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lunes, 16 de enero de 2023

Reseña + Entrevista: Las pesadillas de Joseph Berna. Volumen 13, de Joseph Berna

Quienes me conocen saben que me encanta la literatura "pulp". Siento especial predilección por aquella que se enmarca dentro del terror. Da igual que sea mala; o, mejor dicho, da igual que sea mala, siempre y cuando logre cautivarme con su ingenuidad o "self-awareness". 

Cautivarme; eso es, precisamente, lo que consiguen las ficciones de Joseph Berna. Son malas a rabiar, pero como nunca se toman en serio a sí mismas, resulta imposible no cogerles cariño.

Vamos por partes: Joseph Berna (pseudónimo americanizado de José Luis Bernabeu López) fue un prolífico escritor de bolsilibros. Sobre todo entregó novelas cortas de terror, ciencia ficción y "noir" al público de su época, ávido de escapismo barato y sin pretensiones.

Matraca se ha propuesto rescatar a tan entrañable autor del olvido reeditando concienzudamente su obra. Para muestra, un botón: en la colección Tocho y medio están recopilando cronológicamente todas las novelas de terror escritas por Berna. Y debo decir que, por lo poco que he visto, están haciendo una gran labor. 

¡Fijaos en esas cubiertas! Aunque admito que me gustan más las de Bruguera, admiro el estilo modernizado de las nuevas versiones. Asimismo, valoro los paratextos, ilustraciones y bandas sonoras con que Matraca engalana o complementa sus publicaciones.

En fin: para iniciarme con la producción terrorífica de Berna escogí, de manera totalmente aleatoria, el volumen 13 de Las pesadillas de Joseph Berna (2021). En su interior encontramos tres novelas cortas: El experimento del doctor Marlowe, El Señor de la Noche y Aguijón Mortífero. Abordémoslas una a una. 

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Idioma original: Español 
Año de publicación: 1983
Valoración: Insustancial (a la par que, a su extraña manera, encantadora)

En El experimento del doctor Marlowe tenemos todos los clichés del subgénero de los científicos locos: un "mad doctor", esbirros grotescos, un laboratorio subterráneo, experimentos atroces, sustancias verdosas... Lamentablemente, estos clichés se ejecutan aquí con nula originalidad y cierta torpeza. Por poner un ejemplo: los villanos no intimidan, ya que el lector los ve constantemente en aprietos.  

Por otra parte, de esta historia sorprenden gratamente tres cosas: 1) el nivel de planificación que exhibe su argumento; 2) que haya dejado pasar la oportunidad de recurrir al arquetipo de la damisela en apuros en un contexto que se hubiera prestado a ello; 3) lo contenido que se muestra Berna al introducir toques eróticos. Vamos, que no es un portento narrativo pero, a su humilde manera, funciona.

Idioma original:
 Español 
Año de publicación: 1984
Valoración: Insuficiente (aunque sigue siendo tan mala que es buena)

El Señor de la Noche es un refrito de esas películas de serie B en las que un temible vampiro es revivido, siembra el caos durante un ratito y termina sucumbiendo ante los buenos. Entre medio hay, evidentemente, muslos, tetas, sujetadores y braguitas por doquier, amén de algo de humor ceporro.  

Lo peor de este simpático despropósito son, claramente, los personajes, quienes actúan como si fueran estúpidos. Trevor Bingham deja la puerta abierta de su castillo; quizá se confió, porque vive en un lugar apartado y no se imaginaba que nadie viniera a fisgonear. Pero, habiendo cometido un crimen, ¿puedes permitirte ser tan descuidado? ¡Venga ya! 

Tampoco nuestro héroe es inteligente. El muy cazurro investiga por su cuenta a Bingham. Supongo que un verdadero macho jamás involucraría a la policía, aunque con ello no sólo se ponga en peligro a sí mismo, sino también a su novia. 

¿Y qué hay del barón Ramsey? El temible Señor de la Noche es extremadamente fácil de derrotar porque, en vez de escapar cuando tiene la oportunidad, se echa la siesta en su cripta. Encima, la cripta en cuestión tiene una ventana por la que entra la luz solar. ¡¿Por qué no la sellaste en su día, hombre?! ¿Y por qué, teniendo toda la noche para huir, te quedas en el castillo donde están tus adversarios? Ah, espera, que para curarte en salud les tiendes una trampa, en plan Solo en casa. Ojalá te funcione, majete.

Idioma original: Español 
Año de publicación: 1984
Valoración: Se deja leer (y a mucha honra)

Asegura Berna que Aguijón Mortífero es una de sus obras favoritas. Verdaderamente, uno intuye que se lo pasó muy bien escribiéndola. A fin de cuentas, es un despiporre tan entretenido y carismático como, en el fondo, ridículo y trivial.

Va de un alacrán gigantesco que persigue a un pintor y su nueva modelo. La premisa, "cheesy" como ella sola (en el mejor sentido del término) permite al autor meter a mujeres semidesnudas sin que la cosa chirríe demasiado, amén de unas llamadas telefónicas entre Michel Dablon y la policía que tienen su gracia.

En el lado menos positivo encontramos la batalla final, que es decididamente anticlimática, y el tono fluctuante del conjunto.

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Resumiendo: es fácil ver qué patrón siguen las novelas de terror de Berna. Estamos ante pastiches americanizados que recurren desacomplejadamente a todos los clichés del género habidos y por haber; pastiches construidos a base de descripciones y diálogos, que ostentan un estilo taquigráfico y una puntuación dudosa; pastiches que abundan en escenas omisibles y meten sexo gratuito a cascoporro; pastiches que presentan a héroes unidimensionales, villanos de cartón piedra y personajes femeninos despampanantes. 

Pastiches que, en suma, resultan más involuntariamente cómicos que propiamente horroríficos y, aun así, se hacen un hueco en nuestro corazón. Porque cómo no enternecerse ante Berna, quien producía un bolsilibro tras otro con un único y loable objetivo: que el lector se evadiera de la realidad.


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A continuación adjuntamos un pequeño cuestionario que Pepe Cueto, editor de Matraca, ha respondido con suma amabilidad:

ULAD: ¿Conociste a Berna en persona? ¿Tenía alguna excentricidad destacable? ¿Era tan, ejem, fogoso que dan a entender sus ficciones cargadas de erotismo? ¿Qué clase de libros leía?

P.C.: Sí, viajé a Valencia expresamente para conocerlo y pasé un fin de semana en su compañía y la de su familia. Me alojé en un hotel cercano a su domicilio y, exceptuando las horas de sueño, el resto del tiempo estuve con ellos en su casa o en la calle, paseando juntos. Fueron muy amables y hospitalarios. 

Berna era todo un señor de los que ya apenas se ven, educadísimo y a la vez cercano y con muchísimo sentido del humor. Se notaba que era muy buen padre y marido. Las fogosidades supongo que las dejaba para la intimidad. No creo que leyese demasiados libros; le interesaba mucho más la prensa, especialmente la deportiva. Durante los años en que escribió para Bruguera sí leyó bolsilibros de todos los autores.

ULAD: ¿Cómo reaccionó al saber que querías publicar su obra, tanto la inédita como la que ya viera la luz en su momento de mano de Bruguera y, en menor medida, Andina?

P.C.: Ilusionadísimo. Su viuda me ha contado que imprimió el correo electrónico que le envié proponiéndoselo, y no recuerdo bien si incluso llegó a enmarcarlo. Yo creo que se sintió reconocido y rejuvenecido, después de tantos años en el olvido. De hecho, cuando se lo propuse estaba pasando un momento de salud muy delicado (acababa de salir de una neumonía) y mejoró bastante.

ULAD: ¿De dónde proviene tu devoción por su literatura y su persona?

P.C.: Me suelen atraer los perdedores, e igual que no me fío cuando todo el mundo alaba a una persona, tampoco lo hago cuando es denostada. Personalmente no considero que Berna escribiese ninguna obra maestra, pero todos sus libros son puro entretenimiento y diversión. 

Teníamos una relación muy buena, y él me daba todas las facilidades para los proyectos que se me ocurrían e incluso me ofrecía su ayuda (por ejemplo con la revisión de textos). También su memoria de elefante ayudaba bastante a admirarlo, ya que era una enciclopedia viviente.

Como persona, lo considero un ejemplo a seguir. Como escritor... Sobre gustos, los colores. Yo, desde luego, me río leyendo sus obras y recurro a ellas cuando necesito desconectar de los sinsabores diarios.

ULAD: Tengo la impresión de que Berna es más ninguneado que sus colegas del bolsilibro patrio. ¿Estás de acuerdo? En caso afirmativo, ¿a qué crees que se debe esto?

P.C.: Berna no es universalista, sino que hace una obra muy centrada en un momento concreto de la historia de España: el llamado destape que tuvo lugar durante la transición entre la dictadura y la democracia, es decir, años setenta y ochenta. Todos los jóvenes que no habían nacido en aquellos años no pueden entender esa mentalidad. Había muchísimo interés por todo lo relativo a la sexualidad, después de varias décadas de represión, y se manifestó en todos los productos culturales: libros, películas, cómics, etcétera.

Luego hay personas que aman un género en concreto, por ejemplo la ficción científica, y en las novelas de Berna de dicho género no encuentran lo que van buscando, porque Berna en realidad no escribía novelas de los distintos géneros, sino que usaba las constantes temáticas de los mismos como excusa para dar rienda suelta a su particular sentido del humor. Esto puede provocar que una novela de ficción científica de Berna parezca una mala novela de ficción científica, cuando en realidad ni siquiera es una novela de ficción científica, sino una novela de humor picante con apariencia de ficción científica. Lo mismo puede decirse de sus novelas policiacas, del Oeste, etcétera.

Finalmente, Berna no tendría un estilazo, pero te aseguro que su sintaxis era impecable, y los revisores de Bruguera raramente tenían que hacerle correcciones.

ULAD: ¿Cuáles son tus novelas favoritas de Berna? ¿Las recomendarías a alguien que quisiera iniciarse con él, o en ese caso seleccionarías otras?

P.C.: Mi novela favorita es, con diferencia, La máscara del mal. Porque se la propuse yo, porque fue la obra que supuso su retorno a la escritura después de más de veinte años, porque me la dedicó y porque yo mismo la prologué.

Quizá las mejores novelas de Berna sean las primeras y las últimas, que escribió sin apenas presiones editoriales. Cuando digo las primeras me refiero a las que ahora estamos reeditando en Matraca en formatos digitales. Cuando digo las últimas me refiero a las que escribió desde 2018, pues se tomaba el tiempo que necesitaba, sin plazos de entrega. Siento especial devoción por la primera de todas sus novelas, La misteriosa Stella.

En general, creo que sus mejores novelas son las policiacas y las del Oeste. Berna era un humanista y se movía mejor al margen de los elementos fantásticos, tan frecuentes en otros géneros como la ficción científica o el terror.

Y como curiosidad, Berna tiene una novela que se salta todas las barreras habituales del bolsilibro: La gran semana, cuyo género es el humor puro, sin escudarse detrás de otro género, y cuya extensión es muy superior a la de los demás bolsilibros. Me contó que cuando dejó de escribir para Bruguera necesitó escribir algo diferente, y el resultado fue La gran semana, que para colmo transcurre en España en vez de en Estados Unidos.

ULAD: En Matraca habéis tomado una decisión formal arriesgada: reeditar clásicos "pulp" precedidos por cubiertas modernas. Aunque la jugada os ha salido bien, debo preguntar: ¿por qué no conservasteis la identidad gráfica tradicional de esta clase de literatura?

P.C.: En general no soy muy amigo de hacer nada como se ha venido haciendo hasta ahora, para desgracia de los más puristas. Yo quería rediseñarlo todo desde cero. Lo de las portadas no es la única innovación; los bolsilibros tampoco llevaban ilustraciones interiores, ni prólogos, ni conversaciones con los autores. 

Aparte, la literatura popular de principios de siglo, por ejemplo la colección La Novela Popular, tenía unas portadas muy modernas y vanguardistas. Yo en un primer momento quise que las ilustraciones de las portadas fuesen conceptuales, y muchas lo son.

ULAD: El volumen 13 de Las pesadillas de Joseph Berna se cierra con un relato de tu autoría. Me han gustado mucho su premisa, su imaginería y la caracterización del protagonista; sin embargo, admito que me ha parecido bastante diferente a lo que escribía Berna, quien apenas hacía hincapié en la psicología de sus personajes. ¿Consideras que Berna te ha influenciado en tanto que escritor?

P.C.: Bueno, en los relatos complementarios de la colección se le da mucha libertad al autor. En la serie Los piratas de Curtis Garland, lo único que se le pidió a los autores fue que los relatos tratasen sobre la piratería. En Las pesadillas de Joseph Berna, que fuesen de terror. En Las elucubraciones de Adolfo Quibus, que apareciese el periódico The Cronical Post. Es decir, no es preciso imitar el estilo de Curtis Garland, ni de Joseph Berna, ni de Adolfo Quibus.

Es lógico que yo me interese más por la psicología de los personajes que Berna, puesto que la psicología es mi profesión y llevo veintisiete años dedicado a la misma. Lo de los libros es una afición.

Confieso que el protagonista de mi relato existe: es un cura del colegio en el que estudié, y ese relato es mi pequeña venganza por las torturas psicológicas que yo y el resto de mis compañeros tuvimos que soportarle. Un compañero mío insiste en que escriba más relatos protagonizados por el padre Sebastian Square.

No creo que Berna me haya influido mucho, puesto que yo llevo leyendo ávidamente desde la más tierna infancia, y a Berna únicamente desde hace poco más de cinco años. Sí hay un recurso suyo que me gusta utilizar, aunque no con la frecuencia que lo hace Berna: el párrafo de una sola línea, preferiblemente corta. Si por ejemplo yo en un párrafo describo una situación inesperada, y en la última línea de dicho párrafo digo: «Todo el mundo se quedó boquiabierto», esa frase no tiene la misma fuerza que si la pongo aparte. Claro, si todos los párrafos son de una sola línea, entonces no. Berna lo hacía porque tenía que entregar una novela a la semana (algunas épocas incluso seis novelas al mes); yo lo hago, como te digo, para subrayar algo. Y cada vez que utilizo ese recurso, me acuerdo de él, que era un buen amigo al que echo mucho de menos.


También de Joseph Berna en ULAD: Los Aliados de la Noche

9 comentarios:

  1. Me encanta tu capacidad para valorar con cariño, y casi diría con dulzura, textos que objetivamente reconoces que son infames. Expresar esa dualidad entre cabeza y corazón resulta casi emocionante. También me parece estupenda la entrevista, y lo flipo con esa respuesta a cuál es tu novela favorita: "Con diferencia, La máscara del mal. Porque se la propuse yo, (...), porque me la dedicó y porque yo mismo la prologué" Con un par.

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  2. Hola, Carlos. Gracias por la aportación.

    Aunque abogo por cierta objetividad a la hora de valorar literatura, no creo que los mismos baremos se puedan aplicar siempre, y menos todavía con la misma dureza, en todas las obras. Hay textos, como los que llevo leídos de Berna, cuya carencia de pretensiones, honestidad y desparpajo me impelen a abordarlos condescendientemente. De hecho, incluso los defectos en la producción de Berna me parece que benefician a la experiencia lectora. Las mismas sensaciones tuve en su momento al reseñar los relatos de Ed Wood.

    A juzgar por el poco tiempo que llevo conociéndole, diría que Pepe Cueto tiene una visión de la literatura similar. Él es capaz de disfrutar de ficciones sencillitas, a las que sólo pide que le entretengan.

    ¡Un abrazo!

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  3. Gracias por tu excelente reseña, Oriol. Como le decía Plinio el Joven en una carta al senador Quinto Bebio Macro: "Dicere etiam solebat nullum esse librum tam malum ut non aliqua parte prodesset", es decir: "incluso solía decir que no hay ningún libro tan malo que no tenga alguna parte de la que sacar provecho".

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  4. Con respecto a la grosería ("con un par") de Carlos Andia, considero que las novelas que yo le propuse escribir son mejores que el resto por la sencilla razón de que por mi parte no tenía ningún tipo de presión, sino que yo le permitía escribir sobre lo que desease al ritmo que necesitase. "La máscara del mal" fue la primera de las varias novelas que escribió expresamente para Matraca. Tanto que gustó que a pesar de que en Matraca existe la norma de que un mismo autor no puede tener dos veces al mismo prologuista en la misma colección (yo ya le había prologado "Jaque al jeque" en Serie Beee), me la salté porque tanto yo como el resto de sus lectores estábamos emocionadísimos con la vuelta a la literatura de Joseph Berna, fue un momento irrepetible, y claro, que encima él tuviese conmigo la deferencia de la dedicatoria... Por cierto, Carlos Andia, en mi respuesta digo más cosas que tú has omitido para que mis palabras, que no son sino puro afecto, parezcan puro narcisismo. Manipulación, se llama.

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  5. Hola, Pepe. Gracias a ti por participar en el debate, y por haberte prestado a la entrevista en primer lugar.

    Deja que medie en el asunto de Carlos. Le conozco de hace tiempo y es un gran amigo y lector. Espero que no pienses que sus palabras, que yo interpreto en clave de desenfadado jolgorio, iban dirigidas con una actitud desdeñosa hacia ti o tu labor editorial. Supongo que se contagió del tono de amigable cachondeo que yo usé en la reseña, pero igual que yo no quería insultar al bueno de Berna, dudó muchísimo que Carlos quisiera faltarte el respeto a ti.

    Aclarado esto, te mando un fuerte abrazo.

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  6. En ese caso soy yo quien pide disculpas, gracias por la aclaración.

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  7. Aclaración que yo creía innecesaria, pero dejémoslo correr.

    Un saludo

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  8. Mucho me temo que cuando uno se expresa de manera tan ambigua como "lo flipo" (¿eso es bueno o malo?) o "con un par" (¿eso es bueno o malo?), las aclaraciones son muy necesarias.

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  9. No pensaba seguir con esto, pero en fin.

    El lenguaje coloquial es lo que tiene, que a veces es ambiguo. Pero basta con leer un poco entre líneas y hacerse cargo del tono de la conversación para identificar las intenciones.

    Un saludo.

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