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domingo, 27 de mayo de 2012

Alfred Bester: Las estrellas mi destino

Idioma original: inglés
Título original: The stars my destination
Fecha de publicación: 1956/1984
Valoración: muy recomendable

Publicado originalmente bajo el título de ¡Tigre, tigre! y años más tarde, en una edición renovada por el autor, bajo la frase que encabeza la entrada de hoy, este inolvidable clásico de la ciencia ficción fue considerado, durante décadas, como la novela más importante del género. Todavía hoy, pasados más de cincuenta años, mencionarla en cualquier conversación provoca, por lo general, una sonrisa de complicidad entre los interlocutores.

El argumento es, en realidad, una revisión futurista de otro clásico de la literatura, El conde de Montecristo. A saber: en el siglo XXV, en un mundo dominado por peligrosas corporaciones, un paria de las galaxias, brutal, enorme, sin piedad ni escrúpulos, totalmente consagrado a la violencia, es abandonado a su suerte y dado por muerto (no entraremos en detalles). Gracias a su inteligencia y a sus otras cualidades (entre ellas, matar con facilidad), Gully Foyle, que así se llama, sobrevivirá y dedicará lo que le queda de vida a cumplir un único objetivo: vengarse. Bien, posiblemente Bester no inventó nada nuevo, pero sí que logró reunir en un texto ágil, vibrante y escrito con mucha mala leche dos elementos que pasaron a la historia: el propio Gully Foyle y el "jaunteo".

Porque sí, el personaje principal de este libro estupendo es el prototipo de antihéroe llevado hasta sus últimas consecuencias, y el lector lo acompaña de principio a fin sin miramientos, asistiendo a todas sus crueldades y fechorías con una sonrisa, saludando su maldad, comprendiendo su inquina, incluso regocijándose con su evidente falta de conciencia. Cierto que el personaje evoluciona a lo largo del libro, pero su espíritu vengativo y su alma tremendamente corrupta son materiales presentes en casi toda la narración. Llega a convertirse en una leyenda, en un mito de las galaxias que siembra el terror por dondequiera que pase. Bester, además, es capaz de presentarnos estas, digamos, carencias emocionales, con un extraordinario sentido del humor, obligándonos a ponernos de parte de Foyle, invevitablemente, en todo momento.

El "jaunteo" es la palabra clave. Los buenos aficionados a la ciencia ficción se reconocen porque usan este término cuando quieren referirse a la teletransportación. Los personajes de este libro jauntean, es decir, en el futuro tenebroso y hostil que nos plantea Bester la humanidad ha llegado a dominar y establecer como habitual este sueño de atravesar el espacio en un segundo, de desplazarse de un lugar a otro y aprovechar la ventaja del desconcierto. Vale: de nuevo Bester no inventa nada, pero sí que es el primero en dotar al concepto de una personalidad (desde el mismo nombre) y en asimilarlo de manera fácil a un texto que narra una historia en la que la teletransportación tiene un lugar fundamental.

Un libro que no da tregua, difícil de dejar, en el que la acción sube y el guión gira hasta un final arrollador, sorprendente, planetario. Un descubrimiento irrepetible, que suele inspirar varias lecturas a lo largo de la vida, y en todas, desde luego, la sensación de haber invertido el tiempo en un texto que merece la pena.

Para invitar un poco más a la lectura: el libro comienza con la famosa cita de Blake ¡Tigre, tigre! que ardes brillante / en los bosques de la noche, / ¿qué mano, qué ojo inmortal / podría reflejar tu temible simetría?, y estos versos, por supuesto, tienen mucho que ver con el protagonista. Grande siempre, Gully Foyle.

3 comentarios:

  1. Qué libro tan estupendo. Y sí, tienes razón, desde que lo leí siempre digo "jauntear" en lugar de "teletransportarse". Qué frikismo :P

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  2. :O Habra ke ver si yo también me hago friki, XD!!!

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  3. Hola,leí este post porque escuché el fragmento de este poema Tigre, tigre... en una serie hace unos momentos y me llamó mucho la atención, a pesar de no haberlo escuchado antes. Buscando llegué a tu blog y quisiera saber si tienes algo de Fernando Pessoa o Alberto Caeiro, quizá ¿algo por allí? Leeré tu espacio ahora que sé que existe. Gracias.

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