Año de publicación: 1830
Valoración: Se deja leer
El subterráneo habitado es una novela decimonónica y castiza. Decimonónica porque se escribió en el siglo XIX y presenta los esquemas, tropos y vicios narrativos de la época. Castiza porque se la debemos a la pluma de Manuel Benito Aguirre, un profesor de primaria, periodista y candidato a diputado en Cortes soriano.
Novela decimonónica y castiza, pues. También de aventuras, ya que en menos de cien páginas embute toda clase de infortunios (¡hay dos naufragios consecutivos, dos!) y peripecias (entre las que se cuentan el asalto de unos bandidos, el abordaje de unos piratas o el descubrimiento de una civilización recóndita).
El subterráneo habitado sigue los pasos de Timancio, huérfano desde niño que, ya de joven, huye de su patria con su amada Adela tras asesinar en un duelo a un rival amoroso.
Aunque he apreciado la novela de Benito Aguirre en tanto que curiosidad histórica, debo admitir que ha envejecido bastante mal y flojea en múltiples apartados:
- Su estilo. No sólo es arcaico, sino que, para narrar el más mínimo evento, se enzarza en una maraña de sintaxis alambicada, léxico apolillado, soliloquios dramáticos y reflexiones morales tangenciales. Fijaos, por ejemplo, en cómo comunica que Timancio cae dormido en la página 13: «la fatiga y el cansancio habían rendido mis fuerzas y mis potencias ya no se encontraban en estado de ejercer sus funciones, de modo que el sueño se apoderó bien pronto de todas ellas».
- Su argumento. Obliga al lector a suspender la incredulidad en demasía. Asimismo, recuerda a un culebrón: la concatenación de acontecimientos rebuscados e inverosímiles, las coincidencias forzadas, los giros de tuerca gratuitos, las falsas muertes, las equívocas intenciones de diversos personajes, el maniqueísmo de la mayoría del elenco...
- Su ritmo. Se antoja sumamente inconsistente. En ocasiones la trama se estanca por culpa de la prosa farragosa y el foco en escenas o detalles innecesarios para el conjunto, y en cambio otras veces los sucesos se encadenan sin apenas dar respiro.
- Sus personajes. Salvo el protagonista, que es menos intachable de lo habitual en este tipo de historias, son demasiado planos (secundarios altruistas y magnánimos o villanos irredimibles).
- Sus digresiones de corte moral. No siempre aportan gran cosa. Además, están bastante desfasadas a día de hoy, pues sus halagos a los placeres de la sociedad parecen desmesurados, y su visión etnocéntrica es decididamente colonialista.
Probablemente lo mejor de El subterráneo habitado sea el tramo al que alude su título, durante el cual el protagonista convive con unos salvajes en una cueva. A fin de cuentas, hay cierta creatividad a la hora de plasmar la sociedad de los letingbergs (sobre todo aquello que refiere a su aspecto, sus costumbres y sus creencias). Sin embargo, creo que hay civilizaciones del subsuelo más originales en obras afines, como por ejemplo la que se muestra en El maravilloso viaje subterráneo de Baron Trump de Ingersoll Lockwood.
Resumiendo: El subterráneo habitado es una novela curiosa, pero difícilmente convencerá al lector contemporáneo, por más que éste se acerque a ella prevenido del contexto al que pertenece.
La editorial independiente Deméter es la encargada de desempolvar este clásico ya olvidado de Benito Aguirre, el cual engalana con una serie de ilustraciones (algo toscas en su ejecución, todo sea dicho) de Lau Oreja Pedreira. Me quedo, pues, con otras publicaciones de su personalísimo catálogo, a mi juicio más jugosas en el fondo y logradas en la forma.
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