Año de publicación: 2022
Valoración: Está bien
¿Vivimos inmersos en la "cultura de la cancelación"?¿Oprimidos por la "dictadura de lo políticamente correcto"? Así parecen creerlo una buena cantidad de escritores, creadores varios, faranduleros y tertulianos que no dejan de denunciarlo (tranquis, que no me voy a meter con cierto escritor y opinador murciano al que sé que algunos tenéis aprecio) y no falta semana en que alguno de ellos nos recuerde que hace 40 años teníamos más libertad (el pequeño detalle de que hace 40 años ellos eran 40 años más jóvenes y quizás su recuerdo se vea influido por ello no parece influir en su reflexión); de hecho, esta idea ya se ha convertido en un lugar común aceptado por... ¿por todos? ¡No. una pequeña aldea gala, en forma de escritor barcelonés, se resiste ahora y siempre al invasor! Es más, ha escrito este pequeño ensayo para demostrar que ni cancelación ni cancelacien... todo es una engañifa.
Para Gonzalo Torné lo que ocurre es que las y los lectores /oyentes/espectadores actuales hemos dejado de ser una masa acrítica con la oferta cultural a nuestra disposición o que, en todo caso, se fiaba de los prescriptores establecidos (críticos, editoriales, medios de comunicación) para convertirnos en "audiencias emancipadas", con un criterio propio y que, además, cuentan con el altavoz de las redes sociales, mucho más democrático que los medios tradicionales, para expresar nuestra disconformidad con las representaciones incorrectas, insuficientes o incluso inexistentes de tal o cual colectivo, las "oclusiones de representación", en palabras de Edward Said en su libro Orientalismo -según Torné, pionero y punto de inflexión para este cambio producido en las últimas décadas-; esto es lo que lleva a algunos representantes o defensores de los colectivos que antes gozaban de una preeminencia también cultural -a saber: los hombres blancos heterosexuales del Primer Mundo- a quejarse y advertir del peligro de una "cultura de la cancelación", producto de una "escuela del resentimiento", que decía el célebre, aunque no siempre apreciado Harold Bloom. Para Torné, como digo, éstos no son sino unos quejicas molestos por el fin de la barra libre de sus privilegios y la "cultura de la cancelación" como tal no existe, porque, al menos en el mundo occidental, es tan sólo el mercado el que, como mucho, puede dificultar la expresión cultural; la única consecuencia negativa que puede tener la eclosión de estas audiencias emancipadas es que la aparición de una "cancelación positiva", para compensar la anterior falta de representación de ciertos colectivos, puede llevar a una "competición de buenismo", en el que se valoren las obras literarias o cinematográficas tan sólo por el criterio de que estos colectivos hasta ahora infrarrepresentados lo estén suficientemente y de la manera correcta.
En resumen, esto es lo que cuenta la primera parte -de tres- de este pequeño ensayo, que reproduce un artículo del autor en la publicación digital CXTX. la segunda aparte tiene un punto mayor de originalidad porque está "escrito" por uno de los personajes de las novelas de Gonzalo Torné (que, para quien no lo sepa, está embarcado en la escritura de toda una saga acerca de las vicisitudes de una familia de la burguesía catalana), Clara Montsalvatges, que le envía una carta a su creador y sin embargo amigo, para matizar y en algún momento contradecir algunos puntos del artículo de Torné. Esta triquiñuela, aunque puede parecer un poco ombliguista, en realidad sirve para amenizar de una forma simpática la antítesis que todo ensayo o exposición de ideas comme il faut necesita. Lo más interesante de la misma -además de calificar de "currutacos" a esos "ofendiditos por la supuesta cultura de la cancelación- es la preocupación de si todo esto no llevará a una "cancelación interior" o autocensura de los creadores, por miedo a no encajar con el gusto dominante/conveniente o a ser amonestados u acosados por ello. Las objeciones de Clara -esto es, Gonzalo- dan pie al propio Gonzalo para responderle con otra carta -el truquillo aquí ya pierde un poco de gracia-, que podría suponer una síntesis final, pero que, en verdad, le sirve, sobre todo, al autor para desarrollar una serie de consideraciones sobre la condición y el oficio de escritor que, si bien resultan interesantes, ya se alejan un tanto del tema original del ensayo, que se va diluyendo cada vez más, como lágrimas en la lluvia... (¿os gusta la metáfora? Se me acaba de ocurrir).
Para concluir, puede decir que estoy bastante de acuerdo con el señor Torné, pero hasta cierto punto. Es cierto que la mayor parte de las quejas sobre la supuesta cancelación proviene de creadores o intelectuales que de cancelados no tienen nada y la prueba está, precisamente, en el eco que los medios hacen a sus quejas (que no se me olvide recomendar cierto video al respecto que hizo la actriz Lisa Kudrow).Y eso, sin olvidar la sospecha de que, en muchos casos, los quejumbrosos no son señoros honestamente indignados, aun con mayor o menor razón, sino jetas que lo que buscan es aprovecharse de una tendencia al alza y promocionarse a sí mismos y su carrera litera... opinadora (y no, no estoy pensando en cierto escritor murciano, no insistáis...). Pero eso no quita para que de vez en cuando se den casos de denuncia pública contra algún escritor, etc. injustos, exagerados o incluso que bordean el acoso personal (que se lo pregunten a Beigbeder, estos días). O que, con la excusa de la santa indignación woke se persigan, en realidad fines más espure...perdón, espurios (en mi modesta opinión, esto es lo que ocurre, en alguna medida, con el caso de J. K. Rowling, famosa por mantener bien agarrados sus suculentos copyrights sobre sus creaciones, antes que por su supuesta transfobia). En fin, hay matices y excepciones que Gonzalo Torné omite desdeñosamente y que quizá no sean significativos, de momento, en el conjunto general, pero, además de constituir peligrosos precedentes, si los matices no tienen cabida en un ensayo, incluso de la brevedad de éste, ¿dónde si no?
Otros títulos de Gonzalo Torné reseñados en Un Libro Al Día: Años felices, El corazón de la fiesta
Pues yo sí pienso que existe esa cultura de la cancelación, al menos en cierto grado y en algunos sectores, ahora mismo muy cercanos al poder político, y no solo en España. Parece que a toda costa hay que poner patas arriba el canon artístico o literario para incorporar supuestos genios que fueron ignorados por pertenecer a colectivos mal vistos. Y, sinceramente, salvo casos puntuales no creo que haya existido esa discriminación, sino motivos sociológicos y culturales por los que esos colectivos no han dado figuras que hubiera que reconocer, o casi. Por poner solo dos ejemplos y no enrollarme más, en el siglo XX ha habido montones de mujeres a las que se ha reconocido universalmente su talento y nadie con dos dedos de frente las ha minusvalorado. Por no hablar de la enorme lista de artistas homosexuales que han dejado huella a lo largo de la historia: salvo cuatro iluminados nadie les ha puesto en cuestión.
ResponderEliminarAsí que yo creo que no hay que acomplejarse para reconocer (o denunciar) que, bajo el paraguas de la inclusión se está intentado poner en cuestión, o emborronar, muchas grandes obras de todos los tiempos. Como decía Andreu Navarra, por cierto en otro libro de la misma colección reseñado aquí, 'en nombre de la ‘diversidad’ ya no existen clásicos ni obras que leer’. Quizá lo que hace falta es un poco más de pensamiento crítico y menos seguidismo de las proclamas.
Y bueno, enhorabuena por la reseña, compañero, que lo uno no quita lo otro.
Voy a meterme yo también en el barro, porque la verdad es que no estoy para nada de acuerdo con Carlos.
ResponderEliminarEs decir, sí estoy de acuerdo en una cosa: obviamente a lo largo de la historia ha habido condicionantes ideológicos, religiosos, sociales y culturales que han limitado la participación de la mujer en la esfera pública, y en concreto en el ámbito de la creación. Esa sería una primera e innegable invisibilización. Y sin embargo, hay una segunda invisibilización, está sí evitable, que se produce precisamente en el momento de la construcción del canon: incluso aquellas mujeres que conseguían acceder al ámbito creativo eran en su gran mayoría invisibilizadas o minusvaloradas, y de ahí que exista ese (necesario, en mi opinión) trabajo de reivindicación de estas escritoras del pasado. María Luisa Bombal, Elena Fortún o Sara Gallardo, por dar solo tres ejemplos de escritoras innegablemente relevantes, no han sido "recuperadas" hasta hace bien poco.
Dices en tu comentario que hay escritoras geniales que han figurado desde siempre en el canon, y es verdad: Virgina Woolf, Clarice Lispector, EMilia Pardo Bazán, Rosalía de Castro... Pero, precisamente, con las escritoras se cumple lo que en el cine se llama a veces el "efecto pitufina": que con incluir una escritora parece que es suficiente, mientras que escritores (varones) se incluyen chorropotocientos, y muchos de ellos perfectamente mediocres. O sea: a las mujeres se les exige la genialidad absoluta para entrar en el canon, y a los hombres, haber escrito alguna novelita decente.
Dicho con otras palabras: no defiendo que todas las escritoras olvidadas del pasado sean geniales (aunque algunas lo son), sino, precisamente, el hecho de que deben ser recuperadas y recordadas y resituadas en su lugar histórico, al mismo nivel o por encima de los chorropotocientos escritores hombres que sí conocemos y que son igualmente mediocres. Por dar un ejemplo concreto, como ya he contado por aquí yo ando ahora investigando sobre Alice Pestana, una escritora (y pedagoga y periodista y traductora) portuguesa que se trasladó a España a inicios del siglo XX, y que ha sido total y completamente olvidada como tal escritora. Por las obras que he leído hasta ahora no diría que es una autora genial, pero tampoco creo que esté por debajo de otros nombres de segunda o de tercera fila que aparecen recurrentemente en la historia de la narrativa portuguesa de la época - y en este caso se añade además la importancia histórica de ser una de las primeras intelectuales feministas de Portugal...
Y acabo con un último comentario: este semestre he enseñado un "panorama de la literatura hispano-americana", y como no podía ser de otra manera, he enseñado a Neruda, y sus veinte poemas de amor y su canto general. Pero sí que he advertido a los alumnos contra la idealización del personaje (a lo "el cartero de Neruda"), y les he hablado de la violación que aparece en "Confieso que he vivido" contada con absoluta ligereza, o de la forma absolutamente inhumana como se desentendió de su hija con hidrocefalia. Eso no es cultura de la cancelación, sino, precisamente como tú dices, pensamiento crítico y acabar con el seguidismo de muchas décadas (o incluso siglos) de endiosamiento de los "genios".
Y luego tenemos a demagogos como este, que siguen haciendo mucho daño: https://www.eldiario.es/andalucia/desdeelsur/bisontas_132_10161730.html
ResponderEliminarNo voy a negar que disfruto mucho con estas polémicas, pero para no aburrir más sintetizo: si en determinada época y lugar, de cien escritores noventa son hombres y diez mujeres, lo lógico es que la proporción de ‘genios ‘ sea de nueve a una. No es discriminación, es solo estadística. Asunto distinto es analizar por qué existe esa desproporción, pero sus consecuencias son obvias.
ResponderEliminarPero todo esto en realidad era una digresión que no tenía relación directa con la cultura de la cancelación, así que no sé bien por qué empecé a hablar del tema. Lo que en realidad me preocupó fue lo siguiente: hace unas semanas fue el aniversario del fallecimiento de Picasso, uno de los tres o cuatro grandes genios que la pintura española ha aportado al mundo. En la tele se le dedicó un reportaje de unos 15-20 minutos, que yo sepa no mucho más. No faltó ocasión para subrayar que este señor fue un posible maltratador de mujeres (el ‘posible’ yo lo elevaría a ‘probable’), y me pregunté si la sorprendente escasez de reconocimiento mediático no tendría que ver con esas sospechas. ¿Sería Picasso el siguiente en la lista de anatemas? ¿Es posible que haya quien no tendría rubor en borrarlo de los libros, en ignorar su contribución a la historia del arte moderno, por una conducta personal dudosa o criticable?
Hemos hablado de esto unas cuantas veces, a propósito de Woody Allen, de Mishima o de Céline, así que no insistiré más, solamente dejo ahí la reflexión.