Idioma original: alemán
Título original: Nuchtern
Traducción: José Aníbal Campos
Año de publicación: 2020
Valoración: se deja leer
Reconozco que hay un clásico de la literatura alcohólica que me dejó absolutamente frío, hace ya algunos lustros. La leyenda del santo bebedor me pareció cansino, casi ingenuo y muy previsible. El matiz sobre las opiniones que el tiempo aporta igual me haría reconsiderar una nueva lectura. Pero, en general, reconozco que suelo dar oportunidades a los libros sobre adicciones, quizás, vete a saber, porque (con la excepción de algunos excesos de juventud) jamás he caído en ellas, quizás más justo sea decir que no he caído en las que homologamos como dañinas. Convengamos que es una vertiente práctica del consumo literario: ponernos en la piel de aquellos que han experimentado lo que nosotros no.
En este sentido, La última copa representaría una puesta al día bastante eficaz de perspectiva sobre al alcoholismo. La de un joven con cierto reconocimiento profesional - escritor, periodista - que cae en el vicio de forma progresiva pero consciente y, también de forma consciente, toma la determinación de salir de él y, ya puestos, de compartir esa experiencia, ese intento articulado de salida de la adicción. Aquí podriámos disertar sobre la hipocresía social arraigadísima que también funcionaba hasta hace unas décadas sobre el tabaco. Porque el alcohol es pernicioso pero las marcas de cerveza patrocinan festivales de música, equipos de fútbol, eventos de todo tipo. Qué decir de la erótica algo tiznada de clasismo de las vinotecas y las visitas a las bodegas, como si uno no pudiera coger un colocón con apenas tres copas de vino, después de comprar la coartada cultural y tradicional de lo gastronómico y como si su graduación alcohólica fuese admisible porque cumplimos con ritos culinarios de nuestra sofisticada civilización. De los licores de alta graduación ya ni hablemos.
En fin, me iba del tema. El alcohol está arraigado en nuestra sociedad, cuenta con una industria que esquiva las normativas para promocionarse, expandirse y lavar su conciencia, y las cifras de muertos solo surgen de vez en cuando. Schreiber ofrece su experiencia, una experiencia algo estandarizada donde sucede lo que suele suceder: sutil presión social, fácil acceso, consumo público o privado sin levantar sospechas, reconocimiento de la adicción, búsqueda de ayuda, valoración del riesgo de recaída, etc, etc, etc.
Y ese es el problema; el "etc". Ese "etc" viene a significar que todo lo leído aquí puede ser leído en cualquier otro contexto, en otra situación y con otros protagonistas, muchos de ellos, ya puestos, con peores perspectivas vitales que un joven profesional de una nación que es una potencia de Occidente. O sea, Schreiber podría hablar de alcohol o de cómo le duele una muela o la pereza que le da ir al supermercado el fin de semana y todo parecería tan correcto, tan funcional, como intrascendente, como si no hubiera otros muchos a los que sucedan cosas que a los lectores no tienen por qué interesar. La cosa de la autoficción de que hablamos aquí hace años. Y aderezar esa experiencia disfrazándola de ensayo, y que ese ensayo evolucione y llegue a coquetear con, argh, la autoayuda en el momento que el autor ofrece su experiencia para quien pueda aprender o inspirarse en ella...
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