragedia y continuar sus vidas en un limbo acotado por la incomprensión, la compasión oficializada, y la madeja de recuerdos que aplastan sus existencias y secuestran su calma para siempre.
40 años más tarde, Hersey completó los testimonios en un emocionante capítulo final donde se sabe de esas décadas posteriores: cómo les ha ido, cuál ha sido la evolución de su salud, de sus vidas. Quizás el tono emocional se eleva demasiado, quizás lo espiritual se adueña en exceso en algún momento, pero todo queda justificado. Intercaladas en esas historias, las puntuales noticias sobre los avances de diferentes países en la carrera de armamento nuclear, son un terrible contrapunto.
Siento apropiarme de siete palabras que he leído en algún otro sitio sobre este libro: hay que tenerlo y hay que leerlo.
A ver si así vamos aprendiendo.
40 años más tarde, Hersey completó los testimonios en un emocionante capítulo final donde se sabe de esas décadas posteriores: cómo les ha ido, cuál ha sido la evolución de su salud, de sus vidas. Quizás el tono emocional se eleva demasiado, quizás lo espiritual se adueña en exceso en algún momento, pero todo queda justificado. Intercaladas en esas historias, las puntuales noticias sobre los avances de diferentes países en la carrera de armamento nuclear, son un terrible contrapunto.
Siento apropiarme de siete palabras que he leído en algún otro sitio sobre este libro: hay que tenerlo y hay que leerlo.
A ver si así vamos aprendiendo.
Pues pinta interesante. Voy a hurgar más por aquí.
ResponderEliminarQuisiera resaltar una cosa: lo ha escrito un estadounidense. Sin esconderse, sin que hayan puesto precio a su cabeza, sin trabas.
ResponderEliminarQue siga ganando guerras la democracia, hasta que deje de haberlas
Gracias a todos por los comentarios y perdón por el retraso en contestar. La vida moderna es dura. Pues sí, el hecho de que sea un estadounidense quien lo escriba no tiene que ver con compasión ni condescendencia.
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