Título original: Hex
Traducción: Jesús Cuéllar
Año de publicación: 2022
Valoración: Decepcionante
Los procesos de las brujas de Berwick, a finales del siglo XVI, son algunos de los más conocidos entre los muchos que tuvieron lugar en Europa en busca de poderes oscuros, curaciones sospechosas y maleficios. Al parecer, el rey Jacobo volvía de su boda en Dinamarca y fue sorprendido por terribles tormentas, lo que provocó que se buscaran responsables de causar semejantes fenómenos para acabar con él. Mediante el uso generalizado de la tortura comenzó el habitual reguero de delaciones, mientras se vengaban viejas rencillas, se doblegaba a gentes incómodas y se consolidaba el terror frente a la disidencia o simplemente frente a conductas que pusieran en cuestión el orden religioso, moral y, finalmente, político.
Jenni Fagan toma como protagonista a una de aquellas brujas, Geillis Duncan, apenas una adolescente que por algún motivo fue elegida para ser eliminada y cuya confesión, obtenida de aquella manera, sirviese de paso para condenar a otras mujeres de mayor significación pública, en especial Euphame McCalzean, cuya posición social y económica suscitaba ciertos deseos de quitarla de en medio. Geillis va a ser ajusticiada, y en su celda, donde ha sido violada repetidas veces, recibe la visita de Iris, una mujer del siglo XXI que le acompaña en sus últimas horas.
Lo que parece podría ser una narración llena de fantasía de tintes góticos se convierte sin embargo en otra cosa. En vez de recibir a un ser extraordinario procedente del futuro, se diría que el carcelero ha dejado entrar en el calabozo a una amiga de Geillis para que la pobre tenga un poco de conversación antes de morir en la horca. De manera que Iris, obviamente solidarizada con la presunta bruja, se dedica durante unas cuantas páginas a colocar el discurso feminista propio de su época. En la base de los procesos por brujería, parece defender Iris, no hay un fondo de incultura popular, de alienación religiosa, intereses pueblerinos o maniobras políticas, solo el deseo de castigar a mujeres por el hecho de serlo, el impulso depravado de hombres obsesionados por la integridad de sus pollas (sic), una especie de miedo atávico frente a aquellas a quienes no pueden someter de otra forma.
Y bueno, el resto de las largas conversaciones entre la víctima y su visitante no pasa de ser una charla insulsa, llena de lugares comunes, reflexiones sobre la injusticia y la violencia, peroratas apenas disfrazadas de patetismo y ramalazos líricos, fogonazos de magia injustificada, todo lo cual tiene como mayor virtud la brevedad de sus apenas cien páginas.
No era mala la idea, y daba para montar una historia quizá atractiva. Tampoco era desdeñable la posibilidad de levantar una reflexión sobre un posible enfoque de género en la persecución de la brujería, o un juego de contrastes entre la perspectiva ideológica de nuestro siglo y la de los inicios de la Edad Moderna. No sé, había posibilidades de hacer unas cuantas cosas interesantes, tal vez en otros formatos, pero Jenni Fagan elige la peor opción, una sucesión de diálogos, a veces monólogos sucesivos, sin nervio, con un fondo forzado y nada creíble que a veces suena a representación escolar, por mucho que se adorne con una especie de acotaciones que presentan cada escena de modo más bien efectista.
Solo las últimas páginas tienen un tono más intenso, imágenes más sugerentes y un ritmo más vivo. Bien habría hecho Fagan en aplicar el mismo criterio al resto del libro. Pero aunque este último empujón deja un sabor algo más gratificante, ni aun así nos libra de la decepción.
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