Título original: Konzert ohne Dichter
Año de publicación: 2015 (en castellano, 2021)
Valoración: Recomendable
Muy a finales del siglo XIX el pintor alemán Heinrich Vogeler acondicionó una casa de campo (la Barkenhoff) y creó en ella una colonia de artistas al estilo de experiencias parecidas ya existentes en otros lugares. Vogeler diseñó personalmente todos los detalles del edificio, incluida la decoración y el mobiliario, y allí, cerca de Bremen, concurrieron un pequeño grupo de pintores, ninguno de los cuales ha terminado siendo demasiado conocido, en una comunidad de la que surgieron varias parejas. Por allí aterrizó también el poeta Reiner Maria Rilke, a quien unía una estrecha relación artística y espiritual con Vogeler, y que al parecer provocó una cierta inestabilidad en la apacible vida campestre de los demás creadores.
Modick centra la mirada en esa época, en el grupo de artistas y en la relación entre Vogeler y Rilke para montar una recreación de ese pequeño mundo, incorporando buen número de personajes reales. La originalidad del relato es que tiene su centro en una de las pinturas de Vogeler, la llamada Concierto o Atardecer de verano, la obra más importante que presentaba a una exposición de artistas locales en la que iba a recibir una importante distinción. El Concierto quería representar el espíritu de la Barkenhoff, sus integrantes y su ambiente y, según Modick, el pintor iba modificando el esquema en función de las situaciones que se planteaban, incorporando o suprimiendo personajes, alterando su actitud o cambiándoles de posición, lo cual más parece un recurso literario bien manejado.
Rilke quedó finalmente fuera de la escena, porque la amistad se enfrió de forma algo misteriosa en la que quizá tuvo que ver la extraña atracción del poeta por la famosa Lou Andreas-Salomé, quien a su vez mantenía otras relaciones de distinta índole, entre las que destacaba el muy peculiar trío formado con Nietzsche y Paul Rée. Aquella amistad Rilke-Vogeler se sustentaba, o al menos así lo pinta Modick, en una especie de hilo espiritual que nadie más podía detectar, y ambos formaban un binomio que, tanto desde el punto de vista vital como artístico, más bien da la sensación de antagonismo que de connivencia. El poeta impresionaba con su ‘gelidez retórica y su patética elocuencia’, encandilaba a las mujeres aun careciendo de todo atractivo físico, y parecía siempre sumergido en la urgencia de la creación literaria. Vogeler era un artesano capaz de diseñar cualquier cosa, amante de la vida y que sabía muy bien cuándo asumir la pose del artista para contentar a su público. Dos formatos de artista, quizá dos caras de una misma moneda.
El libro describe con detalle y ritmo pausado la vida del pequeño grupo, solapándose con flashes de sus trayectorias personales y profesionales, centrados en especial en Vogeler, auténtico protagonista del relato. Por lo demás, no ocurren cosas realmente llamativas, todo discurre con tranquilidad y con los modestos episodios de una cotidianeidad que se sale más bien poco de lo corriente: fiestas no muy ruidosas, contacto unos pocos ricachones para quienes poseer arte es una forma más de distinción, algunos viajes y escarceos amorosos más o menos tímidos que terminaron con tres parejas matrimoniadas en un mismo año, todo un récord. Entretanto, como es lógico, cada uno de los personajes carga con sus grietas internas, frustraciones, problemas económicos o de salud, inquietudes de artista que busca su camino o decepciones amorosas de distinto calibre. Pero todo eso, parece decirnos Modick, no es más que la mochila que cualquiera lleva a cuestas y no tiene por qué convertirse en núcleo de la narración.
El estilo del autor da la impresión de adaptarse perfectamente a esa atmósfera sutil y más o menos relajada. Modick escribe también con calma, con una prosa rica, algo florida, que a veces incluye una pizca de ironía y crea una especie de flujo que nos va absorbiendo aunque la lectura no sea especialmente intensa. No lo es, pero sí sumamente agradable y solo se le puede reprochar una tendencia algo excesiva a adornarse con descripciones de exteriores, arboledas, jardines, colores y vegetación, como si el entorno pictórico del relato absorbiese al escritor y le obligase a dibujar una y otra vez el escenario, como en una pugna entre lo plástico y lo narrativo.
Por lo que he podido comprobar, el libro se ajusta muy bien a los hechos históricos y a la trayectoria de los personajes, lo que no siempre se consigue, y colocar el cuadro del Concierto como foco central de la narración es una maniobra inteligente, ligeramente audaz y muy bien utilizada. Con lo cual la lectura resulta a la vez amable y gratificante, qué más se puede pedir.
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