Año de publicación: 2006
Valoración: Recomendable
Cuando a cualquier faceta humana se le añaden fuertes lazos – familiares, amorosos – el conjunto se convierte en una olla a presión, siempre al límite.
Todas las familias felices – título extraído de la primera frase de Ana Karenina, que sirve, a su vez, de epígrafe al texto – es una obra tan luminosa como oscura; cargada de pasión, de miseria, de deseos inconfesables y casi siempre inconfesados, de pulsiones violentas, una obra paradójica, magníficamente construida, extraña y extrañamente viva. Un fresco de la sociedad mejicana de cualquier ideología y estamento, compuesto – generalmente con gran crudeza – por alguien que conoce bien su país y lo ama. Con sus luces y a pesar de sus sombras.
Los coros no aluden a lo narrado pero, sintonizando con el espíritu que preside el libro, asoman por la esquina del concepto y lo completan.
Hay de todo: política, sexo, rutina, convencionalismos, organización jerárquica, rebeldía, abismos sociales, supervivencia, marginalidad, arrogancia, muerte. A cada paso, el impacto, la sorpresa, el bofetón en la cara nos expulsan de nuestra rutina particular. Se nos concede el privilegio de presenciar el desmoronamiento de casi todo. Pasamos de las convenciones sociales a los enamoramientos incómodos, de las habladurías a la represión, del inmovilismo al ansia de ascenso social, de la emoción que suscita un paisaje al odio visceral, de la rutina conyugal al parpadeo del primer encuentro. Todo ello sazonado con grandes dosis de violencia, ideología y rencor.
Fuentes no pretende ocultar su postura. Evita adoptar actitudes claramente moralistas pero la deja traslucir con toda intención. Aunque es difícil, en un terreno como el que pisa, no acercarse a veces al límite de la lección moral, suele apartarse a tiempo. No llega a adoctrinar pero remueve. Inquieta. Desazona.
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