Título original: Todo modo
Traducción: Joaquín Jordá
Año de publicación: 1974
Valoración: Muy recomendable
Siempre me ha parecido un acierto y modelo a copiar por la crítica de otras ramas del saber la diferencia que se establece en enología, (disciplina a la que soy totalmente ajeno), entre lo que se le suele llamar “gusto” y “regusto”. Esto, como profano, lo entiendo como la diferencia de sensaciones que te produce algo (un “input”, se mal llamaría ahora) en el momento del consumo y en su digestión; y que conste, hablo de vinos porque de momento no me he dado a las drogas, ni tampoco quiero propugnar su uso. Por cierto, al contrario que en la comida, soy acérrimo defensor de las novelas de digestión pesada, profunda y laboriosa.
No es este el caso, puesto que es una novelita corta que se puede despachar en un par de horas a placer. Y hablo del gusto/regusto porque, a pesar de su brevedad, me ha recordado muy claramente a tres obras muy distintas entre sí (y, al menos dos de ellas, bastantes más largas), sensación que ha ido aumentando a medida que lo dejaba reposar: La montaña mágica, El nombre de la rosa, y, porqué no, Hotel Pánico, de Superlópez. Curiosamente, todas ellas, incluida la reseñada, del S. XX.
Les cuento parte del argumento y ya me dirán ustedes:
Un pintor, sin nombre revelado en toda la obra, llega como casi por casualidad a una especie de antigua ermita que actualmente funciona como hotel, pero regentada por curas, monjas y demás personajes religiosos.
Nuestro protagonista se entera de que en los próximas días se celebrarán unas jornadas de meditación a las que acudirán la flor y nata del país, desde el presidente y ministros, hasta peces gordos de la banca y la industria, por lo que decide quedarse a ver qué se cuece, cosa que consigue valiéndose de su influencia.
Dado que en ese primer día de estancia las únicas ocupantes parecen ser cinco llamativas jóvenes, nuestro protagonista (gustos hay de todo tipo) aprovecha para acercarse y conocer al padre Gaetano, sacerdote y jefe de hotel, que se convierte rápidamente en la figura central de la novela, y con el cual surge una complicidad que no sabemos hasta qué punto es real y hasta cuál imaginada por el pintor.
También con rapidez (todo tiene que ser rápido a la fuerza, es una novela realmente corta), en cuanto llegan los afamados huéspedes se producen una serie de actos que forman el argumento en sí de la novela. Y hasta aquí podemos leer sin destripar el argumento.
Tildada por la posterioridad como profética (publicada unos 4 años antes del asesinato y secuestro de Aldo Moro) y por la crítica como novela de fuerte carga social, la verdad son estos aspectos que no he detectado en ningún momento, quizá por mi inevitable distanciamiento con el régimen italiano de la época. De hecho, si cito La Montaña Mágica y El nombre de la Rosa es por la sensación de aislamiento y mundo propio que me han hecho sentir las tres.
Aunque he leído en bastantes sitios que Todo modo se podría catalogar como novela negra, no encaja para mí dentro de lo noir: No hay un Sherlock Holmes – ni, más importante, un Watson – si no contamos las deducciones que se le ocurren al propio pintor y que hace llevar al personal encargado de resolver el caso, que por alguna razón desconocida parecen tomarlas en consideración. Sí que hay, pululando a lo largo de todo el libro, algo de brumoso, pero con una niebla que más que ocultar de misterio acoge parece tener forma de existencialismo – mérito del padre Gaetano.
De hecho, lo mejor de la novela, para mí, son los parlamentos entre el pintor y el padre Gaetano, o más bien todos los momentos en los que aparece este último, verdadero eje central del libro. Aunque de inevitable tendencia religiosa, se nos muestra un personaje maquiavélico y manipulador con el que en ningún momento los lectores sabremos a qué atenernos. Mención aparte para su final, lo que para mí descarta definitivamente el género negro: simplemente, no cumple las reglas no escritas del género.
Sciascia se sirve de la oportuna amistad entre el personaje del juez instructor, compañero de la infancia del protagonista, y de la complicidad que surge entre este y el comisario para irnos dando migajas del – nulo – avance en el caso.
Con estos tres personajes centrales, acompañados de un cocinero acongojado por las circunstancias que personifica al personal laico del hotel, y un comisario con más ganas de retirarse que de solucionar el caso, cumpliendo este el papel de policía pasota y corrupto que presuntamente preponderaba en la época, Leonardo Sciascia construye una novela muy bien formada, excelentemente escrita, con numerosas citas (muchas de las cuales, vergüenza de mí, ignoro) que nos hablan de alta cultura pero aún así accesible y perfectamente disfrutable.
Lo abierto del final, que no sé si se deberá a que fue escrita para una época y un lugar muy concretos o es así por decisión artística, y las referencias críticas que no he conseguido advetir en la novela, la alejan, a mi juicio, la calificación de Imprescindible, pero con los suficientes méritos propios como para alzarse con un Muy Recomendable.
Pero ojo, me da la sensación – tan manida pero a la vez tan cierta - que es de esos libros que el no poder disfrutarlo al máximo es más culpa de (la ignorancia) del lector que del oscurantismo del autor.
PD: Y sí, no es tan divertida como Hotel Pánico, pero es que hablar de la época buena de Superlópez ya son palabras mayores...
Otras (bastantes) obras de Leonardo Sciascia en ULAD: aquí
Firmado: EPS
Pues me ha gustado mucho esa diferenciación enológica entre gusto y regusto aplicada a la literatura, porque ocurre muchas veces, y alguna lo he comentado aquí, que uno empieza a sentir que realmente ha disfrutado del libro no en el momento, sino un tiempo después de haberlo leído. Esa pequeña perspectiva de unos pocos días o unas semanas me parece más significativa que las sensaciones inmediatas a la lectura.
ResponderEliminarUn libro que además me apetece mucho! Enhorabuena por la reseña, compañero.
Muchas gracias Carlos por tus benévolas palabras.
ResponderEliminarSciascia es muy bueno, un autor imprescindible. Acabo de leer “El teatro de la memoria”, otra joya difícil de olvidar. Un Sciascia por año debería ser hasta obligatorio…
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