Idioma original: Griego
Título original: Το λάθος
Año de publicación: 1965
Traducción: Margarita Ramírez-Montesinos / Rufino Cuesta Moreno
Valoración: Entre recomendable y está bien
En un país imaginario cuyo nombre no llegamos a saber, un hombre es detenido por la Brigada Especial, una especie de policía secreta. La razón: mientras toma un café, un activista contrario al Régimen le ha pisado el pie, lo cual ha desencadenado un breve intercambio de palabras entre ambos.
Este es el inicio de El fallo. A partir de aquí, la novela del griego Antonis Samarakis juega constantemente con las expectativas del lector (e incluso de sus propios personajes): ¿es el detenido verdaderamente culpable o un mero «ciudadano pacífico»? ¿Tuvo su conversación algún significado oculto? ¿Qué quiso expresar cuando dibujó dos círculos en una servilleta?
El fallo se encasilla en el suspense, pues Samarakis desvela la información poco a poco: ahora entrega un giro de tuerca que cambia el contexto de las cosas, luego desordena cronológicamente los eventos para añadir datos importantes, a continuación juega con la primera y tercera persona para hacer que el narrador de turno dé más o menos explicaciones, seguidamente inicia un capítulo con un párrafo que nos pone en alerta para sólo al cabo de un rato tranquilizarnos. Es gracias al control del autor que hasta terminar la historia no sabemos todos los detalles de la misma, y mucho menos las implicaciones de dichos detalles.
También podríamos englobar a El fallo dentro de la literatura con crítica política. Y es que Samarakis denuncia a los gobiernos totalitarios y represivos. Para muestra, un botón: asegura que para gobiernos así «Solo hay dos tipos de personas: las que están con el Régimen y las que no están con el Régimen. Para ser un enemigo del Régimen no es necesario haber actuado contra el Régimen. ¡Basta con no estar con el Régimen, con no haber dado pruebas manifiestas de adhesión al Régimen!» (página 54) Más adelante sigue desarrollando esta idea: «Si no tienes pruebas de haber participado de modo activo en pro del Régimen, el simple hecho de ser un ciudadano pacífico no solo carece de relevancia, sino que es incluso un argumento que se vuelve en tu contra.» (página 60)
Los funcionarios del Estado que siguen órdenes ciegamente en esa clase de regímenes tampoco se libran de los comentarios de Samarakis, quien afirma que «el primer requisito de un agente del Servicio Especial, es que ponga todo su afán, todo su celo, en conocer cuanto ocurre fuera del Servicio, del mismo modo que jamás debe sentir la más mínima curiosidad por lo que ocurre dentro.» (página 45) Otro apunte acertadísimo ligado con el anterior: «para el Servicio Especial y cuantos están a sus órdenes, solo tiene validez una filosofía muy peculiar, según la cual los hombres no se dividen en buenos y malos, honrados y no honrados, ni en tantas otras clasificaciones inútiles (…). Para un inspector del Servicio Especial (…) o se está con el Régimen o no se está con el Régimen. (…) El secreto, la llave del éxito y de la paz interior, no solo para el Régimen, sino para el individuo, consiste en simplificar cosas.» (página 61)
Por cierto, el estilo empleado por Samarakis en El fallo recuerda sobremanera al de Kurt Vonnegut: personajes con alguna pequeña excentricidad, diálogos cargados de ingenio, prosa sencilla y ágil, información desordenada y uso de modismos (felicidades a los traductores, por introducirlos sin que la obra pierda la identidad original).
De El fallo valoro especialmente que sea una crítica política alejada de fórmulas todavía efectivas pero ya muy gastadas. En vez de mostrar la brutalidad del Régimen mediante un interrogatorio convencional (eufemismo de sesión de tortura), Samarakis opta por una situación mucho más rocambolesca; en vez de mostrar la alineación de los agentes a través de villanos unidimensionales, traza a un par de antagonistas tirando a anodinos.
Le encuentro otras virtudes a El fallo. Por ejemplo, que sus personajes, aún rozando la caricatura, nunca se sientan como tal. O que su mensaje político, pese a bordear peligrosamente lo panfletario, logre trascender el maniqueísmo barato para focalizarse en el humanismo innegociable. O que aborde la tragedia casi siempre desde el prisma del absurdo y el humor, y la exprese a través de una prosa desenfadada y ligera. Todo esto resta solemnidad (que no seriedad) al conjunto.
Por otro lado, admito que El fallo se me ha hecho un pelín larga. Aun así, no puedo decir que le sobren páginas. Y es que su acción pausada, sus diálogos cotidianos, ciertas repeticiones o relatar la misma escena desde diversas perspectivas son requisitos indispensables para que Samarakis provoque el efecto deseado.
Resumiendo: El fallo es una novela reivindicable, pues entrega un mensaje humanista, hace alarde de una sensibilidad muy interesante y toma caminos poco trillados. Quizá pueda hacerse algo larga e incluso hay quien pensará que durante varios pasajes no cuenta nada, pero si uno se deja llevar por la propuesta de Samarakis, se sentirá conmovido por sus reflexiones, su manera de transmitirlas y su final.
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