Año de publicación: 2023
Valoración: imprescindible
Hay libros que duelen y, sin duda, éste es uno de ellos. Sí, ya lo sé, se trata de un libro "de dibujitos", llamadlo como queráis, cómic, novela gráfica o incluso tebeo... pero eso no tiene nada que ver con la dureza de la historia que nos cuenta o, si acaso, la amabilidad del trazo de sus ilustraciones -más aún en el caso de las de Paco Roca, que resultan simpáticas e incluso entrañables, por atroz que sea lo que están representando- pone aún más de relieve, por contraste, la barbaridad, la inhumanidad de lo que estamos leyendo. En este caso, la crónica de unos acontecimientos que ocurrieron hace más de 80 años, pero cuyas consecuencias, aunque parezca mentira, aún no se han acabado de resolver.
Me explico: El abismo del olvido es una novela gráfica (¿reportaje gráfico, incluso?), obra del más que afamado dibujante valenciano Paco Roca y del también valenciano, pero periodista, Rodrigo Terrasa, sobre la excavación de una de las fosas comunes -en este caso, la 126, para ser exactos- del cementerio de Paterna, en las que están enterrados más de dos mil personas fusiladas tras la Guerra Civil española. Sí, lo habéis leído bien: no DURANTE, lo que podría considerarse algo horrible pero esperable, sino DESPUÉS. Gente que había regresado a sus hogares tras la guerra y que allí habían sido detenidos, por cometer, supuestamente crímenes de igual naturaleza y gravedad en el bando republicano durante la contienda, aunque parece que la mayoría de las detenciones se debió más a inquinas, envidias y revanchas personales que a esos supuestos crímenes. Esto mismo pasó en otros lugares de España, por supuesto, pero el caso es que los fusilados en el cuartel de artillería de Paterna, cerca de Valencia, fueron luego trasladados al cercano cementerio de la localidad para hacerlos desaparecer en las fosas comunes excavadas allí mismo, enterrados de cualquier manera, con nocturnidad y alevosía, como si se tratara de animales infectados. Ahora bien, lo que no podía prever la represión franquista es que el enterrador del lugar, Leoncio Badía, otro republicano que también había sido condenado a muerte y luego indultado, se preocuparía por dar a sus compañeros muertos el entierro más digno posible, por registrar dónde se encontraba cada uno con vistas a una futura exhumación (que no podía prever tendría que esperar hasta bien avanzado el siglo XXI) y por preservar alguno de sus efectos personales para entregárselos a la familias, tratando de procurarles un mínimo consuelo. Todo con suma cautela y discreción, claro está, para no acabar él mismo en una de esas fosas.
Leoncio Badía, maestro republicano reconvertido a la fuerza en sepulturero, es uno de los héroes de esta historia que narra unos hecho que poco tienen que ver con lo heroico, con las "hazañas bélicas" con que la ficción (más aún en el caso de los cómics) ha asociado a menudo esta temática. Héroes también son Pepica, la hija de unos de los ejecutados -o digámoslo claramente: asesinados-, que prometió a su madre que los restos de su padre descansarían junto a los suyos en el cementerio y no cejó hasta conseguirlo, casi a sus noventa años o los arqueólogos que han trabajado en ésta y tantas fosas a los largo y ancho del territorio español, para poner fin a una situación vergonzosa, a un oprobio que debería haber provocado, hace ya mucho tiempo, una reacción revulsiva en toda la sociedad y que si no lo ha hecho o no lo suficiente, es algo que no dice nada bueno de nosotros, me temo... Y no se trata de reabrir heridas o de ponerse en un bando o en otro, simplemente resulta realmente infame y aun abyecto pensar que nuestra sociedad del bienestar (a duras penas, aunque sea), del consumo desaforado y el disfrute por bandera se cimenta sobre los restos de tanta gente vilmente asesinada y humillada incluso tras la muerte, sobre el dolor de tantas familias y sobre su miedo durante varias décadas... y también sobre el olvido que durante otras tantas la España que presumía de abierta, moderna y democrática decidió echar encima, como las paletadas de cal viva y tierra que el infeliz, pero digno y lleno de humanidad, Leoncio se vio obligado a arrojar sobre los cadáveres de los ejecutados (por no hablar del laberinto burocrático al que se han visto abocados sus descendientes, además, cuando han pretendido recuperar sus restos).
Excepcional. La reseña esta a la altura de la novela.
ResponderEliminarPaco Roca no deja de sorprendernos con la variedad de temas que aborda. Y con su valentía.
Alguien tan reconocido como él, que con temas tan aparentemente neutros ha triunfado (imposible olvidarse sobre todo de Arrugas pero también de las entrañables Regreso al Edén o La casa), podía no arriesgar y no comprometerse en estos tiempos tan dados a etiquetar (para mal, claro) al personal en un lado o en el opuesto (no me refiero a la guerra civil sino en general, da igual el tema). Aquí le ha interesado una historia y la ha abordado honestamente, sin pensar en el qué dirán….
Y del dibujo en sí, de sus viñetas, topicazo al canto: es reconocible a primera vista. ¡Para bien, claro!
Me parece también un acierto el que vuelva a recurrir al formato “apaisado”.
Pero donde esté Arrugas…
Hola, Antonio:
ResponderEliminarTe agradezco el cumplido, pero la reseña no está a la altura del libro ni de la historia que se cuenta en él, ni de lejos...
Por lo demás, gracias por pasarte por aquí y un saludo.
No he leído el cómic y no puedo comparar, pero he de decir que la reseña es maravillosa, por lo humana y sentida que es. Felicitaciones, porque aunque tenía pensado leer el cómic, ahora lo haré con más premura si cabe.
ResponderEliminarMemoria. Siempre.