Idioma original: español
Año de publicación: 2021
Valoración: recomendable
Si hay algo que atrae de cualquier cosa que publique Martín Caparrós es precisamente el poder esperar cualquier cosa. Creo, no soy capaz de explicar los motivos, que es uno de los escritores más desinhibidos y desacomplejados que campan por el planeta. Capaz de comportarse con solvencia saltando entre estilos, siempre agudo en su análisis, con ese descaro algo insolente que suelen permitirse los que ya llevan años en lo de escribir. Porque Caparrós es escritor de oficio y la primera condición de sus obras es el buen trato del lenguaje, exquisito que no engolado, culto y rico sin alardes de erudición.
Un día en la vida de Dios parecería una broma en manos de cualquier otro. Una especie de fábula en la que Dios es una funcionaria en un gigantesco universo a la que, como un adolescente con un paquete de plastilina, se le encarga modelar mundos, y en su jugueteo decide dotar a un tercer pedrusco de vida y dejar que por él transiten caprichosamente unos bichitos que, evolucionando caprichosa y descontroladamente, empiezan a desarrollar una corriente de consciencia que les empuja a la elucubración sobre su origen y a la recreación, completamente especulativa, de la existencia de un creador. Un planteamiento que en manos de otros podría ser risible en Caparrós resulta particularmente atractivo. El Dios se introduce en el cuerpo de ciertos humanos, como parte de su juego mientras decide, desde un punto de vista estrictamente funcionarial, qué hacer con ese invento que se le ha ido de las manos. Será un luchador griego, una esclava, un científico en la antigüedad, un componente del equipo de investigadores del Proyecto Manhattan. Se introduce en sus personalidade, experimenta sus vivencias físicas y psicológicas, todo ello porque quiere comprender o explicarse cómo esos seres con los que ha poblado el pedrusco han acabado complicándose la vida.
Curioso: el lector no acaba del todo seguro si Caparrós hace un alegato del ateísmo, una crítica socavada a la obsesión de la humanidad de encontrar causas y explicaciones en todo lo material, incluso en el último tramo del libro parece alertarnos de que ese último (por ahora) paso al alterar la materia en su ínfima expresión dentro de las investigaciones de los ingenios nucleares pueda ser el definitivo paso al frente al borde del abismo. No es que la coartada ecológica tome el timón del relato, más bien que Caparrós ha de cerrar esa especie de Greatest Hits en que ha transitado por los diferentes estratos de las diferentes épocas que se suelen tomar por hitos de la humanidad. En todo momento ha mantenido un difícil equilibrio entre lo que podría ser grotesco y lo que algunos juzgarían como pedante o pretencioso. Se ha situado en la distancia justa para hacerle guiños a todo tipo de lectores, desde el que pueda apreciar el libro como una broma (algo alargada) sobre la constante necesidad del intelecto humano por encontrar explicaciones y una crítica (ya más definida) a construir la imagen de las divinidades como crueles jueces a los que temer y rendir pleitesía. Ahí pocos credos se libran y Caparrós (encarnando a ese Dios mujer) reparte tortazos por delegación, demostrando lo absurdo de esas religiones basadas en miedo y genuflexión. Seguramente sean los fragmentos en que la obra se muestra más prosaica y crítica, cuando en alguna de las encarnaciones anteriores Caparrós ha escorado quizás de forma algo cargante hacia lo puramente filosófico. En todo caso, en su conjunto, un experimento literario más que un intento de razonar el escepticismo contemporáneo del mundo occidental hacia las creencias.
También de Martín Caparrós en ULAD: Aquí
Caparrós es un grandísimo escritor. Gracias por la reseña
ResponderEliminar