Título original: Empire of pain
Año de publicación: 2021
Traducción: Albino Sánchez , Francesc Pedrosa, Jesús Negro
Valoración: casi imprescindible
El Imperio del Dolor es una crónica.
El Imperio del Dolor es , eso proclama la portada, la historia secreta de la dinastía que reinó en la industria farmaceútica. O esa, la de la familia Sackler, la portada elude nombrarla, una familia dedicada a la fabricación de medicamentos, que empieza a dedicarse a ello en las primeras décadas del siglo XX y que acumula éxito tras éxito hasta amasar, alguien aludiría al sueño americano, una enorme fortuna, fruto de su creatividad, de su innovación, del esfuerzo combinado de sus propietarios y de sus empleados.
Bueno, también de la agresividad de su política comercial y de su adaptación a la legislación vigente. Ese es el pequeño pero: que el hambre por vender es prácticamente imposible de saciar. Y si hay que obviar ciertos detalles o maquillar la información para que un medicamento registre una demanda exorbitante, pues parece ser que los Sackler procedieron en consecuencia, parece que con pocos escrúpulos a la hora de valorar que, en vez de ayudar a sus usuarios a mejorar su salud, en realidad la estaban empezando a empeorar.
El Imperio del Dolor es una historia de terror.
Porque el ciudadano de a pie tiene derecho, cuando acude a la farmacia con la receta de un medicamento, a saber a todo lo que se expone consumiendo lo que un médico le ha recetado, estando informado de todos los riesgos. En especial, si ese medicamento ha de paliar los dolores de alguna enfermedad terminal o crónica. Y parece que los Sackler (que eran médicos a la par que empresarios) decidieron sacrificar esa premisa a costa de llenarse los bolsillos. Entonces, ¿cómo inicia uno un tratamiento cualquiera sin saber qué le espera para satisfacer la codicia de la industria ávida de facturación y beneficios? ¿No podemos fiarnos del regulador, del prescriptor, del fabricante, del vendedor?
El Imperio del Dolor es un estudio sociológico.
A costa del cacareado debate de la legalización o no de las drogas. El OxyContin (fármaco protagonista de la narración, junto al Valium) lo recetaban los médicos, muchas veces en dosis crecientes, pues sus efectos se atenuaban con las tomas. Era una sustancia legal, controlada, producida bajo supervisión. Pero sus efectos eran los de una droga. En todos los términos. Al igual que hoy con el fentanilo, hay una larga lista de personas (encabezada por celebridades, inacabable) que sucumbió a sus efectos. No solo los zombies de los videos de Kensington Ave. Gente que ni se hubiera acercado a un camello en sus peores sueños entregados a sus efectos aniquiladores de la realidad. Sin posicionamiento sesgado, esa es la fatal realidad de un experimento con casos reales: entrégale a la gente un poderosos narcótico producido con eficacia y seguridad. Déjalos decidir por sí solos. Pues vaya, miles de muertos. Vaya.
El Imperio del Dolor es un reportaje de denuncia.
Pues claro, el capitalismo y sus resortes son avasalladores. Puedes anunciar un medicamento enormemente peligroso como si fueran caramelos a la puerta de un colegio. Puedes activar los resortes de las políticas de marketing (encontrar nichos de mercado, promover económicamente la venta masiva, entregar muestras gratuitas para captar mercado) para maximizar su impacto comercial. Si sus efectos adversos empiezan a ser conocidos, desacreditar o poner en duda a quien lo divulga es válido. Ni juramento hipocrático ni narices. Lo primero, tu bolsillo. Si hay arrepentimiento, ya haremos declaraciones grandilocuentes, ya realizaremos donaciones, ya buscaremos las influencias necesarias para emblanquecer la imagen, y a una mala siempre está lo de borrar las pistas.
El Imperio del Dolor es una novela de suspense
Aunque uno intente tener confianza en las instituciones y en la justicia, la familia Sackler genera recursos sin fin que le pueden asegurar - sobre todo con abogados caros y eficaces - salir indemnes del caos social que han organizado. A partir de cierto punto, conforme el avance de la prensa y las investigaciones sigue su curso, uno empieza a preguntarse si, con los argumentos abrumadores que se acumulan, estaremos ante la enésima ocasión en que las grandes corporaciones (y sus CEO, y sus accionistas mayoritarios) se salen de rositas gracias a su influencia, su tamaño o esos perversos acuerdos extrajudiciales. La respuesta a esa pregunta te sorprenderá.
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Quiere la casualidad que alterne la lectura de El Imperio del Dolor con la de algunos artículos de Anna Politkovskaia (periodista asesinada por su postura disidente) y con el visionado de Succession (serie de HBO sobre los avatares de una familia de super millonarios) y todo ello refuerza la importancia de este exhaustivo, bien documentado (cien páginas de referencias) y excelente estudio que - y me he dejado alguno - opera a tantos niveles. A cambio de dinero - los bonus, las comisiones, las donaciones, los sobornos, las influencias - todo vale. Incluso desviar la atención y argumentar que aquellos que se engancharon al OxyContin hacían un mal uso del medicamento, incluso erigirse una empresa poderosa como víctima ante un escuadrón de yonkies que se hubieran enganchado, que hubieran muerto de consumir cualquier otra cosa. Setecientas son muchas páginas, sí, pero los datos son objetivos y las piezas encajan. Estados Unidos padece una severa epidemia de opioides y ello no hubiera sucedido sin el OxyContin. Radden Keefe apenas aporta juicio u opinión propia. Lo explica, con prosa dinámica y eficaz. Como en otros muchos casos, siempre se puede mirar hacia otro lado.
También de Patrick Radden Keefe en ULAD: No digas nada
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