La Casualidad. Así, con mayúsculas. Según la RAE, combinación de circunstancias que no se pueden prever ni evitar. Bien, de acuerdo, las casualidades existen, y si algo existe, se puede (se debe) escribir sobre ello, ya sea como tema principal o como recurso. Pero díganme, díganme, a ver qué les parece esta Casualidad (viene un pequeño destripe de las primeras dos o tres páginas de la novela, pero al ocurrir tan temprano espero que se me sepa perdonar): un hombre se ve acusado de un falso crimen y ese mismo día por la tarde, sin buscarlo ni beberlo, recibe la proposición de vivir una vida de millonario bajo otra identidad a cambio de casarse con una hermosa joven. La Casualidad. Qué bien le vino a nuestro protagonista esta en particular. Y qué bien viene para la trama todas las posteriores, prácticamente una por capítulo.
Me parece correcto e incluso interesante, según la ocasión y el modo, el utilizar la casualidad como detonante para desarrollar un argumento; a lo que me niego es a aceptar como recurso legílitimo el uso sistémico de casualidades como elemento sistémico a lo largo de la trama, puesto que lo único que consigue es convertir una historia en un mal folletín, o más actualmente, en un culebrón. Me recuerda esa sensación que aborrezco de las series televisivas, donde el mundo se reduce a seis o siete personas y todo les sucede a ellas y entre ellas...
Si disculpamos esta técnica narrativa, la verdad es que por el resto está bastante bien; lo malo es que hay mucho que disculpar. Es uno de esos libros donde se debe entrenar la capacidad de suspensión de la credibilidad: yo estoy muy bien entrenado gracias a los libros de Anne Rice, si a usted le gustan por ejemplo las películas de superhéroes probablemente también lo estará.
Personalmente, me encantan estas novelas tan típicas de finales del s. XIX, comienzos del s. XX, cuando se empieza a desarrollar el género de novela negra y todavía no se desliga completamente de los géneros de suspense y terror. Me viene a la mente la colección de nóvela gótica de la editorial Valdemar, con tan buenos ejemplos que viene a ilustrar lo que trato de explicar.
En cuanto a la estructura, la novela está dividida en dos partes de igual longitud, una en América y otra en Europa, el rey de los locos y el rey de los cuerdos. Hay una cierta belleza en esta simetría, y muestras de talento desperdigadas por el resto del libro, en ningún momento cae en excesos lovecraftianos ni se recrea en lo morboso, a pesar de las oportunidades para ello: a juzgar por esta obra, Boissière fue un buen escritor que conocía el oficio.
Salpimentada la novela (al menos mi traducción de Ediciones Rueda) con un uso extraño de la coma, laísmos (“quiero regalarla algo”, chirrido sobre cristal Nº36 en d minor) y alguna que otra falta de ortografía, el conjunto total lo califico como entretenido, sin más. Ni quiere ni pretende dejar huella, pero es una buena opción para leer entre obras más pesadas o de más difícil digestión. Y seguramente mejores.
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