Año de publicación: 1984.
Valoración: bastante recomendable
Habrá quien diga que sabía quién era Roberto Bolaño en 1984. No voy a negar que un libro como este Confesiones… se publique, ya en su momento, y obtenga cierta repercusión posterior, debido al enorme mito generado por sus obras cumbre y, claro, por su trágica desaparición. Dentro de la obra del chileno (que creo, con esta reseña, está prácticamente completa en este blog) podría decirse ya no solo que es una novela de tanteo, sino que registra el inédito hecho de estar escrita a cuatro manos con el escritor barcelonés Antoni García Porta. Una cuestión a la vez curiosa y algo estimulante para el lector bregado: puede uno especular con el reparto de tareas en la configuración de la novela, en partes redactadas por uno y completadas por el otro, en algún curioso vocablo que delate si ésta u otra parte son del chileno o del catalán. Con todo, la novela acaba resultando potente y cohesionada y no he sido capaz de detectar diferencias ni brechas que resulten delatoras. Como en la vigente fiebre de las colaboraciones musicales, y aunque García Porta no haya disfrutado de tal repercusión (pues encima al hombre le ha dado por seguir vivo), el mérito es conjunto e indisociable.
Dije mérito. Desde su curioso título de cierta afectación pop/postmoderna, Confesiones de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce es una novela muy notable, aunque parezca un divertimento punk combinado con algunas gotas de hiperviolencia pre-Tarantino. Son apenas unos días en la vida de Ángel y Ana, dos jóvenes, uno de ellos poeta obsesionado por James Joyce, primer apunte de contextualidad futura con la obra de Bolaño, la otra una chica que es su pareja, o algo así. Uno barcelonés, la otra de fuera. Han cometido un atraco en la turbulenta Barcelona de los primeros ochenta, la del postfranquismo dando coletazos, la de la droga corriendo sin control por toda la ciudad. El atraco ha coincidido con otros sucesos violentos y Ángel y Ana se creen a salvo de la persecución policial recluidos en sendos pisos mientras siguen con su carrera criminal y planifican algún último golpe y una huida a París donde empezarán una nueva vida. Es una narración vertiginosa, atropellada, casi disruptiva, donde Ángel, el poeta, se ha ocultado en un piso destartalado en el barrio de Sants y se cree a salvo de la policía. Piensa en Ana, piensa en Joyce y en Dédalus y se ve proyectado en una chambre de bonne dedicado a la escritura. La posibilidad del último golpe se concreta y se ejecuta.
Por supuesto es una narración vigorosa, casi vertiginosa y poco dada al exceso lírico. Puede que en algún momento se tienda al exceso propio de cierto género criminal, pero todo ello se combina en una especie de atropellada narración donde los estilos se combinan de forma estimulante. De hecho, la novela nos regala una parte final en forma epistolar. Ángel se dirige a la madre de Ana que, sin haber llegado a venir a España, se ha ido desplazando por el extranjero. Un capítulo final nos muestra a Ángel residiendo en Francia ya como un ciudadano más sin abandonar cierta paranoia de fugitivo cauto y timorato.
La novela se completa con Diario de bar, un opúsculo lleno de fechas y lugares que refiere a la estructura futura de Los detectives salvajes. Obviamente, Consejos… puede parecer una obra menor, un experimento a cuenta de futuros ejercicios más contundentes de estilo. Pero muy lejos de ser algo leve o puramente lúdico: aquí hay chicha de la buena.
De Bolaño en ULAD: aquí
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