Año de publicación: 1978
Valoración: Está bien
En cierto
punto de su trayectoria, C. M. Gaite sintió la necesidad de cultivar el género
fantástico y dio alas a una imaginación vinculada estrechamente a sus memorias
de infancia y juventud. De todo ello resulta este texto híbrido, compuesto de visitas
al pasado y alguna alusión al presente, en el marco de un ambiente alucinado,
irreal, como una pesadilla amable, si eso fuese posible. La autora da rienda
suelta a esos recuerdos que “viven
agazapados en el cuarto de atrás”, según dice. Dichos recuerdos
atañen a su faceta personal y, como no podría ser de otra manera, también a la
literaria. Por sus palabras y escritos, sabemos que, antes que nada, le
importaban las personas, y es valiéndose de ellas –sean reales o producto de su
fantasía –como logra construir este mosaico. Un conjunto de retazos que, en
aparente desorden, incluye anotaciones para obras futuras, proyectos más o
menos olvidados, sucedidos entrañables de su infancia y juventud difuminados unas
veces, otras eternamente vivos, sabrosas anécdotas que desarrolla con la
naturalidad que le caracteriza, episodios fosilizados por el tiempo y
experiencias que hicieron de ella lo que llegó a ser. Desde el pasivo y
subordinado rol de las mujeres durante la postguerra española que le indujo a
rebelarse y tomar las riendas de su vida, la utilización del pasado como
propaganda, la rancia y poco estimulante figura del dictador, el futuro que se intuía
con su fallecimiento hasta el onírico refugio que inventó siendo adolescente. Sin
olvidar casas y objetos. Todo un mundo y unas pautas de conducta cuyo recuerdo
le llenaba de nostalgia por mucho que le alegrara haber dejado atrás.
Desde un
principio, como anunciando lo que vendrá después, Gaite declara que vendería su
alma al diablo con tal de revivir ciertas sensaciones de su infancia. Contempla
un supuesto grabado en el que:
“Se ve a un hombre de pelo y ojos muy negros incorporado sobre el codo izquierdo dentro de una cama con dosel... apunta hacia la segunda figura que aparece en el grabado. Se trata de un personaje desnudo y, a excepción de la cornea del ojo, totalmente negro: negra la piel del cuerpo, negro el pelo rizoso, negras las orejas puntiagudas, negros los cuernos, negras las dos grandes alas que le respaldan… Debajo dice: “Conferencia de Lutero con el diablo”, y esta leyenda me ayuda a escapar del sortilegio que la habitación pintada empezaba a ejercer sobre mí…”
Y el
diablo, trasunto de Mefistófeles, aparece por fin vestido de negro y se cuela
en ese cuarto que le sirve de refugio. La fantasía, el misterio que la
Carmen-personaje añora, que según confiesa tiene intención de cultivar, a cuyos
preludios materializados en el misterioso personaje de la playa acabamos de
asistir cobra por fin vida. Desde su llegada, lo equívoco, lo inquietante, lo
impenetrable y oscuro se adueña del texto. A la ambigua personalidad del recién
llegado se añade un algo indefinido que lo abarca todo: el tipo de relación que
se establece entre ambos, lo que dura la visita (pues a través de sutiles
cambios en la escenografía percibimos algunos saltos temporales), la proporción
de sueño y vigilia, la intención de la narradora, la expectativa de adónde
conducirá todo esto. Pero en un punto concreto el visitante se vuelve demasiado
humano, alguien le reclama por teléfono, se aportan datos inequívocamente realistas.
Con ello se reduce el difícil equilibrio establecido entre tantos y tan
diversos factores y, con él, el interés del lector.
A lo que
falta le llamaría la coherencia de lo incoherente. La integración de las partes en un todo no acaba de producirse y eso disminuye en gran parte el efecto que producen los hallazgos.
También de Carmen Martín Gaite: Irse de casa, Nubosidad variable, Entre visillos
una novela muy genial y entretenida
ResponderEliminarHola Fer Henríquez, celebro que te haya gustado el libro. Saludos.
ResponderEliminarPues acabo de terminar el libro y me parece que me ha gustado más que a ti! Y eso que no soy yo muy amigo de la "literatura del yo". No sé si será porque el tono fantasmagórico del que hablas hace que la autora marque cierta distancia con su "yo-personaje".
ResponderEliminarMe quedo, en cualquier caso, con la parte de su infancia y adolescencia, crónica casi de una España que, por suerte, quedó atrás.
Y a ver si se encuentro en la biblioteca "Entre visillos", que tiene una pinta tremenda.
Un abrazo, compañera!
Pues sí, pienso que a Gaite, en cuanto toca la ficción, le pierde un poco su pretensión de cercanía. De su generación, prefiero a Chacel, Rodoreda y Matute. Pero también está la Gaite ensayística con, por ejemplo, Usos amorosos de la posguerra española, que es magnífico, Y, por supuesto, Entre visillos, al que excluyo del grupo anterior y lo equiparo a las escritoras que menciono. Si tienes en cuenta la época en que fue escrito y que las mentalidades son muy diferentes, no creo que te decepcione, así que ¡a por él! :)
ResponderEliminarAbrazo.