Año de publicación: 2024
Valoración: no sé qué decir
No me digáis que Chamanes eléctricos en la fiesta del sol no suena a nombre de una banda de neo-rock progresivo, al estilo de Derbi Motoreta Burrito Cachimba, aunque en plan andino. Pero no lo es... aunque bien podría serlo, porque la primera parte de esta novela se desarrolla durante un festival musical semiclandestino, en la falda del volcán Chimborazo, llamado Ruido Solar, en la que se mezclan el rock, el punk, el neochamanismo, las músicas tradicionales indígenas (o que las imitan), las tecnocumbias y yo qué sé que cosas más, y entre las que se cuentan, precisamente, las actuaciones de un grupo llamado Chamanes Eléctricos... Un grupo de chicas y chicos participantes en este festival deciden, en vez de regresar a sus hogares y a una realidad marcada por la violencia de las bandas de narcotraficantes, de la policía y el ejército y de los propios cataclismos naturales, proseguir su viaje y subir hasta un volcán lleno de agua para celebrar allí la fiesta andina del Inti Raymi (la "Fiesta del Sol" en quechua, precisamente). Aunque una de las chicas, Noa, tiene además el objetivo de encontrarse con su padre, que la abandonó cuando era pequeña para recluirse en un hacienda en medio del bosque alto de la zona.
Alrededor de Noa gira, precisamente, toda la novela, aunque sea el único personaje que no tiene voz en la misma, a diferencia de sus compañeros/as de aventura y de su padre, cuyos pensamientos conocemos a través de una suerte de diarios. La susodicha Noa se nos presenta a los lectores tanto como una especie de taumaturga o catalizadora de las fuerzas de la naturaleza, como un personaje con cierto aire de tragedia griega, el de una hija abandonada que acude en busca de su padre (auto) exiliado no tanto para pedir explicaciones como para provocar una catarsis con su presencia. un padre que, a su vez, se nos muestra como una mezcla de filósofo ermitaño, como un Diógenes, y de Norman Bates (que, en verdad, también era un ermitaño), un modelo, en todo caso, de la vida contemplativa, de la introspección autoindagadora, siendo los amigos de Noa (y por seguir con las referencias helénicas), la representación del pathos primigenio, de la espiritualidad panteísta y la conexión con la Pacha Mama a través de la música y el baile... Y desde luego, esto te queda claro desde el principio, porque menuda turra la que dan los chavales, amigos y amigas lectores/as...
Porque ahí está la gran pega que se le puede poner a esta novela: que los personajes -cierto que cada uno con sus propias voces, algunas más exaltadas, por no decir flipadas, que otras- insisten una y otra vez sobre los mismos temas: la conexión espiritual con el padre Sol y la madre Tierra y sobre todo, con sus hijos los volcanes; la búsqueda de la misma a través del desenfreno músico-danzante, como modernas -o antiguas, dado que se trata también de recuperar la intuitiva sabiduría atribuida los pueblos indígenas- bacantes que adorasen de esta forma a todo lo que haya que adorar; el parloteo chamánico-psicodélico y sus derivadas poéticas, filosóficas e incluso religiosas... En fin, mucha, mucha cháchara que acaba convirtiéndose en la corteza más o menos dura de una burbuja de pretenciosidad y humo que el lector o lectora deben decidir si prefieren o no pinchar (cierto es que hay un par de voces, la de Nicole, mejor amiga de Noa y, hasta cierto punto, la de Pedro, que se salen de esa dialéctica y suponen un alivio entre tanta monserga ¿new-wave? ¿neoindigenista? ¿intoxicada, sin más?). El discurso del padre de Noa, por su parte, también agobia un poco, pero en otro sentido, el del ensimismamiento místico-polvoriento que, por supuesto, también puede ser bastante insufrible. Al final, uno tiene ganas de que el Chimborazo pete de una vez y sepulte de una p*** vez a toda esta gente... (Es broma. Peace & Love, mis panas).
Supongo que no es necesario, pero me gustaría dejar claro que esa pretenciosidad a la que aludo se refiere al discurso de los personajes de la novela, no a la labor de la autora de la misma (aunque ya me doy cuenta de que ella es la responsable tanto de elegir dichos personajes como su discurso, es obvio); muy al contrario, la prosa de Ojeda me parece excelente y perfectamente adecuada para caracterizar a cada uno de los personajes -algo de especial relevancia puesto que los conocemos, salvo a Noa, a través de sus monólogos-; si la idea es que uno u otro nos resulten unos cansinos o unas petardas de cuidado, la autora es consecuente con sus respectivas idiosincrasias y les hace soltar a cada uno el speech correspondiente. No hay problema, en principio, pero llega un momento en que, por acumulación, la cosa se te hace (se me hace) bola. Y eso que, por momentos y merced a la persuasión de un estilo y una destreza literaria sin duda más que notables, a uno (a mí) se le olvida aquello que no le acaba de convencer de la novela y se deja atrapar por la magia (lo siento, no hay otra forma de decirlo) de unas palabras hábilmente elegidas y ordenadas, de un ritmo y una tensión narrativa bien conseguidas y de una historia que, al menos por lo que respecta a su argumento, no carece de interés. De ahí mi valoración, que es posible que decepcione a quienes buscan un dictamen rápido e inequívoco para saber si acercarse o no a un libro: en este caso, no sé muy bien qué pensar. De verdad lo digo...
(La cubierta del libro, eso sí, es magnífica).
Otros (y estupendos libros de Mónica Ojeda reseñados en este blog: Nefando, Mandíbula, Las voladoras
Pues leído, lo leído, y teniendo a Mónica Ojeda por una autora irregular -en buena medida por su osadía, eso no se lo quita nadie- al menos para mi gusto, la opción de aventurarme a leer la novela dependerá en gran medida de la cantidad de páginas de que conste. Cuantas más sean, más pereza me va a dar, creo.
ResponderEliminarMandíbula está bien y no es larga, tiene la extensión que debe tener.
ResponderEliminarPuede ser, aunque a mí se me cayó de las manos cuando llevaba como un tercio. Luego, en Las voladoras, dos de los relatos me gustaron mucho, mucho. Cuestión de pareceres, supongo.
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