Título original: The fishermen
Año de publicación: 2016
Traducción: Dora Sales
Valoración: bastante recomendable
Siento no prestar demasiada atención a eso llamado literaturas periféricas. En concreto, a los autores africanos, cuyo vínculo con el mercado literario en castellano siempre suele ser el mismo: autores afincados en Occidente que optan por escribir en francés o inglés, y eso les franquea acceso al amplio mercado, que siempre los va a contemplar con cierta mirada entre condescendiente y escéptica. Chigozie Obioma escribe Los pescadores, primera novela, en inglés, pero trufa el texto de expresiones en igbo y yoruba, idiomas autóctonos, y, según reza la nota de la traductora, estas no siempre son traducidas para recalcar esa sensación de otredad. Una opción como otra, que quizás sea una intención del autor para desmarcarse y aseverar que esta es una novela que se desarrolla en Nigeria, en la ciudad de Akure, y bueno sería recordar que Nigeria es un enorme país que cuenta con una población de más de 220 millones de habitantes, aunque sea para valorar la enorme desproporción de atención que prestamos a sus manifestaciones culturales.
Por eso el impacto de Los pescadores debería ser mayor. Si se trata de que los libros tengan esa tan reiterada cualidad de transportarnos, la historia de Benjamin, narrador, su familia numerosa, las misteriosas ausencias de su padre, supongo que una analogía de la inestabilidad política del país en la época (años 90) en que se ambienta la novela, si de ello se trata Los pescadores tiene esa cualidad: pero ese lugar no parece un sitio agradable. Los pescadores son un grupo de hermanos que, desoyendo a su madre, se acercan a jugar a un río y en sus cercanías tienen un encuentro con Abulu, un indigente desquiciado que los maldice. Ahí se cuela el primer resquicio en que el libro parece ser más una crónica social que un mero episodio trágico en una familia. Aunque la familia es cristiana y acude a misa, el trasfondo de las creencias religiosas locales se filtra. De hecho, cada capítulo es titulado y precedido como si Obioma aportara un cierto aire místico, y el animismo está presente no solamente en la presentación de los personajes. Las tradiciones conviven con las creencias aportadas por los colonizadores, y la novela se tiñe de un sabor y un color acre y empezamos a comprender ese momento y esa situación. Cómo el sueño del padre para sus hijos, un futuro mejor, profesiones respetables, sólo parece poder materializarse a través de la emigración. Mientras los mandatarios van y vienen el panorama, desde el prisma occidental, parece dantesco. Obioma es rico en descripciones y estas incluyen estampas de alta precariedad. Nos damos cuenta de que ese no es un entorno confortable. No es una novela urbana en nuestro concepto del registro. Todo parece mísero y frágil. Y esa fragilidad la palpamos en la historia. Abulu lanza una maldición y la familia se ve arrastrada en una mezcla de superstición y destino terrible. Desde luego el viaje está garantizado, la capacidad de Obioma como narrador es muy notable e incluso rinde respetos al clásico Todo se desmorona. Y esa ciudad destartalada y polvorienta se manifiesta a cada rincón, esos críos que prácticamente solo usan su casa para dormir y que atraviesan esos caminos llenos de miseria, peligro y hedor están ahí.
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