Título original: Pacsirta
Fecha de publicación. 1924
Valoración: Muy recomendable
No hace demasiado, publiqué por aquí la reseña de Anna la dulce, el primer libro de Kosztolányi que leía y que me gustó mucho. Animada por dicha experiencia, me animé a coger de la biblioteca Alondra, otra obra del autor, y el resultado ha sido casi igual: casi, porque aunque esta novela me ha parecido una maravilla, Anna la dulce me parece superior. Comparaciones aparte, vayamos a Alondra.
El argumento nos sitúa en 1899, en una pequeña ciudad de provincias austrohúngara. Ahí es donde viven los Vajkay, una pareja de sesentones (en 1924, tener cumplidos los sesenta significaba haber entrado de sobra en la tercera edad) que se disponen a despedirse de su hija treintañera, una mujer muy poco agraciada que permanece soltera y que vive con ellos, cuidándoles y haciéndoles compañía. La llaman de forma cariñosa Alondra y aunque la mujer sólo va a estar fuera una semana, en la casa de campo de unos parientes, sus padres se toman esa partida con un dramatismo descomunal que enseguida deja claro al lector la dependencia que tienen con su hija. Pero en cuanto Alondra se va, las cosas para la madura pareja no son tan penosas como podía esperarse… Al contrario, aprovechan para hacer muchas cosas que llevaban años sin hacer, como ir al teatro, cenar fuera de casa, y en el caso del padre, disfrutar de reuniones regadas de abundante alcohol con otros hombres…
Sin embargo, mientras los Vajkay “disfrutan” de estos días, no pueden evitar pensar continuamente en su pobre hija ni ahuyentar del todo el dolor y el trauma que les supone que su única descendiente haya nacido tan fea y carente de encanto, lo que la condena a la soltería, una desgracia lapidaria para las mujeres de aquel tiempo. Como me pasó con Anna la dulce, me maravillan la sensibilidad y la habilidad de Kosztolani para ponerse en la piel de sus personajes, los Vajkay y la pobre Alondra, a la que sólo quieren sus padres, algo que ella sabe muy bien aunque nunca se queje de nada.
El escritor muestra sin aspavientos ni reflexiones explícitas el dolor que puede causarle a una persona ser consciente de las limitaciones infranqueables que le han tocado en suerte y la pena de unos padres que aceptaron hace tiempo que su único vástago está condenado a una existencia gris y siempre vinculada a ellos. De la mano de este autor húngaro, la frustración, el dolor, la compasión, la tristeza, la mezquindad y la rabia que subyacen en las páginas de Alondra fluyen contenidas y simbolizadas más que mostradas a lo largo de menos de trescientas páginas que se leen con placer y pesar.
Y bueno, una vez más, me resisto a dar demasiada información, pero tengo que decir que las últimas páginas de este libro me parecen magistrales: porque en ellas, Alondra, por primera vez, muestra al lector su verdadero espíritu, atormentado pero resignado, más lúcido de lo que podría imaginarse, y aún así, humilde y bondadoso.
También de Dezső Kosztolányi en ULAD: Anna la dulce
Lo leí hace ya mucho tiempo. La novela se publicó aprovechando el éxito editorial del húngaro Sándor Marái. A mí me pasó sin pena ni gloria, pero leyendo tu reseña me entran ganas de releerlo. Gracias!
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