Traducción: Julia Fernández
Año de publicación: 2013
Valoración: Imprescindible
Supongo que todos conocemos más o menos quién es Malala Yousafzai y porqué se hizo famosa: en 2012, en su Pakistán natal, a los 15 años de edad fue víctima, con otras dos compañeras, de un intento de asesinato por parte de un talibán cuando volvía del colegio. Sus esfuerzos en pos de la educación femenina e igualdad de derechos le valieron para ser la ganadora del Nobel (en cualquiera de sus categorías) más joven de la historia.
Bien, hasta ahí era básicamente donde alcanzaban mis conocimientos sobre esta pequeña gran mujer: suficientes como para ponerme con su (casi) autobiografía. Narrada siempre en primera persona, la historia empieza de hecho bastante antes del nacimiento de nuestra protagonista, y, al principio, se centra sobre todo en las andanzas de su padre, Ziauddin Yousafzai: permítanme citarlo por su nombre porque se lo merece; al igual que su hija, es de verdad un héroe moderno. El libro es del año 2013, por lo que se acaba poco después del atentado y el establecimiento de Malala y su familia en Inglaterra.
Esta narración de los años anteriores a su nacimiento, o bien referida a sus primeros años de vida, nos sirven para contextualizar e informarnos sobre el estado histórico de Pakistán; no me avergüenza reconocer que era (soy) un completo ignorante sobre este país, muy alejado del mundo hispanohablante. Con esto quiero decir que no es una parte que sobre de la novela ni mucho menos, la considero esencial si su ignorancia es, al menos, comparable a la mía. Permítanme una pequeña reflexión: qué bonito es el mundo a través de los ojos de quién lo ama, nunca creí que en mi vida tuviera ganas de visitar este país, y fíjense, mientras leía (devoraba) este libro casi estaba planeando el viaje (lamentablemente, no creo que lo lleve nunca a cabo).
En cuanto a la vida en sí de Malala, Ziauddin es el referente sin el cual la (ya no tan) pequeña activista nunca habría surgido: su vida está muy marcada por la existencia de su padre, un maestro y activista por la educación que no duda en arriesgar su vida en innumerables ocasiones por defender el derecho de todos (niños y niñAs, importante esta aclaración) a la educación.
Por si no fuera poco con las catástrofes naturales que periódicamente asola esta tierra en forma de terremotos e incendios (a los primeros nada que alegar, los segundos son culpa, cómo no, de la estupidez humana), la inestabilidad política y la existencia de los talibanes marcan su existencia, y, a la vez, su desgracia.
El 11S es un claro antes y después: la presunta (y real) cercanía de Bin Laden de sus tierras le da alas al ejército pakistaní en alianza con la armada yanqui, lo que desestabiliza la ya de por sí precaria situación de relativo bienestar de los pasthunes, que son el pueblo de Malala y familia. Pero todo puede ir siempre a peor, y la aparición de los talibanes es una clara muestra.
Malala, y sobre todo su padre, debido a su inmensa actividad activista, se convierten en punto de mira de los extremistas, con los que conviven literalmente de puerta a puerta.
Como sabemos, las amenazas se convierten en hechos y dan lugar a la tragedia por la que Malala dio el salto a la fama mundial. Posteriormente, se nos habla sobre la delicada situación por la que pasó, su traslado a Inglaterra y como muchos poderes fácticos mostraron su apoyo. Yo, cínicamente, lo expresaría de otra forma: Malala se había convertido en un símbolo muy rentable.
Nuestro libro se acaba aquí; por lo que sé, a día de hoy nuestra heroína ha terminado sus estudios en Oxford, se ha casado, y sigue – cómo no – practicando su fe. Pero todo esto ya queda fuera de lo abarcado en la autobiografía.
No quería acabar esta reseña sin dedicar un párrafo a realzar el mensaje de que Malala no ha ganado el Nobel de la Paz por recibir un balazo, ni por estar el sitio adecuado en el momento preciso: lo ha ganado por un comportamiento increíblemente valiente, sin dudar en dar la cara (cuando literalmente se la quieren tapar) por la defensa de miles de niñas en todo el globo. De haberse librado del tiroteo seguiría siendo un referente de idéntica altura moral, y por supuesto merecedora ganadora de cualquier galardón. Concedo que, seguramente, nunca habría llegado a ser tan visible, pero eso no es problema suyo, sino de aquellos que solo saltan a la palestra cuando hay un evento lacrimógeno del que aprovecharse y poder calmar, aunque solo sea por un momento, esa molesta erupción que nos sale cuando no podemos obviar la existencia de tantos seres humanos que viven situaciones dramáticas cotidianamente.
En el mundo moderno ya no hay héroes, pero si los hubiera Malala y su padre Ziauddin ocuparían los primeros puestos del escalafón.
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