Idioma original: inglés
Título original: Murder City
Año de publicación: 2009
Traducción: Jordi Soler
Valoración: muy recomendable
John Kennedy: sí, un alto mandatario, claro, un presidente de los USA. Venga, saquen un libro que venga a aclarar algo más sobre el misterio de su muerte, otórguenle la promoción adecuada, y a vender.
Entonces: ¿cuantas muertes de trabajadoras de las maquiladoras son necesarias para generar un impacto equivalente? Millares, quizás, incluso así, igual ni eso. Ay. Vidas humanas de distintas categorías. Pero no todo es vender y obtener difusión. Y Charles Bowden lo sabía. Periodista a la vieja usanza, reportero de viajes, poderosa imagen de melena canosa y sempiterno chaleco multiusos cuyos bolsillos imaginamos llenos de cualquier cosa útil para su profesión. Libretas, bolígrafos, carretes, tarjetas de memoria, herramientas básicas, tarjetas de visita de contactos de todo el mundo. Charles Bowden, fallecido hace unas semanas sin gran repercusión. Que se aventuró, conocedor de los riesgos en que incurría, donde todo un Bolaño solo había osado chapotear tímidamente cambiándole el nombre a todo. Porque La ciudad del crimen no es la letanía forense que era La parte de los crímenes en 2666. Para nada: distinto, porque Bowden denuncia, sí, pero ante todo quiere aportar algo, aunque sea desesperación para ser compartida. Quiere sumar, pero quiere dividir esa realidad que le abruma y le agobia. Sabe que ello entraña riesgos, convive con ellos, usa de hilo conductor la triste historia de Miss Sinaloa, una desgraciada víctima que acaba ingresada en una especie de internado psiquiátrico regentado por un particular personaje llamado El Pastor.
Eh.
Estremeceos. Nada de aquí es ficción. Todo es real. Reales los personajes y sus vidas y muertes atormentadas. Reales las fotos que acompañan el texto. Real la sangre y reales los tiros, las violaciones, las torturas, los ametrallamientos. Real la impunidad y real el silencio que enturbia cualquier intención de acercarse a la verdad, de desenmascarar qué hay detrás, no solo de los célebres crímenes, los de las maquiladoras, sino de todos los demás (cientos): cualquiera que investiga, cualquiera que no colabora, cualquiera que no acepta sobornos, es una víctima potencial. Muertes a diestro y siniestro, relatadas, además, en un apéndice que requiere paciencia, y estómago, que es una proeza de minuciosidad y detalle, detalle escabroso, claro, por supuesto, pero a la vez espeluznante por la frialdad de la narración, aquí convertida en mera lista, de los crímenes constantes, y la indiferencia absoluta ante nada parecido a la denuncia de la injusticia. No sólo 2666 es una referencia: lo es Huesos en el desierto y lo es El poder del perro. O lo son productos visuales de impecable factura como Traffic o Breaking Bad.
Y el tono de Bowden es preciso pero también es frío y contundente: fríamente contundente en su conclusión. No hay apenas resquicio a la esperanza, los crímenes lo son porque forman parte de la industria paralela, más productiva y eficiente que la oficial, y donde cualquier pieza influyente está involucrada por acción o por omisión: policía, ejército, gobernantes locales y nacionales, medios de comunicación. La industria de la droga no tiene reparos en deshacerse de grandes piezas que le molesten, cómo va a tenerlos con las pequeñas. Y parece que no hay misterio: las mujeres de Juárez son seguramente jóvenes que cayeron en manos de cualquier individuo de bragueta y puñal fácil que sabía que no pagaría por ello, que sus actos no tendrían castigo. Los debe haber a cientos. Pero son los mismos individuos, o algunos de ellos, los que caen ajusticiados, ejecutados, liquidados, desaparecidos. La sensación es la de la existencia de un enorme pacto de silencio que cubre cualquier pequeño desliz, que impregna de normalidad cualquier comportamiento criminal (aplastantemente lógico: cuando el medio de vida es el delito, cualquier conducta delictiva se relativiza) y que vela por que la perfectamente engrasada maquinaria del narcotráfico (con volúmenes de negocio que ridiculizan una industria que, encima, siempre tiene las maletas hechas para deslocalizarse) no se pare ante nada. Cualquiera que represente ya no un obstáculo sino un mero contratiempo a su funcionamiento eficaz es aplastado, y lo de la impunidad ni se pone en tela de juicio. ¡Cuántos Bowden hacían falta en este mundo!
Eh.
Estremeceos. Nada de aquí es ficción. Todo es real. Reales los personajes y sus vidas y muertes atormentadas. Reales las fotos que acompañan el texto. Real la sangre y reales los tiros, las violaciones, las torturas, los ametrallamientos. Real la impunidad y real el silencio que enturbia cualquier intención de acercarse a la verdad, de desenmascarar qué hay detrás, no solo de los célebres crímenes, los de las maquiladoras, sino de todos los demás (cientos): cualquiera que investiga, cualquiera que no colabora, cualquiera que no acepta sobornos, es una víctima potencial. Muertes a diestro y siniestro, relatadas, además, en un apéndice que requiere paciencia, y estómago, que es una proeza de minuciosidad y detalle, detalle escabroso, claro, por supuesto, pero a la vez espeluznante por la frialdad de la narración, aquí convertida en mera lista, de los crímenes constantes, y la indiferencia absoluta ante nada parecido a la denuncia de la injusticia. No sólo 2666 es una referencia: lo es Huesos en el desierto y lo es El poder del perro. O lo son productos visuales de impecable factura como Traffic o Breaking Bad.
Y el tono de Bowden es preciso pero también es frío y contundente: fríamente contundente en su conclusión. No hay apenas resquicio a la esperanza, los crímenes lo son porque forman parte de la industria paralela, más productiva y eficiente que la oficial, y donde cualquier pieza influyente está involucrada por acción o por omisión: policía, ejército, gobernantes locales y nacionales, medios de comunicación. La industria de la droga no tiene reparos en deshacerse de grandes piezas que le molesten, cómo va a tenerlos con las pequeñas. Y parece que no hay misterio: las mujeres de Juárez son seguramente jóvenes que cayeron en manos de cualquier individuo de bragueta y puñal fácil que sabía que no pagaría por ello, que sus actos no tendrían castigo. Los debe haber a cientos. Pero son los mismos individuos, o algunos de ellos, los que caen ajusticiados, ejecutados, liquidados, desaparecidos. La sensación es la de la existencia de un enorme pacto de silencio que cubre cualquier pequeño desliz, que impregna de normalidad cualquier comportamiento criminal (aplastantemente lógico: cuando el medio de vida es el delito, cualquier conducta delictiva se relativiza) y que vela por que la perfectamente engrasada maquinaria del narcotráfico (con volúmenes de negocio que ridiculizan una industria que, encima, siempre tiene las maletas hechas para deslocalizarse) no se pare ante nada. Cualquiera que represente ya no un obstáculo sino un mero contratiempo a su funcionamiento eficaz es aplastado, y lo de la impunidad ni se pone en tela de juicio. ¡Cuántos Bowden hacían falta en este mundo!
Según tengo entendido, la mayoría de esas mujeres ni siquiera cayeron en manos de nadie. Iban a la tienda o se encaminaban a sus casas desde el trabajo.
ResponderEliminarEn "Huesos en el desierto" se deja, además, muy claro que los crímenes proceden del poder. De todos los poderes posibles.
Este, de momento, no lo leo, que bastante espeluznada estoy con el otro.
Por una mera cuestión de edad y circunstancias (50 tacos y un hijo de 18 que hizo la selectividad y entró en la universidad el año pasado) llevo un par de años hablando con mucha gente joven que andaba con dudas a la hora de elegir una carrera u otra en función de expectativas y salidas muchas veces un poco absurdas (pero claro, eso lo se yo, que soy el de los 50 tacos) y curiosamente, una de las carreras que les resulta mas atractiva pero descartan rápidamente -un poco "porque todo está fatal" y otro poco por el deprimente sonsonete adulto de buscar algo "con salida"- es precisamente la de periodista.
ResponderEliminarY desde mi experiencia de muchos años trabajando en prensa, siempre les digo lo mismo: si las cosas están mal, alguien tendrá que empezar a hacerlas bien. Y ¿por qué no van a ser ellos quiénes cambien las cosas?
Tarea suya será que haya cada vez menos profesionales mediocres que se limitan a tirar de agencia y rueda de prensa desganada y más profesionales como el autor de este excelente libro.
Perdón por la filípica.
Montuenga: normal, la saturación.
ResponderEliminarEnrique: teniendo en cuenta el panorama de los medios, que desconozco, pero intuyo, libros como el de Bowden deberían servir de ejemplo. Pero bueno: hay periodistas que se proclaman así y están hablando de Belen Esteban en debates de GHVIP. Enough said. Gracias por los comentarios.