Idioma original: inglés
Título original: When Skateboards Will Be Free
Año de publicación: 2014
Traducción: Álex Gibert
Valoración: muy recomendable
"Entonces se bajó la cremallera"
A veces, una mera frase, muy sencilla, como puede verse, actúa de luz piloto que se enciende para avisarnos de que una novela determinada cambia de marcha. Quizás en este contexto decir esto, hasta la frase en sí, pueda resultar equívoco. Pero así lo he percibido. Y así me lo ha corroborado la mención al "incidente" en las últimas páginas. Ése es un momento crucial. Si, hasta ese momento, podíamos interpretar que Sayrafiezadeh estaba coqueteando con el socorrido recurso de apuntalar con solvencia narrativa unos hechos puramente personales, a partir de ahí comprendemos porqué Cuando llegue la revolución habrá patines para todos funciona tan bien y todo lo que leemos suena sincero y directo, como si estuviéramos oyendo una prolongada grabación dejada en un mensaje telefónico. Como si un amigo nos relatara su vida en la barra de un bar.
"Cuando llegue la revolución habrá patines para todos"
Esa es la excusa que Martha, la madre del protagonista, le espeta para no comprarle un skateboard cuando es un niño. Temerosa de que ese juguete sea el primer paso del acceso de su hijo Saïd al demoníaco mundo del consumo desaforado. Al agujero negro, al pozo sin fín de insatisfacción que es el capitalismo. Así se lo quita de encima, y así de natural lo encuentra Saïd, que ha crecido en el enrarecido entorno de dos padres de culturas antagonistas (ella, judía, él, iraní) pero unidos por un descabellado y utópico objetivo común: ser socialistas (o comunistas) en Estados Unidos. Sidsky, llaman a su hijo, en un afán de sovietizar su nombre. Y su vida, una existencia que prematuramente se bifurca (Mahmoud, el padre, abandona el hogar conyugal) gravita en torno a esa militancia. Que si acudir a reuniones, que si montar tenderetes para vender una decadente y precaria revista del Partido Socialista de los Trabajadores, que si albergar o ser albergados por camaradas. Todo ello regido por un trasnochado sentido de la coherencia que, más que teñir, pringa sus vidas hasta condicionar cada uno de sus pasos, hasta coartar sus expectativas.
"Pero mi madre eligió, con plena conciencia, no sólo ser pobre sino permanecer en la pobreza. La elección la padecimos los dos, enormemente. Porque se trataba de eso, de padecer. Era una forma de realizarse. Mi madre, qué duda cabe, encontró el coraje necesario en la convicción de que la desdicha es honorable, que hay virtud en la miseria y nobleza en la necesidad. Y es que a lo mejor los miembros del Partido Socialista de los Trabajadores se reían del ideal cristiano de la pobreza y la renuncia a los bienes materiales, pero en su fuero interno estaban todos convencidos de que no había peor ignominia que la de triunfar en aquella sociedad en bancarrota moral. No es casual que casi todos los miembros fueran chicos de clase media que habían repudiado su educación y sus títulos universitarios para atender a una vocación más noble y más profunda. En una sociedad como la nuestra sólo se podía prosperar faltando a la ética y explotando al proletariado. Marx había vaticinado que los oprimidos heredarían la tierra y esa misma fe compartieron los comunistas que le sucedieron, desde Lenin y Trotsky hasta el último miembro del Partido Socialista de los Trabajadores. En el fondo, mi madre y yo vivíamos conforme a una versión apenas retocada del Sermón de la Montaña. Y cuando llegara la hora de la revolución, avanzaríamos a la cabeza de los desposeídos. De eso se encargaría mi madre."
Como el protagonista infantil de About a boy de Hornby, Saïd es preso de la obsesión, esta vez política, de su madre, convertida en ceguera o convertida en fanatismo o convertida en enternecedora obcecación por alejar a su hijo de eso que ella considera tan dañino. Así acabará, provocando una reacción constatada en otro significativo pasaje, con Saïd entregado al consumo, dudando entre los precios de dos absurdas cajas metálicas donde meter las cajas de kleenex.
Sayrafiezadeh se une a Teju Cole o Junot Díaz en la nutrida nómina de escritores estadounidenses por nacimiento o por adopción que cuentan con orígenes exóticos en lo cultural. Su ejemplar descripción de lo que ocurre en todos sus entornos, sean cercanos (las escuelas a que su madre le obliga a acudir, sus constantes mudanzas a pisos desvencijados repletos de pósters de Fidel o el Che y montones de las panfletarias revistas que nadie compra) o lejanos (las vicisitudes de su padre en el Irán del asalto a la embajada americana y la era Jomeini) posee esa rara cualidad de generar complicidades en el lector. Lo cual convierte a esta novela en una fascinante lectura, y en otro sonrojante ejemplo de la injusticia a que nos condenan las limitaciones de promoción y distribución de las pequeñas editoriales (interesantísimo el catálogo de Malpaso, por cierto): en cualquier mundo ideal este libro estaría entre lo más destacado del 2014.
Me ha llamado la atención, apuntado.
ResponderEliminarBueno, no creo que te decepcione para nada. Gusta mucho esa especie de sinceridad infantil que tiñe el relato. Gracias por el comentario.
ResponderEliminar